Felipe Sahagún: Taiwán, entre el águila y el dragón

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El jueves al menos 11 misiles chinos cayeron en aguas al norte, sur y este de Taiwan. Cinco de ellos, según Japón, en la zona económica exclusiva (ZEE) japonesa próxima a Okinawa, donde se encuentra una de las principales bases militares estadounidenses del Pacífico. China no reconoce esa ZEE como japonesa. Con estas maniobras, que incluyen las prácticas más intensas de fuego artillero en su frontera con Taiwan, China cerró prácticamente el espacio aéreo y marítimo de seis zonas alrededor de la isla. El mando militar chino de oriente, que cubre Taiwan, anunció tras la visita dePelosi a Taipei la movilización de más de 100 aviones de combate, bombarderos y otros aparatos, y de más de 10 destructores y fragatas. El viernes los observadores esperaban noticias de los dos portaaviones chinos, Liaoning y Shandong, fuera de sus bases desde hace días.

A diferencia de Bill Clinton en los 90, la tercera de las crisis que, desde 1949, han jalonado el enfrentamiento chino-estadounidense por Taiwan (las anteriores fueron en 1955-56 y en 1958), el Pentágono ha posicionado un grupo aeronaval -el del portaaviones Ronald Reagan- a mayor distancia del estrecho taiwanés y ha procurado en todo momento evitar una escalada que se le vaya de las manos. Además de las maniobras militares más importantes en la región en medio siglo, Pekín ha suspendido la importación de cítricos y otros productos taiwaneses, y la exportación de arena, tras el agua el recurso natural más utilizado en el planeta, y Taiwan ha puesto en estado de alerta sus fuerzas armadas a la espera de que la crisis remita a partir de este domingo, pero la anterior se prolongó durante meses y la actual tiene un contexto muy diferente y mucho más conflictivo.

Salvo por errores de cálculo como el que precipitó la Primera Guerra Mundial, que Henry Kissinger, artífice de la estrategia mantenida por EEUU hacia China desde los años 70 hasta 2017, recordaba hace dos semanas en Bloomberg como aviso de navegantes, ningún observador teme que estemos ya en puertas de una invasión militar china de Taiwan como la de Ucrania por Rusia del 24 de febrero. El propio Kissinger no la ve probable antes de 10 años.

Como decía el jueves a Radio Cooperativa de Chile Jorge Heine, ex embajador en China y la India, y autor de China en el siglo del dragón, recién salido de imprenta, la respuesta china a la visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, está siendo “muy agresiva”, pero “la sangre no llegará al río”. “EEUU aceptó una sola China en el Comunicado de Shanghai de 1972, lo que implicaba romper relaciones diplomáticas con Taiwan y evitar estos intercambios de dirigentes”, añadía. “Han vuelto a romper su compromiso… con el agravante de que en la crisis anterior el presidente de la Cámara que visitó Taiwan, Newt Gingrich, era republicano y el presidente era demócrata, Bill Clinton, mientras que tanto Pelosi como Biden son del mismo partido”.

Haciéndose eco de la posición oficial de la Administración Biden, que siempre ha considerado una provocación innecesaria y peligrosa la visita de Pelosi a Taiwan, algunos internacionalistas influyentes como Tom Friedman, del New York Times, o el Washington Post en su editorial del 2 de agosto, han dejado claras las principales razones que desaconsejaban el viaje.

Para Friedman, parafraseando los comunicados oficiales de Pekín, ha sido “irresponsable y peligroso”, no ayuda a nadie, no aporta beneficio alguno a Taiwan ni en seguridad ni en prosperidad, aumenta la tensión entre dos potencias nucleares, complica los esfuerzos de Washington para que Pekín ayude a buscar una salida a la guerra de Ucrania, olvida la importancia de la geografía en las relaciones internacionales y da al dirigente chino, Xi Jinping, la oportunidad de desviar la atención de sus graves problemas internos a pocas semanas del XX Congreso del Partido Comunista chino, que debe ratificar su tercer mandato.

