En diversas ocasiones hemos analizado el diálogo, resaltando su imperiosa necesidad y fragilidad; destacando las presiones polarizantes que lo acosan de uno u otro espacio político; abordando la racionalidad vs la afectividad inherentes a estos procesos; examinando el conflicto y los escenarios con especial énfasis en el odio político; destacando los peligros para la democracia y la estabilidad en caso de fracasar en los intentos de implantar la cultura del diálogo y negociación.
El conflicto es inherente a la convivencia, la diversidad y la pluralidad. Como tiende a creerse, no siempre sus efectos y consecuencias son de carácter negativo, dado que la manera como lo interpretemos y abordemos serán claves para el cambio constructivo, la coexistencia, la paz y la democracia. En lo que al país compete, levantamos dos interrogantes ¿Se ha perdido la confianza en el diálogo? ¿Se ha demonizado el conflicto? Es importante recordar que en momentos críticos de alta polarización, todos los ámbitos fueron contaminados generándose una fuerte confrontación entre las posiciones pro diálogo y pro conflicto. Lo cierto es que, dependiendo del ámbito y de la coyuntura política, nos movemos entre dos extremos, por cuanto se genera una suerte de confrontación en base a la preeminencia de la cultura del dialogo o la cultura del conflicto. Importante destacar que este fenómeno no se circunscribe a los espacios políticos, en los que debilitada, aun predomina la cultura del conflicto y de los enemigos. Caso aparte es la oposición fracturada, sometida a graves confrontaciones intestinas, donde impera una relación de amigo-enemigo propia de la cultura del conflicto, que, sin duda, la debilita en tanto fuerza política y especialmente en procesos de negociación y dialogo.
Es necesario dar el salto de la ética del conflicto a la de negociación. En toda situación de conflicto hay una oportunidad de cambio basada en el fortalecimiento de una ética relacionada con la manera de gestionarlo, asumir unos valores y actitudes que puedan ser compartidos, entender las razones y sentimientos de la otra parte y acordar un código de conducta de mutua responsabilidad sobre los efectos inmediatos y a futuro.
Bienvenida la ética de la negociación.