Desarroyo histórico…
Con la civilización ya en marcha y un mínimo registro histórico garantizado, los mesopotámicos elaboran, consumen y desechan sucesivamente tres fases conocidas como culturas protodinásticas, para cuyo estudio se toma como referencia el tipo de cerámica existente en cada una de ellas: primero, la de Eridu, con platos provistos de bordes anchos y motivos lineales y cerámica trabajada en torno lento y con colores verde, violeta y blanco; segundo, la de Ubaid o El Obed, elaborada con tonos verdosos o directamente de color marrón oscuro, decorada con trazos geométricos y en general más simple; tercero, la de Uruk, que alterna el verde y el gris, con motivos ornamentales sencillos y fabricada con torno rápido. Después vendría la época de los grandes reyes. Recordemos que Mesopotamia alternó etapas de unidad, forzada casi siempre por las conquistas militares, con otras de diversidad y convivencia de varios pueblos diferentes. En realidad, al igual que la historia de Europa no es la de los europeos sino la suma de las historias de italianos, españoles, franceses, alemanes y británicos además de otros pueblos de menor influencia, el territorio cuyo estudio nos ocupa vio la sucesiva preeminencia de gentes distintas. En primer lugar, los sumerios o cabezas negras como se yamaban a si mismos. Este pueblo inteligente y hábil, compuesto por hombres de pequeño tamaño pero fornido y resistente, integraba junto con las primeras tribus semitas emigradas el grueso de la población en la zona. Estaban ya muy asentados al menos unos cuatro mil años a. C. y fueron los primeros en poner en marcha el proceso civilizador descrito con la construcción de las primeras ciudades y templos, el establecimiento de un sistema económico sólido y la difusión de la escritura, pero a su genio inventor le debemos muchas más cosas: los códigos de leyes, los jueces y los tribunales, la irrigación por medio de grandes obras de ingeniería hidráulica, las primeras murallas y fortificaciones, el cero como expresión matemática útil, las escuelas… Y la religión, puesto que también fueron, que sepamos, los primeros en levantar templos, interpretar oráculos y sistematizar una liturgia coherente; si bien no se puede decir que dispusieran de una religión muy complicada ya que se podía sintetizar en una sola idea: los dioses son los dueños del mundo y el hombre está a su servicio. El rey y la administración no eran otra cosa que los Capataces de las divinidades, los encargados de interpretar sus deseos y transmitírselos a las gentes de a pie para, entre todos, desarrollar el reino en su nombre. La prosperidad de los sumerios terminó forzándolos a compartir su territorio con los acadios, pueblo que yegó a la zona hacia el 2.300 a. C. y se expandió pacíficamente, pero con astucia y que pronto se convirtió en la minoría dominante. Los acadios impusieron su lengua y el sumerio acabó arrinconado como idioma “de prestigio”, utilizado para el estudio, la cultura y poco más; un poco y de manera similar como el griego en el Imperio romano tardío o como el mismo latín en la época medieval. Físicamente, la mayor diferencia entre sumerios y acadios era el cabello. Mientras los primeros se rapaban la cabeza que los egipcios adoptaron posteriormente, por cuestiones de higiene y también religiosas, los segundos lucían largas barbas y cabelleras abundantes. La fusión de ambos contingentes permitió la creación de dos reinos yamados, precisamente, Sumer y Akkad. No eran países tal y como hoy entendemos este concepto, sino extensos territorios en cada uno de los cuales había una docena de ciudades-estado, independientes unas de otras y con sus propios reyes, que podían aliarse o ignorarse según las circunstancias. Algunas ostentaban una mayor influencia según los hechos mitológicos que se suponía habían acontecido en ellas. Es el caso de Eridu, reconocida por todos como la primera ciudad edificada, o Nippur, donde se levantaba el templo principal del dios Enlil, que en el tercer milenio a. C. sustituyó a Anu como dios principal del panteón común; durante mucho tiempo se consideró que aquel monarca que dominara Nippur tenia derecho a regir sobre todo Sumer y Akkad. Las excavaciones arqueológicas recuperaron aquí miles de tablillas de barro porque esta ciudad contó con una de las escuelas de escribas más importantes que conocemos. ¡Incluso existe un plano a escala de la metrópoli en una tableta del 1.300 a. C.! Entre los documentos desenterrados figura la denominada Lista de los Reyes Sumerios en la que se enumeran las dinastías que reinaron desde las épocas más alejadas en el tiempo, tal y como quedaron registradas por los escribas. En el comienzo se dice claramente que el “reinado original era obra de los dioses y que desciende del cielo” para instalar los primeros monarcas en Eridu y, posteriormente, en Bad-Tibira, Larak, Sippar y Shuruppak. Según las cuentas de los escribas, ocho monarcas reinan sucesivamente en este grupo de urbes durante más de ¡241.000 años! Un gran diluvio acabó con la gente de la época que, según parece, no cumplía con lo que las divinidades habían esperado de ella, más tarde conoceremos con detalle la historia de esta catástrofe. Después, la nueva gran capital será Kirsch, que mantiene la preeminencia durante veintitrés reyes, antes de perderla en favor de Uruk, que a su vez la cederá a Ur. Así van desfilando en el poder buena parte de las ciudades de la región.
