Vivimos en una época de crisis e incertidumbre. Pareciera que la organización de la vida y la representación del futuro, tal y como lo imaginamos, están siendo desafiados por dinámicas globales que trascienden nuestro entendimiento y nos arrastran hacia situaciones inimaginadas y hasta distópicas. La aparición, hace más de dos años, de un virus de presumible origen zoonótico —enfermedad infecciosa y transmisible de animales vertebrados a seres humanos— como la covid-19 es prueba de ello y, desde entonces, nuestras vidas se han visto totalmente trastocadas. Salvando las distancias, lo mismo podría decirse del cambio climático antropogénico, que es aquel que procede de los seres humanos y que tiene efectos sobre la naturaleza.
Si bien la comunidad científica se viene pronunciando sobre el tema desde hace más de 30 años, la evidencia acerca del aumento sostenido de la temperatura, y las proyecciones futuras sobre el calentamiento del planeta son cada día más contundentes, y así lo confirma el sexto informe del Panel de expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) entre 2021 y 2022.
La covid-19 y el cambio climático tienen varios puntos en común. Ambos son globales en escala, y locales en impacto, no hay ningún país que pueda afrontarlos de manera aislada, y abordar su complejidad requiere la inclusión de diferentes tipos de conocimientos y experiencias a través de enfoques transdisciplinarios.
En este sentido, la covid-19 y el cambio climático, lejos de ser asuntos estrictamente científicos, son problemas políticos y sociales. Por lo tanto, nos interpelan a pensar los múltiples aspectos involucrados, desde los patrones de producción y consumo, la percepción del riesgo y sus aspectos ético-políticos, los modelos de desarrollo vigentes y deseables de sociedad, hasta los vínculos que los seres humanos establecemos con la naturaleza.
Los cambios en los ecosistemas y el surgimiento de nuevos virus
Este último aspecto es crucial y cada día toma mayor relevancia en los debates científicos, en los medios de comunicación y en la sociedad civil. En efecto, un estudio publicado en la revista Nature sugiere recientemente que los cambios bruscos en los ecosistemas y la destrucción de hábitats, más las altas temperaturas que sobrevendrán en el futuro, pueden generar un ambiente idóneo para la emergencia de una «red de nuevos virus» y la transmisión de enfermedades con potencial de afectación a los seres humanos.
El estudio destaca que la migración de especies silvestres por la pérdida de hábitats naturales y el cambio climático antropogénico podrían generar las condiciones para el intercambio viral entre especies que no han tenido contacto previamente, lo que facilitaría el contagio zoonótico.
En esta misma línea otros estudios han postulado que la covid-19, en tanto virus zoonótico, podría catalogarse como una enfermedad del Antropoceno, producto de procesos complejos en los que se imbrican la extinción de especies y la pérdida de biodiversidad, la deforestación y los cambios en el uso del suelo para tierras cultivables y producción ganadera intensiva, y con las alteraciones que estos procesos conllevan para la salud humana y planetaria.
En América Latina, por ejemplo, las tasas de deforestación ilegal no han parado de crecer tanto en la región del Amazonas como en el Chaco argentino. Para este último caso, entre 2000 y 2019 se han deforestado 5 millones de has, dentro de las cuales el 40% fue ilegal y produjo la pérdida de bosque nativo.
Este y otros síntomas de nuestra época indicarían que hemos entrado al «Antropoceno», una nueva época geológica en la que los seres humanos nos hemos convertido en una fuerza de transformación global y planetaria.
El Antropoceno: la irrupción de la humanidad como fuerza geológica
Si hay algo certero es que los cambios en el mundo se han acelerado descontroladamente. De tal magnitud ha sido la intervención humana en el planeta que los científicos, a escala internacional, discuten nuestra posible entrada a una nueva época geológica en la historia de la tierra que han llamado el Antropoceno.
