Gregorio Salazar: Las banderillas de la Bachelet

Compartir

Se va la señora Bachelet de su cargo de Alta Comisionada de las Oficina de Derechos Humanos de la ONU dejando clavadas en el morillo de la revolución bolivariana par de dolientes banderillas, que no otra cosa semejan su informe y las tres actualizaciones que realizó durante su paso de casi cuatro años por el cargo sobre el Caso Venezuela.

No se necesita ser taurino, afición hoy en descrédito por la crueldad de la fiesta brava, para saber que las banderillas de la chilena no son de las quebradizas, ni delgadas ni multicolores. Se trata más bien del tipo de «banderillas negras», con puntas y lenguetas tan gruesas como de arpón, que dejaban al astado casi sin necesidad de estocada final para el arrastre. Sería por eso que el hombre del mazo calificó en su último programa a la expresidenta chilena como «una mujer cruel».

Típica inversión propia de los afanes propagandísticos del régimen: la crueldad no es la que está reflejada en las ejecuciones extrajudiciales, la tortura, las condiciones inhumanas del encarcelamiento, la estigmatización, que entre otras condenables prácticas recogen los informes de la ONU. No, cruel es el funcionario que acusa.

En 2018, cuando la señora Bachelet llegó a su cargo y más aún cuando se dispuso a investigar las atrocidades que el régimen venía cometiendo contra los derechos humanos, incluidos los de la disidencia política, la oposición dudó que su oficina de la ONU pudiera cumplir de manera objetiva con el cometido de su misión.

Sin duda que los venezolanos tenían muy presentes aquellos arrumacos, fuera de toda formalidad protocolar, de Chávez con su homóloga chilena de entonces. Aunque ya se sabía que Chávez era capaz de estrechar en un abrazo aparatoso al mismo emperador Akihito, como si se tratara del Carrao de Palmarito, como en efecto lo hizo en un viaje al Japón.

La recordaban, seguramente, forrada de rojo y con el antebrazo de Chávez cruzándole el cuello, patética escena que fue reclamada por el congreso chileno que llamó a la presidente a guardar la compostura que su alta investidura nacional comportaba.

Pero también hay que recordar que no todo entre ellos fueron «dulces y pan pintado». Mucho después del inolvidable ¿Por qué no te callas?, que opacó la Cumbre Iberoamericana de Chile, la señora Bachelet expresó su «indignación» (sic) cuando recordaba que dentro de la camaradería revolucionaria en esa oportunidad le había planteado a Chávez la necesidad de que en la venidera reunión de la OPEP los precios del petróleo tuvieran un alza moderada, en procura de no afectar a las economías de los países latinoamericanos no productores. La indignación vino cuando Bachelet oyó a Chávez jactarse de que el alto nivel del precio del crudo acordado en esa reunión de productores se debía exclusivamente a él.

La radicalizada oposición venezolana desconfió al extremo de los resultados que podía arrojar una investigación encabezada por la Bachelet. Tal vez porque estamos influenciados por esa cultura sembrada por Chávez de quien tiene el poder tiene todos los derechos y ningún deber. Y desde una posición de poder se puede burlar a cualquiera. Aquí está acendrado y replicado aguas abajo. Hasta en cualquier carguito gremial un directivo se siente portador del aúreo Yelmo de Mambrino y no hay quien lo pare.

Los informes de la Alta Comisionada Bachelet han sido cuestionados por voceros opositores que los señalan de relativizar las violaciones a los derechos humanos en Venezuela, pero indudablemente que esas investigaciones independientes caracterizaron ante el mundo al régimen chavista de Nicolás Maduro como incursos en múltiples irregularidades y mermas democráticas verdaderamente alarmantes.

Esto ha ocurrido en materia de derechos económicos y sociales, en la reducción del espacio democrático y cívico con las restricciones a la libertad de opinión y expresión, de reunión y asociación pacífica y de participación en los asuntos públicos y por encima de todo las violaciones a los derechos a las vida y a la libertad e integridad de las personas, que es decir delitos de muerte y tortura.

Ya puede tratar de sacudirse esas acusaciones el miura revolucionario o mover torvamente la cabeza. Lo cierto es que los informes de la ONU han grabado con fuego sobre su testuz su condición de grave violador de los derechos humanos en la historia presente.

Periodista – Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar

 

Traducción »