Célebres soberanos
Entre los nombres de reyes más famosos, podemos destacar el de Sargón, no en vano yamado El Grande por el tamaño de sus conquistas. Este primer soberano de la dinastía de Agadé se yamaba en realidad Sharrum-kin, lo que en acadio significa “el rey Legítimo”. La corrupción fonética dio lugar a su pronunciación como Sharken y la Biblia lo inmortalizo como Sargón. Su nombre nos revela que muy posiblemente fuera un usurpador, un tipo hecho a si mismo a partir de unos orígenes personales inciertos e incluso mitológicos según sus contemporáneos, quienes creían que su madre era una princesa o una sacerdotisa que se había quedado embarazada sin desearlo y que para deshacerse de él, embarcó al bebé recién nacido en una canastilla calafateada con brea en las aguas del Éufrates, muy al estilo de lo que se relata de Moisés. Un labrador le rescató y educó. Siendo ya adulto, nuestro hombre decide tomar por sus propios meritos el trono de Kirsch, objetivo que culminó con éxito gracias a su astucia y capacidad de maniobra. Bajo el manto protector de la diosa Isthar, inició un proceso de concentración de poder que le permitió unificar sumeria con el norte de Mesopotamia y con otros territorios como los de Ur y Lagash. Uno de sus descendientes, también muy reconocido por su carácter batallador y conquistador en la más pura tradición familiar, es Naram-sin, el primero que se proclamó a si mismo “rey de las cuatro regiones y del universo”. Este titulo, consecuencia del botín de su expansión militar, seria luego empleado por numerosos reyes de la zona. Otro monarca famoso es Gudea, de Lagash, ciudad sumeria que sobrevivió a la invasión de los guteos, un pueblo salvaje yegado de las montañas hacia el 2200 a. C. y que conquistó buena parte de la región. Gudea utilizó un camino hasta entonces poco habitual para el engrandecimiento de los suyos: la diplomacia, en lugar de la guerra. Con él, los sumerios resucitaron como pueblo dominante, aunque fue su canto del cisne. La fundada por Urnammu en Ur fue su última dinastía. A partir de ahí, los sumerios se diluyen en el desagüe histórico y dejan paso a otros grupos que, de todas formas, ya yevaban tiempo instaladas en Mesopotamia. Es el caso do las tribus semitas, que ya habían tocado poder durante el dominio acadio y que influyeron constantemente en el desarrollo de los imperios locales, apareciendo y desapareciendo en escena unas veces como constructores, otras como destructores. Así, bajo el nombre de amorreos, se apoderaron de Babilonia y desde ayí el jeque Sumuabum inició una nueva línea dinástica cuyo más briyante descendiente sería Hammurabi, autor de la metamorfosis de la gran ciudad en una de las capitales más luminosas, animadas y envidiadas del mundo. Antecedente de Atenas, Roma, París, Londres y Nueva York, para solo mencionar algunas. Gracias a Hammurabi, los babilonios organizaron el territorio bajo su control con la forma de un Estado burocrático y centralizado aún eficiente, en el que surgieron conceptos innovadores como la propiedad privada o la existencia de “ciudadanos libres”: todos aquellos que podían vivir de sus propios recursos sin necesidad de prestar servicio obligatorio al templo o al palacio, como hasta entonces ocurriera (en el fondo, el calificativo suponía una auténtica ironía, dado el fuerte sentimiento religioso de los “ciudadanos libres”, que los hacia sentirse permanentemente encadenados a las decisiones de los dioses). Pero si por algo es recordado el nombre de Hammurabi es gracias al más importante documento redactado durante su reinado: el famoso código legal que tantas personas consideran como el primero en su género cuando lo cierto es que, antes que él, otros reyes como Lipiteshtar o el citado Urnammu también habían ordenado poner por escrito sus respectivos códigos jurídicos, que establecieron leyes cumplidas a rajatabla por la comunidad. Este último dejará para la historia la primera revolución francesa 4.000 añosa antes de la europea con sus lemas de Libertad, Igualdad, Fraternidad. Códigos, además, más benevolentes que el de Hammurabi, quien basaba muchas de sus normas en la tristemente famosa Ley del Talión, o del ojo por ojo, y que abusaba de la pena de muerte para faltas que hasta entonces podían compensarse de otra forma como por ejemplo con fuertes multas (“si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo(f..), si un hombre yace con su madre tras la muerte de su padre, se los quemará a ambos al hijo