Ya tenemos un tiempo viviendo una situación de crisis de suministros. Es un problema de alcance global que va prácticamente a la par de la pandemia de Covid-19 y, sin embargo, cualquier explicación que queramos darle no deja de ser una simplificación, comienza por poner en claro Rodrigo Rodríguez, socio de la firma PwC Venezuela.
¿Por qué? Los mercados están ante un conjunto de factores increíblemente complejos, y son muchísimas las variables que se combinan e intervienen en una explicación de este tipo.
Para empezar, expone el ejecutivo, más del 80% de los bienes que se consumen en el mundo se transportan por vía marítima; por lo tanto, cualquier pequeña afectación que haya en estas cadenas de distribución tiene repercusiones globales.
– Una tormenta perfecta –
“Creo que en este momento el elemento clave es que se combinan una cantidad de variables que forman una tormenta perfecta. Y uso la frase ‘tormenta perfecta’ porque siempre ha habido elementos de afectación, pero nunca se combinan de la manera en que se han hecho durante estos últimos meses”, opina Rodríguez.
Va directo al grano y dice que se debe arrancar por la raíz: la paralización que se produjo a partir del Covid-19, porque se trata de una contracción inmediata de toda la actividad económica que rompió el circuito consumo-producción.
“Y ese es un circuito esencial, que potencia toda la dinámica del intercambio internacional, el crecimiento, y su interrupción genera un shock de oferta”.
A partir de allí –avanza en su declaración- se generó un elemento fundamental que fueron las distintas formas de actuación entre los países, junto con diversas maneras de considerar la afectación y diferentes períodos de recuperación. Ese cúmulo de variadas respuestas lo que hizo fue empeorar la situación, calibra el experto.
“Y potenciar un desequilibrio global, que además viene dado porque no solo hubo distintas maneras de actuar frente a la crisis sanitaria, sino diferentes períodos de afectación entre hemisferios, ni siquiera hablo de países”, señala Rodrigo Rodríguez, socio de PwC Venezuela.
– Tendencia a la desglobalización –
Eso generó un desequilibrio muy importante que potenció una tendencia que ya se venía observando, hacia una individualización de las naciones. Podrá sonar algo exagerado, pero me atrevo a hablar de una tendencia a la desglobalización, desemboca en algo que puede parecer asombroso.
Porque las empresas tratan de tener bajo su control aspectos de sus mercados que pensaban que funcionaban bajo dinámicas propias, los cuales, en efecto, fallaron.
Rodríguez se refiere a la idea de la libre circulación de insumos, capitales y productos en el mundo. Cuando se produce una crisis de esta magnitud, cuando se sufre una contingencia que no se tenía prevista en un plan razonable de riesgos, los gerentes se percatan “de que no es tal la libre circulación de suministros, y de los demás aspectos ya mencionados”.
“Esto acentúa la necesidad de controlar los ámbitos directos de acción e influencia, como las cadena de valor, y probablemente, esta presión genere actuaciones más individuales de cada uno de los países, tratando de producir lo mejor para sí mismos, lo cual contribuye a la desglobalización, a la individualización, o incluso a la regionalización, si queremos verlo de esa manera”, va al detalle el experto.
– El sistema “justo a tiempo” está cuestionado –
Entonces, Rodrigo Rodríguez considera que el sistema comercial generado por la globalización, y el archiconocido sistema logístico denominado “justo a tiempo” pasan a estar cuestionados como paradigmas comerciales a escala global.
Este modelo se define como una fórmula eficiente de contar con insumos en cantidades suficientes y/o necesarias en el momento oportuno para producir bienes, debido a su oferta de eficiencia en costos, pero que requiere una cadena de suministros robusta, en función de no acumular inventarios excesivos.
Este sistema demostró su vulnerabilidad con componentes clave. El socio de PwC recuerda el caso de los microchips para la industria automotriz. No se puede trabajar bajo un esquema de “justo a tiempo”, cuando no se sabe qué afectaciones pueden registrarse del otro lado del mundo, las cuales, quizá, van a tener una influencia directa “en la capacidad de producir dentro de otro país, dentro de otro hemisferio, de forma oportuna y rentable para satisfacer una demanda” que ahora podría comenzar a crecer.
“Esta situación sigue siendo una realidad hoy, más allá de que haya pasado un tiempo; en mi opinión, nadie esperaba que en un par de años todo se normalizara; eso va a tomar algo más de tiempo”, proyecta Rodríguez.
