El Eternauta, la historia indomable I, por José Urriola

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El único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo». Héctor Germán Oesterheld, prólogo de El Eternauta.

Estos hechos se hallan conformados por tres historias. Una que se narra en forma de tragedia. La segunda sería más bien un drama con toques fantásticos. Y la tercera constela un monumento al sinsentido. Al final no tengo otra opción que intentar contarlas todas, coserlas de la mejor manera y construir con ellas un Frankenstein particular. De modo que, con el debido permiso, aquí voy.

La primera historia, la que va en clave de tragedia, narra la vida y obra de Héctor Germán Oesterheld, autor de El Eternauta, no solo una de las historietas más importantes de Latinoamérica y el mundo, sino un auténtico pilar de lo que sería la mejor ciencia ficción producida históricamente de este lado del planeta.

Oesterheld, aunque con estudios de geología y corrector de oficio, era un prolífico escritor de obras para niños y de cuentos de ciencia ficción. Le iba bien, sobre todo con los niños. Además tenía una mujer a la que adoraba y cuatro hijas preciosas. Un día decidió hacer historietas y su esposa, Elsa Sánchez Beis, le dijo que por qué si hacía buenos libros para niños se iba a poner a hacer esas tonterías de cómics. Héctor Germán la tranquilizó; le anunció que él iba a hacer algo digno, algo que valiera la pena; historietas, sí, pero de las buenas.

El-Eternauta-1
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El tipo era un rebelde, un hombre libre, que se hartó de que las editoriales le marcaran la pauta: con su hermano fundó su propia editorial y llamó a un ilustrador con el que ya había trabajado anteriormente: Francisco Solano López. Entonces le planteó al joven Solano hacer El Eternauta. Oesterheld ponía las letras; Solano López, las imágenes. Durante dos años se vieron poco, estrictamente para precisar detalles de la historieta. Oesterheld entregaba semanalmente tres páginas escritas a mano, prácticamente ilegibles, pero que Solano lograba entender en toda su dimensión. Era como si en aquellas líneas –aseguraba el insigne ilustrador– estuviera concentrada la máxima información pero sin entrar en aspectos innecesarios. Al final, Oesterheld quería que Solano López fuera también libre, como si le dejara entredicho: ¿cómo vas a resolver gráficamente este texto?, pues eso es asunto tuyo, tú eres coautor de la obra; yo sé de escritura, pero el que sabe de dibujos eres tú.

Así trabajaron, entre el 4 de septiembre de 1957 y el 7 de septiembre de 1959, publicando en la revista semanal Hora cero un total de ciento seis entregas de El Eternauta, la historieta que lo cambiaría todo.

El argumento de El Eternauta comienza con un juego metaficcional. Está Héctor Germán Oesterheld en su casa y de pronto se materializa ante él un extraño visitante del futuro. Vestido con una mascarilla, un traje como de buzo que lo cubre totalmente, el sujeto lleva un fusil a la espalda. El misterioso navegante de la eternidad se presenta como Juan Salvo: trae un mensaje para el escritor, a ver si con ese testimonio de otros tiempos logra enderezar un poco el futuro que espera a los humanos a la vuelta de unos años. Juan Salvo asegura que en 1963 caerá una extraña nevada tóxica sobre Buenos Aires. Todo el que se exponga a esa nieve estará condenado a muerte. Es el primer ataque de Ellos, unos invasores alienígenas que han decidido conquistarnos. Juan Salvo y sus amigos se salvarán de la nevada por la más cotidiana de las razones: están jugando truco en casa de Salvo cuando la nevada mortal se precipita y hace estragos fuera. Poco a poco Juan Salvo y sus camaradas se enteran del horror que se apodera de la ciudad. El enemigo es poderoso; ellos, entretanto, son unos simples hombres de a pie. Pero aquí es donde Oesterheld hace un vuelco memorable en los códigos de los superhéroes: no es que el héroe exista previamente, esto no es Superman, el héroe se hace con la aventura, es el reto lo que hace que un hombre común se convierta en héroe. Y además el héroe en este caso no está solo, solo no es nadie y de nada le servirá enfrentar al horror en solitario, este héroe funciona gracias a sus amigos, gracias al aporte que cada uno de los ciudadanos hace para conformar un héroe colectivo.

El mensaje de El Eternauta, el navegante de la eternidad, es claro: si todos se organizan como héroes circunstanciales que conformarían un héroe colectivo se podrá enfrentar la invasión monstruosa que se avecina. Esa batalla no será sobre el Empire State ni derrumbando la Estatua de la Libertad, ni tampoco sobre el Big Ben o la Torre Eiffel; se dará en Plaza Italia, en el Monumental de River, en la Avenida General Paz, en la Plaza del Congreso. Todo en Buenos Aires.

