La mesa de Afrodita; Sexo y gastronomía en la Grecia antigua, por Mariano Nava Contreras

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Banquete con heteras. Detalle de cerámica pintada, 340 a.C.

Algunos autores nos han transmitido informaciones acerca de la relación que existía entre comida y sexo en la antigua Grecia. Jeffrey Henderson (The Maculate Muse. Obscene Language in Attic Comedy, Oxford, 1991) y Pascal Thiercy (“L’amour à la cuisine, ou la sexualité quotidiènne chez Aristophane”, Salamanca, 1997) han estudiado el lenguaje de la cocina en los comediógrafos áticos, casi siempre usado en sentido obsceno. Posteriormente María José García Soler (“La cocina del amor: alimentos afrodisíacos en la antigua Grecia”, Bordeaux, 2005) recogió y amplió estas informaciones desde un punto de vista más gastronómico que literario. Por lo demás, el hecho de que el asunto se refleje especialmente en la comedia señala que esta relación entre sexo y comida se manifiesta sobre todo en el lenguaje y el imaginario popular.

En efecto, en la antigua Grecia algunos alimentos eran presentados como verdaderos objetos de seducción. Antífanes de Rodas, autor cómico del siglo II a.C., compara a la anguila beocia, “diosa de blancos brazos”, con la bella Helena, y Eubulo, en el siglo IV, dice que es una “novia de blancos brazos”. Como señala J. Davidson (“Fish, Sex and Revolution in Athens”, Cambridge, 1993), también era común que las heteras, las compañeras sexuales de los atenienses, tomaran nombre de alimentos, especialmente de pescados, como si formaran parte del menú que se va a degustar. Comoquiera, son los comediógrafos y los médicos los que muestran interés por el uso afrodisíaco de los alimentos, obviamente por razones muy distintas. Alexis, autor cómico que floreció entre los siglos IV y III a.C., nos ofrece una lista de alimentos pròs ta aphrodísia, “favorable a los placeres del amor”. La lista incluye “nácares, langosta, bulbos de nazareno, huevos, paticas y todas esas cosas, pues ¿quién podría encontrar otros remedios más útiles si ama a una hetera?”. Un siglo después, el médico Heráclides de Tarento explicará que estos alimentos “parece que son buenos para la producción de esperma”.

De la lista de Alexis, la estrella indiscutible son los llamados “bulbos de nazareno” (muscari neglectum), o sencillamente “nazarenos”, una planta originaria de Asia y Europa parecida al jacinto, que produce unos bulbos morados y flores muy olorosas. Según Nicandro de Colofón, poeta del siglo II a.C., los bulbos más apreciados eran los de Megara, comparables a los de África o los de la Apulia italiana. En Asambleístas de Aristófanes, un joven debe hacer el amor a dos ancianas, por lo que se le recomienda una buena olla de bulbos, bolboí, y en un fragmento de Alexis, un cocinero los recomienda a un hombre enamorado. También Platón el Cómico, contemporáneo de Aristófanes (no confundir con el filósofo), dice que los bulbos “enderezan el cuerpo del hombre”. Los médicos, sin embargo, aunque reconocen su valor “tonificante”, advierten de que son indigestos. Lo dicen Heráclides de Tarento y Galeno, quien les dedica todo un capítulo en su tratado De las propiedades de los alimentos. Discórides, por su parte, afirma que estimulan el coito, pero advierte que pueden afectar a los nervios. Los bulbos eran amargos, por lo que se recomendaba una doble cocción y condimentarlos bien con vinagre, aceite y garum, la salsa a base de vísceras de pescado tan socorrida por los antiguos. También se preparaban en estofados, fritos en aceite, asados a la brasa y rociados con salsa, e incluso como parte de un puré de legumbres. Algunas de estas recetas siguen siendo utilizadas.

En segundo lugar están, cómo no, los mariscos, especialmente los moluscos. Alexis menciona expresamente a la langosta, como vimos, atribuyéndole propiedades afrodisíacas, y en un fragmento de Aristófanes aparece citada junto a los bolboí. Otros poetas cómicos de la época, como Anaxándrides y Mnesímaco, la hacen formar parte del menú en un banquete de bodas. Los médicos no señalan ninguna propiedad especial en ella, pero sí sabemos que era un alimento muy estimado y apetecido, y que tenía un elevado precio que no cualquiera podía pagar, como recuerda Ateneo de Náucratis en sus Deipnosofistas.

Respecto de los moluscos, su poder afrodisíaco está atestiguado en numerosas fuentes. Un médico como Diocles de Caristo, en el siglo IV a.C., afirma que los pulpos, sepias y otros animales similares, especialmente el primero, servían “para el placer y para la actividad sexual”, pròs hedonén kaì pròs tà aphrodísia, y Mnesíteo, en Sobre la dieta, asocia esta propiedad con una mayor emisión de esperma. En una escena de Anaxipo, otro poeta cómico del siglo IV a.C., un cocinero recomienda servir a un joven enamorado “sepias, calamares y pescados de roca con salsa”, si bien en otra escena similar de una comedia de Alexis otro cocinero prefiere servir pulpo, y en un banquete de bodas de una comedia de Anaxándrides, después de degustar una olla repleta de bulbos, se lleva a la mesa “una hecatombe de pulpos”. Dífilo de Sifnos, médico de comienzos del III a.C. que escribió un tratado Sobre la dieta para personas con buena y mala salud, afirma que el pulpo es duro e indigesto, pero “ayuda a los placeres sexuales”, mientras que Galeno y Oribasio, que fue médico personal del emperador Juliano el Apóstata en el siglo IV, lo sitúan junto al bulbo entre los alimentos que favorecen la creación de esperma, opinión que coincide con la de Heráclides de Tarento. Quizás sea por ello que Eliano Meccio, médico del siglo II que fue tutor de Galeno, atribuye a este molusco un absoluto desenfreno sexual.