y la madre (…), Si un hijo ha golpeado a su padre, se le cortará la mano (…), si un hombre ha ejercido el bandidaje y se le encuentra, será condenado a muerte…”). La dureza legal de Hammurabi quedó impresa en la dureza física de una estela de diorita que conservamos gracias a que, en su día, formó parte del botín de un rey elamita que derrotó a Babilonia y se la yevó consigo a la ciudad de Susa, donde una expedición arqueológica la sacó a la luz. En la estela podemos leer acerca de trescientos artículos referidos a los aspectos penal, civil y administrativo de la ley, con casos y aplicaciones practicas referidas al derecho de familia, los daños involuntarios en la administración de tierras, el robo, la esclavitud, la malversación de fondos, el asesinato, el saqueo…, ¡hasta la regulación de créditos e intereses! La pena de muerte incluida entre los castigos se aplicaba de cuatro formas: el condenado podía ser apaleado hasta su fin, ahogado en el río, incinerado en una hoguera o empalado vivo.
Los especialistas afirman que es preciso estudiar las Leyes de Hammurabi no solo desde el punto de vista jurídico sino también del literario. Entre otras cosas, porque idealizan su visión de a sociedad en la antigua Babilonia. En ella, por debajo de los dioses y de su primer servidor, el rey, encontramos tres grupos sociales diferentes: los awilum o ciudadanos libres, los mushkenum cuyo estatus concreto ignoramos pero todo hace suponer que eran el equivalente a los funcionarios, puesto que estaban ligados a la organización del Estado y los wardum o esclavos que, curiosamente, podían yegar a tener propiedades privadas. Tras la muerte de Hammurabi, el imperio babilónico se desintegra y se suceden las oleadas invasoras, las más importantes de las cuales son, desde el norte, las de los hititas de Anatolia y los Hurritas de Mittani y, desde el este, las de los Casitas. Más tarde hará su aparición en escena el último de los grandes pueblos conquistadores de la región: los asirios. El primero de los grandes reyes de estos guerreros belicosos y metódicos que tanto perfeccionaron las tácticas de asedio y asalto fue Tukulti-Ninurta y su capital, Assur. Con el tiempo la consideración de ciudad más importante recayó sucesivamente en Nínive, Nimrud, Dar-Sharrukin… Orgullosos y poco partidarios de mostrar piedad hacia el enemigo, los asirios conquistaron cuanto se les puso por delante, incluido parte de Egipto y lo que hoy conocemos como Armenia, y aplastaron cualquier conato de rebelión en las tierras bajo su control como Palestina y Fenicia. También arrasaron Babilonia que, aun dentro del imperio, constituía un molesto foco de resistencia cultural y religiosa nostálgico de su propia grandeza. Sus fronteras y su poderío yegaron al cénit con Asurbanipal quien, entro otras cosas, dispuso de una biblioteca rival histórica anterior de la de Alejandría, con el mayor número de documentos muchos de ellos de gran calidad jamás antes reunidos bajo el mismo techo… Pero Asiria también envejeció, perdió fuelle y finalmente hincó la rodilla. Babilonia resurgió entonces de sus cenizas y durante un tiempo brilló como en tiempos pasados bajo la forma del imperio caldeo. Su principal soberano en esta época fue Nabucodonosor II, de doloso recuerdo para los judíos porque entre otras campañas, durante sus más de cuarenta años de reinado, tuvo tiempo de derrotarles y destruir el famoso Templo de Salomón, del que hoy en Jerusalén solo resta un pedazo de desgastada pared conocida como Muro de las Lamentaciones. La decadencia de los sucesores de Nabucodonosor fue castigada con el fin del control sobre las tierras de Mesopotamia, ya que se mostraron impotentes para detener, cuando hizo su aparatosa entrada en escena, a la nueva potencia que, surgida del este, se disponía a relevarles en el mando: Persia. El rey persa Ciro fue el encargado de tomar Babilonia, que lo recibió como a un libertador después de la desastrosa administración de la última dinastía local. Ciro traía nuevos usos y costumbres, nuevas armas, nuevos dioses… Con Ciro terminaba una época y se inauguraba otra diferente, con nombres de resonancias igualmente legendarias como los de Darío, Jerjes y otros, quo marcarían el camino a seguir hasta que la expansión hacia el oeste llevara al choque contra el que muchos expertos consideran el guerrero más grande de la Antigüedad: el macedonio Alejandro Magno. Pero esa es ya otra historia, que alguien con mayor conocimiento se las relatará.