Sí, hoy nos resulta obvio, Oesterheld –aunque utilizara nombres para denominar a los invasores como “Ellos” o los “Cascarudos”, pues eran como unas enormes cucarachas o escarabajos gigantes provistos de una inteligencia maligna– estaba hablando de otros monstruos y de otra invasión. Igual de horrible (quizás más), en los mismos espacios, bastante más terrenal. Ya se la olía; a esta invasión solo podría ofrecérsele resistencia gracias a un héroe sostenido sobre la sinergia de la gente común que asumiría el reto que le tocaba enfrentar.

En 1970 El Eternauta se reeditará en un volumen integral de trescientas y tantas páginas. Ahora los lectores serán otros. Ya no se trata de los chicos que la leyeron en los años cincuenta. Los nuevos lectores tienen mucho más de catorce años y leen el cómic con otra mirada, bajo otra simbología: desde la perspectiva de quienes sienten el tufo de una dictadura militar que en mucho tiene que ver con eso que El Eternauta metaforizaba y hasta vaticinaba. Para esta segunda cohorte de lectores El Eternauta era más que una simple aventura de ciencia ficción latinoamericana, antes bien se trataba de una fuente inagotable de pensamiento oblicuo para mirar en viñetas el reflejo perturbador de la realidad, un asunto mucho más poderoso que cualquier relato comprometido con el realismo social.

El-Eternauta-2
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Oesterheld se fue haciendo abiertamente activista, no disimulaba su postura contra los militares. Se volvió más subversivo, tanto en la vida cotidiana como en su obra de ficción. Hizo entonces una nueva versión de El Eternauta, ahora con ilustraciones de Alberto Breccia. El contenido de esta versión resultaba tan evidentemente político, la temática tan oscura, la propuesta visual tan experimental que se vieron obligados a resumir la historia y sacarla de circulación antes de tiempo.

Pero Héctor Germán no se detuvo, se convirtió en uno de los más destacados intelectuales afectos a la organización Montoneros, probablemente bajo la influencia de sus cuatro hijas y sus yernos quienes ya se habían sumado activamente a aquellas filas. La dictadura militar no dudaría en secuestrar a sus cuatro hijas (dos de ellas embarazadas), así como a dos de sus yernos. La segunda parte de El Eternauta la escribirá el autor desde la clandestinidad y de nuevo con Francisco Solano López como encargado de las imágenes. Pero ya había una separación importante entre ambos. Física e ideológica. Si bien durante la primera parte de El Eternauta se vieron poco, ahora sí es verdad que no se verían nunca. Ya los textos de Oesterheld eran tan excesiva y deliberadamente políticos que Solano no solo temió por su pellejo y el de los suyos (“Debiste haberme avisado”, llegó a quejarse), sino que se sintió obligado a declararse no partidario de la dictadura militar, pero tampoco simpatizante de Montoneros.

En esta segunda parte de El Eternauta vemos a Oesterheld como una figura más, parte del colectivo de héroes civiles alrededor de El Eternauta. En esta entrega el personaje de Héctor Germán se suma a la lucha armada y batalla contra los monstruos invasores junto con Juan Salvo, con el fin de ayudarlo a dar con el paradero de su esposa y su hija desaparecidas.

El 27 de abril de 1977 la policía militar daría con el escondite de Oesterheld en La Plata. No se tienen datos ciertos sobre su destino. Se dice que fue torturado y trasladado a los centros de detención de Campo de Mayo, La Tablada, El Vesubio.

Relata el psicólogo Eduardo Arias, compañero de cautiverio en El Vesubio y uno de los últimos en ver a Héctor Germán con vida:

Su estado es terrible. Estuvimos juntos mucho tiempo. Uno de los recuerdos más inolvidables que conservo de Héctor se refiere a la Nochebuena del 77. Los guardianes nos dieron permiso para sacarnos las capuchas y fumar un cigarrillo. Y nos permitieron hablar entre nosotros cinco minutos. Entonces Héctor dijo que por ser el más viejo de todos los presos, quería saludar a todos, uno por uno. Nunca olvidaré aquel último apretón de manos. Héctor tenía sesenta años cuando sucedieron estos hechos. Su estado físico era muy, muy penoso.

En 1978 Oesterheld –eso se estima– sería fusilado en la localidad de Mercedes. Elsa Sánchez Beis, su viuda, perdió toda su familia a manos de la dictadura: su esposo, sus cuatro hijas (Estela, Marina, Diana y Beatriz), sus dos yernos (los maridos de Diana y Estela) y sus dos nietos (los bebés que esperaban Diana y Marina). De todos ellos solamente pudo recuperar el cuerpo de Beatriz: la única que pudo ser enterrada.