Acuñado por el premio Nóbel de química, Paul Crutzen, y el biólogo Eugene Stoermer en el año 2000, el concepto da cuenta del dominio de los seres humanos sobre la faz de la tierra, por lo que han dejado de ser meramente agentes biológicos para convertirse en agentes geológicos con capacidad de transformación estratigráfica global.
En un artículo seminal, Crutzen propone el inicio del Antropoceno con la revolución industrial y el cambio en la matriz energética hacia una economía fósil a fines del siglo XVIII. Tanta influencia ejerció este primer artículo en los ámbitos científicos que en el año 2009 se creó el Grupo de trabajo del Antropoceno (AGW), dependiente de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, con el objetivo de buscar evidencias estratigráficas, posibles marcadores y periodizaciones en el registro geológico.
Este grupo de trabajo ya ha presentado una propuesta formal, pero aún no ha sido refrendada por los expertos geólogos. Sin embargo, más allá de que sea aceptada o no, las discusiones sobre el Antropoceno han tomado una relevancia inusitada tanto dentro del ámbito de la geología como en el de las humanidades ambientales, las artes y los medios de comunicación.
Retomando las discusiones sobre los posibles inicios del Antropoceno, un grupo de científicos del Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo, liderados por Will Steffen, han demostrado cómo ciertos parámetros socioeconómicos y del sistema tierra han tenido un crecimiento exponencial a partir de 1950 con la llamada «Gran Aceleración».
En efecto, parámetros socioeconómicos, como el aumento en la producción y el consumo, el mayor uso energético, el crecimiento poblacional y la migración hacia las ciudades, el mayor uso del agua, hasta las telecomunicaciones y el turismo han aumentado de forma pronunciada desde 1950. Estas tendencias se reflejan en las dinámicas del sistema terrestre a través del incremento de los gases de efecto invernadero (GEI) (dióxido de carbono, metano), el aumento de la temperatura terrestre, la pérdida de bosques tropicales y la degradación de la biosfera terrestre. Inclusive, las pruebas con armas nucleares luego de 1954 también son un posible marcador del fin del Holoceno y las condiciones socioambientales que permitieron el desarrollo de la humanidad tal y como la conocemos.
La responsabilidad del «Anthropos»
Las discusiones sobre el Antropoceno son múltiples tanto desde el ámbito geológico como desde las ciencias sociales y humanas que problematizan la responsabilidad de ese «Anthropos». ¿Es posible hablar de la especie humana como la creadora de las condiciones de crisis ambiental y ecológica actuales? ¿O deberíamos hablar de un sistema económico, una ideología, fomentada por el sistema capitalista de producción y consumo?
Tal como sucede con el cambio climático antropogénico, no podemos atribuir la misma responsabilidad en esta crisis a comunidades sustentables que viven en armonía con la naturaleza que a determinados sectores socioeconómicos que la depredan para generar mayor rentabilidad. Por ello, se ha propuesto llamar a esta época con el nombre de Capitaloceno.
La complejidad de nombrar a esta época actual ha llevado a importantes debates terminológicos. En este sentido, se han propuesto el occidentaloceno, destacando la responsabilidad de países occidentales sobre la situación actual; tecnoceno, que pone el acento en la tecnología, y hasta plantatioceno, concepto que da cuenta de la responsabilidad de las formas de producción intensivas y de monocultivos en las transformaciones sociales y ambientales.
En tanto idea para pensar, el Antropoceno se ha convertido en un núcleo de debate inter- y transdisciplinario sobre cómo los seres humanos cohabitamos con otras especies en el planeta, y fundamentalmente su interdependencia.
Entonces, a la luz de las grandes encrucijadas que estamos experimentando con el cambio climático y la covid-19 como símbolos y síntomas de esta época actual, necesitamos estrategias de acción colectivas.
Ya no podemos esperar que las soluciones provengan solo de las esferas tecnocientíficas. Necesitamos incluir a la sociedad civil tanto en los debates como en la acción para repensar en conjunto los modelos de desarrollos vigentes y deseables de sociedad, y la reconexión con el ecosistema terrestre del cual somos parte.