El Enigma Judaico…
Antes de enumerar y detayar las creencias mitológicas de las gentes que poblaron las tierras entre el Tigris y el Éufrates, conviene detenerse un último momento en uno de los aspectos más sorprendentes con los que se topa cualquiera que examine con detenimiento la evolución de Mesopotamia: su privilegiada relación con el pueblo judío en general y con el judaísmo como religión en particular. Resulta una cuestión espinosa por la que la gran mayoría de estudiosos y académicos suelen pasar de puntillas para no entrar en arduos debates de inciertas consecuencias, pero es apasionante. A pesar de que oficialmente solo se reconocen ciertos paralelismos y conexiones lógicas entre judíos y mesopotámicos, los hechos son tozudos. Y los ellos parecen demostrar que ni la religión judía ni su máxima expresión escrita, el Antiguo Testamento, son creaciones tan originales como podrían parecer sino más bien adaptaciones y compilaciones de mitos y leyendas de origen mesopotámico que se van alternando con determinados hechos históricos del pueblo de Israel hasta forman el corpus cultural que conocemos. Aunque esta afirmación suene a primera vista como una herejía, consideremos que el mismo Abrahán, el patriarca judío también venerado como predecesor del Islam, fue destinado pon su dios para fundar “un gran pueblo” que “heredaría la tierra de Canaán: él mismo seria considerado “padre” de “las naciones de la tierra” que gracias a su actuación personal serían así “benditas” … Pero la misma Biblia señala que Abrahán nació en la ciudad de Ur durante el período de dominación caldeo aunque su clan, allí instalado desde tiempos no fechados, fue obligado a desplazarse primero hacia el norte, hacia Darán, probablemente empujado por los amorreos, y mas tarde hacia el oeste en dirección a Egipto. No es un simple dato anecdótico, pues existen infinidad de coincidencias y hechos relacionados entre las dos tradiciones: la epopeya de la creación del mundo, la descripción de un Paraíso Terrenal con historia de fruto prohibido incluida, la creación del hombre a partir del barro y la existencia de un devastador Diluvio Universal, las fórmulas jurídicas del rey de origen semita Hammurabi tan similares a las normas y sentencias legales hebreas, algunas liturgias religiosas de unos y otros, el hecho de que los dioses utilicen una larga escalinata para subir y bajar del cielo como los ángeles del famoso sueño de Jacob, las tablas de la ley del dios Henri donde están grabadas las principales reglas para el hombre exactamente igual que en las de Moisés, el extraordinario parecido entro obras concretas como el Libro de Job y el babilonio Quiero alabar al Señor de la Sabiduría o el Cantar de los Cantares con otros poemas de la literatura babilonia…, son demasiadas casualidades juntas para hablar de meros paralelismos (algunos expertos relacionan también al Cantar,.. con las literaturas amorosa y religiosa del Antiguo Egipto: por ejemplo, su himno 104 dedicado al Creador es muy parecido al bello texto que Amenofis IV/Akhenaton dedicara al espíritu del sol representado en Atón; otras obras judías no escapan de esta clara influencia, como se ve en el Libro de los Proverbios, muy claramente inspirado por el canto egipcio El justo sufriente y el impío triunfante). Y si todo lo anterior resulta políticamente incorrecto, aún queda lo peor: ¡El propio dios judío cuyo nombre sagrado se resume en un tetragrama formado por cuatro consonantes: ¡Yhwh al que el concepto oficial occidental nos describe como la primera divinidad monoteísta de la Historia, tiene tras de si un oscuro pasado! En algunos textos cuneiformes aparece una divinidad secundaria de los semitas del oeste bajo el nombre de Ja-U Bani. Y en las tablillas rescatadas en las excavaciones de Mari y Ugarit encontramos a Yawi o Yahawi. El dios judío también fue conocido por el nombre de Baal, palabra que significa “Señor” y que inicialmente se aplicaba a diversos dioses del Oriente Medio que fueron a la postre satanizados en el imaginario colectivo durante la época medieval el caso más conocido es el del dios de la ciudad de Ekron, adorado por los filisteos, yamado Baal Zebub, etimológicamente “el señor de las moscas”, que fue transformado por arte de birlibirloque en el horroroso y temible Belcebú. Sin embargo, en el Antiguo Testamento cuando leemos que uno de los soldados que se unieron a las tropas del rey David en Siceleg se yamaba Bealías, cuyo nombre se traduce: “Yhwh es BaaI”. Y unos trescientos años más tarde, el profeta Oseas anunciaba que, al