Aquí termina la historia trágica y damos paso, entonces, a la segunda historia: la del drama signado por la imposibilidad, durante décadas, de llevar a la pantalla El Eternauta. Un sueño acariciado y difundido a los cuatro vientos, y que se ha visto truncado una y otra vez. Lo intentó en los años sesenta una productora argentina: Gil & Bertolini, que quiso hacer el piloto de una serie que jamás vio la luz. Luego lo intentaron varios cineastas entre los que se cuentan Pino Solanas, Adolfo Aristarain, Gustavo Mosquera. Se dice incluso que Francis Ford Coppola estaba interesado en los derechos de la obra para hacer una versión en inglés.

En 2008 los aficionados al cine recibimos la maravillosa noticia de que sería Lucrecia Martel, cineasta salteña que se encuentra –con distancia– entre las más fascinantes de la actualidad, la encargada del proyecto de El Eternauta. Un auténtico sueño: por fin el cómic llegaría al cine de la mano de la Martel, qué banquete nos íbamos a dar. Pero Lucrecia, tristemente, también acabaría abandonando al inasible Eternauta.

En épocas prepandémicas, a fines de 2019, Netflix anunciaría con rimbombancia el lanzamiento de la serie El Eternauta. El proyecto sería llevado a cabo por el cineasta Bruno Stagnaro junto con la colaboración de Martín Mórtola Oesterheld, nieto de Héctor Germán Oesterheld. Martín fue, así lo asegura, la última persona en ver con vida a Oesterheld. Tenía tres años en ese entonces. Fue de visita al centro de detención y lo dejaron mirar a su abuelo.

Pero Netflix, luego de un largo silencio, ha comenzado a señalar a cuentagotas que la serie es compleja, que el COVID-19 lo ha complicado todo aun más, que con suerte la podremos ver –bien hecha, tal como lo exige y merece El Eternauta– a principios de 2023. Quizás. Este asunto nos pone un poco escépticos, pues ya sabemos lo indomable que es El Eternauta.

En el fondo entendemos que por algo será que no se deja. Si no se va a hacer bien es preferible que se quede en los territorios de lo mítico antes que aterrizar de mala manera en esta realidad. Pero bueno, esperamos a ver qué pasa con esa serie de El Eternauta dirigida por Bruno Stagnaro.

Aquí comienza la tercera historia –la más absurda, la signada por el sinsentido– que se desprende de las dos anteriores. En 1998 yo era un joven periodista audiovisual y de pronto se me abrió la insólita posibilidad de cubrir el Festival de Cine Latino de Chicago. No me habían acabado de preguntar si quería asumir esa cobertura cuando dije que sí y me puse a buscar una chaqueta para semejante frío. En ese festival me tocó entrevistar a un joven cineasta argentino que había hecho una película llamada Pizza, birra, faso (1998). Era un tipo rubio, sonriente, muy joven, estrenaba su ópera prima. Haríamos la entrevista en plena calle, con vista al mítico Wrigley Field, allá al fondo, estadio donde juegan de locales los Cachorros de Chicago.

En plena entrevista sonó un estruendo: Sammy Sosa (quien en esos años tenía un duelo –ahora legendario– con Mark McGwire respecto de quién conectaba más “vuelacercas” y de ese modo rompía la marca impuesta en 1961 por Roger Maris de 61 cuadrangulares en una temporada) había conectado jonrón. Recuerdo perfectamente cuando le dije al entrevistado: Bruno, por seguridad vamos a repetir la última pregunta y tu respuesta, creo que se metió demasiado el ruido de fondo. Sí, resulta que el tal Bruno era Bruno Stagnaro, el mismo que –supuestamente– acabará con el mito de la imposibilidad de llevar El Eternauta a la pantalla. Jamás olvidé su nombre ni su cara. Nunca más vi una película de Stagnaro ni supe de él, pero vuelvo mentalmente con frecuencia a esa entrevista con jonrón de fondo.

Dejo por los momentos esta historia inconclusa (no podía ser de otra manera). La tercera parte, la más personal y absurda, es larga y está poblada de eventos extraños. A cada quien El Eternauta le dice algo distinto. Yo intentaré contar la parte que me tocó en una próxima entrega, sobre todo cuando algunos años después de entrevistar a Stagnaro me fui a buscar El Eternauta a Buenos Aires.

Jose-Urriola
Jose-Urriola

Prodavinci

 

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