“Pero tampoco esperábamos que se sumaran conflictos y problemas que ahondaran y empeoraran la situación. La verdad es que hoy, casi dos años después, seguimos igual o peor. Ahora tenemos a China decretando nuevos confinamientos, con nuevos brotes de Covid, y hay un monopolio de ese país como fábrica del mundo”, condimenta su análisis el especialista.
Luego, calibra Rodríguez, hay un oligopolio de parte de las compañías navieras –porque no son más de 10-, entre las que tienen un alcance global, para determinar las condiciones y precios de fletes en el comercio internacional.
– La guerra entre Rusia y Ucrania –
“Pero al final, luego de dos años, cuando el manejo de la pandemia ha sido lo suficientemente eficaz para decir que la emergencia sanitaria se ha visto atenuada, llega la guerra entre Rusia y Ucrania para inyectar un sustancial desequilibrio a una situación que no termina de ajustarse”, expone el socio de PwC Venezuela.
Relata que en el caso de la guerra hay que tener en cuenta que Rusia es el tercer exportador de energía del mundo.
Además, este conflicto tiene un elemento fundamental: antes de la guerra “ya teníamos la polarización, la pérdida de confianza en las instituciones, en los gobiernos, que genera una incertidumbre generalizada”, una situación de conflictividad geopolítica que por supuesto afecta los flujos comerciales.
Frente a todos esos factores, Rodríguez indica que hay que considerar la capacidad de importación y exportación combinada que tienen Rusia y Ucrania. Energías y combustibles –bastante evidente en el caso de Rusia-, materias primas e incluso servicios que estos países importaban –porque no solo es la exportación-, implican severos impactos en el intercambio a escala regional europea, con incidencias en el comercio global.
“Rusia y Ucrania son los principales exportadores de trigo, con cerca del 30% de la oferta mundial; 19% del comercio global de maíz, así como volúmenes de producción relevantes de aceite de girasol, fertilizantes, aluminio, acero, e incluso gases como el neón, producido por Ucrania, los cuales resultan esenciales para la fabricación de semiconductores, que tanto se usan en la era digital”, desemboca Rodríguez en un caso palmario.
– La mayor inflación en 40 años –
Y va a las ideas gruesas: “Hemos alcanzado niveles de inflación no vistos en 40 años, con niveles más cercanos al 8% que al 5% que inicialmente se esperaba, potenciados por shocks de oferta, la subida de los precios en la energía y por todos los commodities”, reflexiona.
“Esta tormenta perfecta generará una inflación generalizada, con crisis importantes para países dependientes del comercio de alimentos, por ejemplo”, vaticina Rodríguez.
Ahora bien, ¿Qué pasa en el caso de Venezuela? Nuestro país –dice el experto de PwC- no solamente venía atravesando patologías de base, y no se refiere solo a la crisis eléctrica, o la crisis en general de servicios públicos; “me refiero nada más y nada menos a que Venezuela sufrió la hiperinflación más elevada y la contracción más profunda en la historia de América Latina”.
Entramos a una situación de shock global por el Covid-19 y todos los efectos de la pandemia, que se vincula con una condición económica que nos coloca en una situación más vulnerable que la de nuestros pares de la región, reflexiona Rodríguez.
La respuesta que dio Venezuela –pondera- no fue equivalente a la del resto de sus vecinos; mientras otros países impusieron políticas de estímulo monetario para contener el ciclo recesivo de sus economías, Venezuela venía de una situación de gran desequilibrio, que nos ponía en una posición realmente compleja frente a este shock de la pandemia.
En concreto, la respuesta venezolana fue mantener el ajuste monetario que se venía ejecutando para contener la inflación y la depreciación del bolívar y dar ayudas focalizadas, porque, además, la situación fiscal del gobierno era severamente complicada.
– El difícil renacer de los privados –
Rodrigo Rodríguez, socio de PwC Venezuela, recuerda que el Estado había comenzado a ceder espacios al sector privado, a través de un proceso de reducción, ya que se había hecho cada vez más pequeño por su poca capacidad financiera y de gestión, de manera que los espacios que fue dejando fueron paulatinamente tomados por el sector privado.
“Eso se puede ver en las importaciones. Hoy tenemos un sector privado que retoma protagonismo en este aspecto”, pone de relieve el entrevistado, ya que, precisamente, este mayor peso específico del sector privado en las compras externas es un síntoma clave de la crisis del rentismo petrolero.
– Racionalidad –
El sector privado tiene que ser muy racional, porque se conjuga ese momento cuando recobra protagonismo con una situación de shock global, de crisis de suministros, por lo que debe ser muy eficiente y preciso al estimar la demanda local y los costos de importación, desmenuza con lujo de detalles.