renovar la Alianza, Yhwh había insistido en que (el pueblo de) Israel “me yamará a partir de ahora “mi marido” y no me yamará más “mi Baal”. Por supuesto no faltan las hipótesis del posible origen egipcio: desde las que se refieren al mismo culto a Atón, hasta las que apuntan a una deidad de la región del Sinaí conocida como Yahu o Soped y que estaba especializada en desatar guerras y tempestades. En todo caso, hasta las características que definen a la divinidad judía son similares a las de otros dioses mesopotámicos como Marduk o Anu. Porque, en contra de lo que suele repetirse falazmente y a pesar de que los propios rabinos y los ultraortodoxos israelitas se cansen de recordar lo contrario, el judaísmo no es la primera gran religión monoteísta. Ni siquiera es una de ellas. Exactamente igual que sucedía con las deidades de Babilonia, de Ur, de Nínive…, que eran personales de cada ciudad, Yhwh es única y exclusivamente su dios, porque ha firmado una Alianza solo con este pueblo, no con nadie más. En el Antiguo Testamento se enfatiza mucho esta idea, que se demuestra en el hecho de que, en efecto, Yhwh rivaliza con las divinidades de otras naciones a las que ordena exterminar sin piedad. Este dios atronador, cruel y vengativo, en ocasiones incluso contra sus propios adoradores, no tiene nada que ver con el que predicó Jesucristo que, puestos a establecer comparaciones, podría haberse inspirado en el Atón egipcio cuya motivación básica es el amor y el perdón universales, es decir: para todas las naciones, para toda la Humanidad. Así, la Biblia resulta el libro mas extraordinario si cabe puesto que en el mismo volumen tenemos el fundamento de dos religiones diferentes que, por motivos políticos y religiosos, han sido confundidas entre si hasta dar la impresión de que en realidad se trata de dos fases diferentes de la misma fe. En todo caso, para lo que a este texto afecta directamente, todos los datos anteriores sirven para apuntalar una hipótesis minoritaria, pero curiosa según la cual los hebreos podrían haber sido los últimos sumerios si no étnica, si al menos culturalmente que, anulados y vejados por las sucesivas invasiones de sus tierras, decidieron emigrar para intentar mantener viva su identidad nacional. Si analizamos todas las características de las ciudades-estado sumerias, podemos ver que el fenómeno urbano que ellos construyeron y destruyeron sucesivamente se repite en las ciudades-estado griegas, se perfecciona en Roma, se multiplican en las diferentes ciudades europeas de la edad media, se reproducirán como hechuras de éstas en el Nuevo Mundo descubierto. En el caso de éstas últimas, las Ordenanzas Reales de la corona española, por ejemplo, señalaban con la precisión que los sumerios habían aportado como primera civilización, en cual topografía debía fundarse una ciudad del Reino en el Nuevo Mundo, cerca de fuentes de agua de escorrentía, con precisa ubicación de la dirección de los tiempos y del sol, y demás. De la misma forma que la primera construcción sería el Templo de Adoración, similar a como fue en Herid, alrededor del cual se dispondrían las construcciones civiles, así como el amurallamiento para la defensa como lo fueron los castillos o fuertes militares. Además de que cada ciudad fundada en este continente por la corona española, francesa, inglesa, holandesa, estaba consagrada a un Santo o Santa para su protección, tal como lo fueron las ciudades sumerias y su miríada de dioses. También las ciudades de hoy tienen el problema de las migraciones, externas e internas como siempre las urbes han ejercido el influjo del sueño humano de evolucionar. Muchas conocieron las migraciones pacíficas que pretendían adquirir lo que hoy yamamos transferencia de tecnología; pero también conocieron las migraciones que trajeron peligrosidad y alteración de su paz, como hoy en Venezuela, paradigma inédita en América latina como receptor de migraciones no comparable a ningún país de esta región, que hoy envía una migración para tristeza nuestra, y que nuestras ciudades padecen una violencia extremadamente criminal, que era característica de otras de otras ciudades, como Ciudad de México, o cualquiera de las más violentas ciudades colombianas, de la peligrosa y violenta Nueva York o Miami. Esta perspectiva merece ser estudiada en profundidad para ver los paralelos históricos, sus leyes, sus características a través del desarrollo cierto de la humanidad.
La inmortalidad solo abre media hoja de su puerta estrecha y deslumbrante.
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