“Una política exterior eficaz exige grandes principios e inteligencia, actuar cuando conviene (timely execution)”, decía el Post. “La visita de Pelosi para demostrar su solidaridad con Taiwan cumple la primera condición, pero no la segunda. La prioridad máxima global de EEUU hoy es la guerra de Rusia en Ucrania y su impacto en los mercados alimentario y energético, y (Biden, a tres meses de las elecciones de medio mandato) no puede permitirse distracciones, mucho menos otra crisis como la de 1995-96 en el estrecho de Taiwan, que muchos han olvidado, pero que duró ocho meses y dos días”.

Con su exhibición de fuerza militar, Pekín está manifestando su profundo malestar por la estrategia hacia China de Taiwan, EEUU y Japón en los últimos años, y advierte que puede golpear no sólo a Taiwan, sino también las bases militares de Estados Unidos en la región, empezando por Kadena, en Okinawa, y cualquier intento de apoyo desde ellas en caso de guerra en Taiwan. Con su despliegue aeronaval y de misiles desde el jueves, recuerda a los tres y a sus otros aliados en la zona que China tal vez no pueda conquistar militarmente todavía Taiwan, pero sí bloquearla. Las maniobras militares del 4 al 7 de agosto siguen la pauta de las crisis anteriores, aunque la amenaza nuclear a la que recurrió Eisenhower en los 50 y la superioridad militar exhibida por Clinton en los 90 hoy parecen descartadas, probablemente porque ya no tendrían el mismo resultado.

Si, con sus maniobras, los dirigentes chinos pretenden intimidar a Washington y Tokio, y aislar aún más a Taiwan, lo más probable es que provoquen el efecto contrario: un reforzamiento de la cooperación entre EEUU y Japón, y de ambos con Taiwan, y una mayor presencia militar de ambas potencias en la región. Lo venía defendiendo desde hace años el ex primer ministro japonés Shinzo Abe, asesinado el mes pasado, y lo reiteró el Ministerio de Defensa japonés en su último libro blanco, publicado el 13 de julio. “El equilibrio militar entre China y Taiwan cada vez es más favorable a Pekín y la brecha crece año tras año”, se advierte en el documento. Por ello, en su viaje de abril a Washington, el entonces primer ministro japonés, Yoshihide Suga, y el presidente Biden adviertieron a China por su nombre (por primera vez desde 1969) sobre “la importancia de la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwan”.

El Ministerio chino de Exteriores calificó esa advertencia, reiterada hace pocos días por el viceprimer ministro japonés, Taro Aso, de “muy peligrosa y equivocada”. Xi ha visto en las alianzas tejidas por Biden en Asia y, desde febrero, contra Rusia en Ucrania un precedente peligroso, si se repite con Taiwan, para recuperar la provincia separada que Mao no pudo ocupar tras su victoria en la guerra civil por la ayuda estadounidense a Chiang Kai-shek, el dictador que dirigió el país hasta su muerte, en 1975. China, cada día más lejos de las prácticas democráticas occidentales y dirigida por un régimen mucho menos colectivo desde la elección de Xi Jinping, considera pura hipocresía la explicación de Biden de que no podía impedir la visita de Pelosi “por la separación de poderes”.

En la justificación principal de Pelosi de su viaje -defender la democracia (desde los 80 de la China nacionalista frente a la autocracia de la República Popular)- ve otra confirmación de sus peores temores: parte de una campaña sistemática y global de EEUU para impedir que China se convierta en potencia hegemónica regional y pueda desafiar la hegemonía global de los estadounidenses.

“Que China está desafiando la privilegiada posición de EEUU en Asia está fuera de toda duda”, escribía el profesor Andrew J. Nathan, de Columbia, en la edición de primavera de Foreign Policy. “¿Intenta ir más lejos, sustituir a EEUU como el hegemónico global, rehacer el sistema internacional liberal y amenazar la democracia y la libertad en todo el mundo?”, se preguntaba. “Si así fuera, ¿tiene los medios para hacerlo?”.

Su respuesta y las de otros destacados académicos en el mismo número confunden más que aclaran, pero en algo tiene razón Nathan: “Una estrategia acertada de Estados Unidos depende de una evaluación correcta de las ambiciones de Pekín y de sus opciones para hacerlas realidad”. Difícil con un régimen como el de Xi, cuya opacidad rivaliza con la del Vaticano, el único Estado importante del mundo que sigue reconociendo a Taiwan. (Tribuna Libre)

Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid.

 

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