Rodrigo Rodríguez echa la película atrás y rememora que Venezuela entró en una situación de crisis económica, de sanciones internacionales, y eso genera toda una estructura de “over compliance” sobre el Estado venezolano, la cual, por más que las sanciones estén dirigidas al sector público, “genera un clima de sobre-cumplimiento para las empresas privadas también”.
El sector privado se encuentra frente a una crisis de suministro que le pone dificultades sobre la mesa. Por ejemplo, a Venezuela no llegan la cantidad debida de buques, con la frecuencia debida, y con la capacidad que quisiéramos. Tampoco salen en la medida en que queremos.
“Venezuela se enfrenta a las dificultades en las estructuras de precios, costos, márgenes, que se han distorsionado mucho, tenemos una dolarización de facto sin políticas públicas de soporte, y el sector privado recobra protagonismo en este contexto”, da las dimensiones del problema.
Hay algo medular: las asimetrías de este binomio inflación/tipo de cambio. «Este desajuste genera un efecto fundamental, porque además de tener una inflación de facto, ese dólar pierde poder adquisitivo de forma acelerada”.
“En este escenario la toma de decisión para las empresas es muy compleja, porque estamos en un país con un gran potencial agrícola, pero debe importar maíz o trigo con procesos y costos sumamente complejos y elevados, debido a que se han elevado mucho los fletes; pero además no hay financiamiento. Y esas son actividades que usualmente funcionan altamente apalancadas”, topa con el drama de la Banca.
Rodrigo Rodríguez, socio de PwC Venezuela, cuenta las amargas consecuencias: “Entonces, no hay materia prima para producir. Y problemas para fijar precios. Es un mercado altamente competitivo con muchas incertidumbres para fijar reglas. El sector privado recobra peso como importador en una situación muy compleja, donde hay que ser muy racional frente al entorno, porque no hay manera de tener certidumbre sobre qué insumos se podrán traer, a qué precio, ni cómo se van a reponer, porque además no hay crédito.
Una Banca desnaturalizada
“Esta falta de crédito es un problema. Tenemos una Banca desnaturalizada, bajo una política de encaje severa, de manera que, quizás, el principal reto competitivo sea acceder al capital. Probablemente, el reto competitivo sea el apalancamiento”, pone los ojos en lo por venir. “Ese es el reto del empresariado y va a haber una competencia para acceder al financiamiento”, avizora Rodrigo Rodríguez, de PwC.
El empresariado –aconseja- debe estar preparado para presentar el potencial de sus compañías, así como para generar la confianza sobre la solidez de la conducción y funcionamiento de cada negocio.
Es preciso formalizar los negocios, aporta el experto. Generar confianza, transparencia y sostenibilidad.
La operatividad es tan compleja que absorbe toda la capacidad y “se come” a la estrategia. “Hay que recuperar progresivamente esa capacidad estratégica”, dice el experto.
“Es indispensable evaluar día a día cómo es nuestra situación desde el punto de vista de sistemas, estructura, gobierno corporativo, cumplimiento, auditoría, y contabilidad; son elementos que hoy día no consideramos los más relevantes, pero que vamos a tener que considerar al momento de acceder al crédito”, apunta el socio de PwC.
– Varios aspectos esenciales –
Rodrigo Rodríguez estima que hay que pensar –por la medida baja- en tres elementos esenciales: la planificación estratégica; una estructura sólida de gobierno corporativo; y después todo el esquema de administración de riesgos.
Para ir cerrando expone que hay que contar –además- con una estructura jurídico-institucional en el país que apoye el esfuerzo de la empresa privada, que supone tratados de protección de inversiones, esquemas de regulación de la doble tributación, y otras ventajas legales que se puedan encontrar bajo un paraguas corporativo.
Tenemos que pensar en nuestra estructura y en la revisión de cumplimiento, con sentido económico racional, para que tengamos certidumbre operativa y fiscal dentro de nuestra estructura operativa, recomienda Rodríguez.
Remata explicando que no se puede pasar por alto, como quinto y último elemento, al ESG (Enviromental, Social and Governance), un nuevo paradigma de desarrollo sostenible, como una nueva forma de responder a un grupo mayor de interesados. Es una filosofía para crear valor a largo plazo.
Todos estos temas son esenciales para los privados, y si no los gerentes no los toman en cuenta, no va a poder acceder al crédito, no van a poder acceder al capital que requieren sus compañías para poder hacer frente a todo el panorama que ya hemos descrito, concluye el experto.
Alejandro Ramírez Morón – Banca y Negocios