Hay diferencias entre ser jefe y ser líder. El jefe ordena, los subordinados deben obedecer aún si están en desacuerdo con la orden, y aunque puede haber jefes democráticos, las jefaturas no se suelen discutir. Los líderes, en cambio, animan, iluminan, escuchan y observan para interpretar el sentir de los demás, no imponen, acompañan. Los demás deciden si le siguen o no.
Líder fue Gandhi, defendía a otros, predicaba con su vida y ejemplo, conversaba, incluso cuando proponía una acción no violenta para protestar, como, por ejemplo, sentarse en la puerta de una empresa y no entrar a trabajar, no impedía que entraran los que no estuvieran de acuerdo con el plantón.
Líder fue Martín Luther King, que compartía sus sueños: “Yo tengo un sueño. Que mis hijos no serán juzgados por su color de piel… Tengo un sueño, que los blancos y los negros podrán estar juntos…”
Líder fue Monseñor Romero, que instaba a las autoridades a escuchar el clamor del sufrido pueblo salvadoreño. “Somos del mismo pueblo”, les decía a los soldados, a los uniformados, para que cesara la represión.
Líder Mandela, que después de mas de dos décadas preso por su lucha contra la política discriminatoria de la minoría blanca, y salió de la cárcel diciendo que la venganza era mala consejera, reuniéndose con unos y otros, que paró una guerra civil en Suráfrica, supo escuchar a unos y otros.
Líder es Malala, la Premio Nobel de la Paz, que no ordena, que escucha historias de niñas y jóvenes desplazadas, que les anima a soñar y seguir sus sueños, que insiste en defender el derecho de las niñas a estudiar.
No sé si saben, pero ahora en los concejos comunales no se habla de “líderes de calle” sino de “jefes de calle”. O sea, son personas que deben ejercer una jefatura, que están en la comunidad para mandar, como jefes, no para escuchar y animar, y unir sino para mandar.
Habrá que preguntar si esa lejanía entre “dirigentes”, o entre políticos, autoridades y la población en general, no tiene mucho que ver con esa actitud y discurso de esos actores y su relación con la población. Mientras la mayoría de los venezolanos se ocupa en ver cómo resuelve problemas básicos, necesarios para sobrevivir, como por ejemplo acceder al agua potable, o conseguir gasolina, o qué malabarismos hacer para que sus hijos sigan estudiando, la mayoría de los políticos están enfrascados en sus asuntos partidistas, en diatribas internas o en discutir entre diferentes grupos. Sin escuchar “el clamor del pueblo”.
Nos consta que cuando hay líderes – y no jefes – en las escuelas, se une al personal, a los estudiantes, a las familias, para trabajar por el “bien común”, como el caso de la escuela María Luisa Tubores, de Fe y Alegría en Nueva Esparta. La directora, verdadera líder, la inscribió en un concurso de proyectos de una empresa, lo ganó, y con el aporte pudieron comprar los materiales para echar el piso de un pasillo. Esta semana, las familias se organizaron para echar el piso, todos con mucho entusiasmo porque quieren a la escuela, porque será una mejora para sus hijos.
Me consta que cuando se proponen proyectos de participación a niños y adolescentes atractivos, que parten de los intereses de ellos, se anotan sin dificultad, de manera voluntaria, sin empujarles.
He sabido de propuestas organizativas exitosas en comunidades populares en donde pueden sentarse vecinos que pueden catalogarse como de “oposición” con vecinos que pueden catalogarse como “chavistas”, en torno a problemas comunes. Con liderazgo honesto, asertivo.
Venezuela, en todos sus espacios, necesita de líderes para llegar a acuerdos que permitan enfrentar los problemas comunes, como, por ejemplo, salvar la educación, que lleva años en emergencia. O ponerse de acuerdo para reactivar el aparato productivo, o para enfrentar el crecimiento del crimen organizado, o todo el tema de los malos o inexistentes servicios públicos.
Necesitamos líderes que iluminen, que miren más allá. Jefes mandando ya hay muchos y esos poco escuchan.
Hagamos las paces.
@luisaconpaz