Otros moluscos figuran en la lista de los alimentos afrodisíacos, como el nácar, la caracola y la concha del peregrino, que son, según Alexis, los alimentos que debe tomar un hombre enamorado. La caracola, kêryx, es mencionada en el banquete que antecede a la orgía que se describe en las Cartas de las cortesanas de Alcifrón, contemporáneo de Luciano. También la ostra aparece en un verso del Banquete ático de Matrón de Pítane, poeta helenístico autor de parodias, ni tampoco puede faltar como aperitivo en todo buen banquete nupcial, según dice Plutarco en sus Quaestiones Convivales. Otro plato muy popular que formaba parte de las cocinas más humildes y al que se atribuían poderes afrodisíacos era el caracol de tierra, el kokhlías. En el Idilio XIV de Teócrito, poeta bucólico del siglo III a.C., un pastor enamorado describe su comida sencilla, pero tampoco se podía despreciar un buen estofado de caracoles como parte de un banquete nupcial. Galeno señala empero que todos estos moluscos tienen una carne más dura y menos nutritiva, y recomienda a los ancianos no abusar de ellos. En todo caso, no parece que los griegos hubieran prestado mucha atención a las advertencias de sus médicos, pues un personaje de Epicarmo, comediógrafo siciliano anterior a Aristófanes, afirma que estos moluscos “son difíciles de abrir pero fáciles de comer”.

Otro alimento afrodisíaco mencionado por Alexis son los huevos. Se comían de gallina, de faisán y de avestruz, aunque Epéneto y Herálides de Siracusa, dos verdaderos gourmets autores de sendos recetarios, recomiendan los de pavo real y de ganso del Nilo. Solían servirse cocidos como aperitivo, aunque Filoxeno en su Banquete y otros cómicos los mencionan también entre los postres, junto a los pasteles y los frutos secos. También Menandro, comediógrafo del siglo IV a.C., los nombra entre los ingredientes del kándulos, un rico manjar de origen oriental que “estimula el apetito sexual”. Si bien médicos como Galeno se limitan a hablar de su valor nutritivo, Oribasio afirma que los huevos de perdiz aumentan especialmente el deseo, pues el macho de estas aves posee un enorme instinto sexual. En efecto Aristóteles, en su Historia animalium (614 a y 633 a), dice que este animal es malvado y “extremadamente inclinado al placer sexual”, aphrodisiastikón, pues llega a romper los huevos que pone su hembra para que ésta no se entretenga criando a los perdigones.

Finalmente, el otro término mencionado por Alexis son los akrokôlia. Término de difícil traducción, al parecer se refiere al final de las extremidades de algunos animales. Todo apunta a que se trata de las paticas de cerdo, que debían cocinarse muy bien hasta que estuvieran suficientemente blandas. Como cuenta Aristófanes en Acarnienses (793-794), esta parte del cerdo solía ofrendarse a Afrodita, junto a otros animales como el tordo o la liebre, que según Alexis se servían también al novio que iba al encuentro de la novia. Las fuentes mencionan también otras aves consideradas sexualmente ardientes, como el gallo, la perdiz o el gorrión, e incluso los testículos de ciertos cuadrúpedos, que se preparaban diluidos en vino o en forma de pomada. Pero eso forma parte de la farmacopea más que de la cocina.

Galeno y Oribanio mencionan también el poder de ciertos vegetales para ayudar a la producción de esperma, como la rúcula, la zanahoria y sus semillas, el nabo y sus semillas, las semillas de ajoporro, de berro y de apio. Lo mismo ocurre con ciertas legumbres como los garbanzos, que eran tomados por igual como alimento y como medicina, según cuenta Dioscórides en De materia médica. Mención especial merecen las habas, alimento frecuente en las mesas griegas, aunque no muy apreciado. Se consumían en puré, crudas y tiernas o tostadas como postre, acompañando a las bebidas. Quizás por su forma, parecida a los testículos, se les atribuían cualidades afrodisíacas, razón por la que también Pitágoras rechazaba su consumo, según cuenta Aristóteles. Además, es sabido que las habas producen flatulencia, lo que puede estar relacionado con la teoría que Aristóteles plantea en sus Problemas físicos, según la cual, la producción de esperma es favorecida por el consumo de bebidas y alimentos que producen aire.

Hay sin duda en la mesa de Afrodita otras comidas que escapan a este apretado resumen, a más de lo que habría que decir de los vinos, asociados al placer sexual desde el comienzo mismo de la literatura. Por lo demás, los griegos sabían muy bien que estos alimentos no eran sino una ayuda, pues el verdadero afrodisíaco está en la mente de cada quien. Como decía el comediógrafo Jenarco, cuando a una casa llega la desgracia de un “hado flácido”, no hay comida que valga. O como dijo también Ateneo: De nada te sirve un bulbo si no tienes el tallo.

Mariano Nava Contreras filologo
Mariano Nava Contreras filologo

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