Cada vez más a menudo tengo la amarga sensación de que pertenezco a una especie invasora. Somos seres depredadores que invadimos cualquier espacio, que dominamos a cualquier otra especie, que destrozamos nuestro hábitat y que incluso nos matamos a nosotros mismos.
Sin embargo, la percepción de “depredación” proviene fundamentalmente de nuestro éxito: nuestra súper población.
No podemos negar que somos animales fantásticos, creativos, imaginativos, culturalmente indestructibles. Hemos conseguido dos grandes conquistas: por una parte, aumentar nuestra población controlando la mortalidad infantil, y, por otra parte, alargar nuestra esperanza de vida. Así pues, cada vez SOMOS MÁS Y VIVIMOS MÁS. Un hecho realmente extraordinario que corresponde a una especie inteligente de forma cooperativa.
Salvo que nuestro propio éxito se ha convertido en nuestra propia amenaza.
En primer lugar, como advierten muchos especialistas, entre ellos Eduard Costas (catedrático de genética de la UCM), “las especies que, como la nuestra, consiguen un éxito descomunal, pagan por ello un terrible precio”. Hemos iniciado un largo periodo de calentamiento letal que podrá llevarnos a la extinción.
Hoy, ya somos conscientes de los daños irreparables a nuestro planeta. El calentamiento global está teniendo consecuencias gravísimas en nuestro clima; lo vivimos ahora con las olas de calor, llegarán posteriormente las tormentas descomunales, hay que sumar los incendios devastadores, la contaminación de los mares, y un largo etcétera que está destrozando nuestra Casa.
En segundo lugar, gracias a la cultura en todas sus dimensiones, especialmente en la industrialización y la tecnología avanzada, nos hemos convertido en la especie dominante en el planeta, hasta tal punto, señala E. Costa, que “se estima que el total de los productos que cultivamos, fabricamos o criamos (la llamada Tecnoesfera) tiene en la actualidad más masa que todas las demás especies de seres vivos del planeta juntas”. Lo que significa que nuestro éxito perjudica claramente al resto de las especies: cada día se extinguen algo más de 150 especies, un ritmo de extinción 100.000 veces mayor del que se daba antes de nuestra tecnología. Alrededor del 75% de todos los peces, aves, reptiles y mamíferos fueron aniquilados por la actividad humana a partir de 1970.
En tercer lugar, se calcula que en el 2050 la población mundial alcanzará los 10 mil millones. Un éxito increíble, pero que dificultará nuestro crecimiento económico a expensas de la degradación del planeta. De hecho, se prevé que la mitad de las especies de plantas, animales y microorganismos del mundo se extinguirán para el 2050 debido a la contaminación ambiental y la sobreexplotación de recursos naturales.
¿Existirán suficientes recursos naturales (gas, petróleo, maderas, coltán, zinc, litio, níquel, etc) para mantener nuestro exigente y creativo nivel de vida tecnológico?
Nuestra población aumenta, pero nuestro planeta no crece más, no se amplía, y sus recursos son limitados.
Según el informe de Perspectivas de la Población Mundial, el 15 de noviembre de este año 2022 alcanzaremos los 8000 millones. India superará a China como país más poblado del mundo en 2023. Y el continente más joven y con mayor proyección de crecimiento es África.
Según datos de la ONU, más de la mitad del aumento de la población mundial previsto hasta 2050 se concentrará en ocho países: Egipto, Etiopía, India, Filipinas, Nigeria, Pakistán, República Democrática del Congo y Tanzania. Se espera que los países del África subsahariana contribuirán con más de la mitad del crecimiento de la población mundial previsto hasta 2050.
Es cierto que la población mundial crece a su ritmo anual más lento desde 1950, estando por debajo del 1% en 2020. Pero no es suficiente. Porque al crecimiento de población hay que sumar la longevidad de nuestra especie.
Esto significa que dos tercios de la población mundial vive en un área con una fecundidad inferior a 2,1 nacimiento por mujer; al mismo tiempo, que se concentra una población envejecida. Se estima que la proporción de la población mundial de 65 años o más aumentará del 10% en 2022 al 16% en 2050. Para entonces, se espera que el número de personas mayores de 65 años en el mundo más que duplicará el número de niños menores de 5 años, y llegará a igualar la población de niños menores de 12 años.
Sin embargo, la solución al envejecimiento no puede ser el aumento de la natalidad (no cabemos tantos en el planeta).
De hecho, la cultura debe ser quien regule el control de natalidad en países donde la religión, la política, las creencias, y la propia supervivencia condicionan todavía a que las mujeres tengan seis y siete hijos. Un número grande de nacimientos se debía principalmente a la elevada mortalidad infantil, pero este hecho se ha corregido exponencialmente.
Mientras la cultura se enfrenta al control de la población, por otra parte la ciencia desequilibra la necesaria renovación de la especie humana. La esperanza de vida se ha ido alargando en todos los países del mundo. Es un gran éxito: vivimos más y vivimos mejor. Las condiciones de alimentación y sanidad de muchos países junto con la ciencia han favorecido la longevidad. Incluso hay científicos que alardean de que podremos “matar a la muerte”. No sé si llegaremos a tanto, pero hay investigadores como el biólogo Andrew Steele que plantea “que no existen razones para que los humanos no puedan llegar a vivir 200 años de vida”.
Conclusión: resulta difícil, incómodo e incorrecto plantear que no podemos seguir aumentando la población y que hay que frenar los nacimientos. Como también resulta antipático que debemos pensar en la muerte como algo inevitable que no debemos eludir.
Cualquier medida de reducción de consumos, de reciclaje, de frenar la contaminación, etc, es una gota en un océano de humanos que nos hemos convertido en una especie depredadora de recursos naturales. Nuestro propio éxito es nuestra propia amenaza como especie y para nuestro planeta.