Joseph Stiglitz: Por qué la Ley de Reducción de la Inflación en EE.UU. es un buen trato

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El proyecto de ley de compromiso de los demócratas del Senado norteamericano, la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de 2022, aborda no solo la inflación sino también varios problemas clave de larga data que enfrentan nuestra economía y nuestra sociedad.

Existe un debate latente sobre las causas de la inflación actual; pero más allá del lado que uno tome, el proyecto de ley representa un paso adelante. Para quienes están preocupados por la demanda excesiva, hay más de 300.000 millones de dólares en reducción del déficit. Y, del lado de la oferta, el proyecto de ley movilizaría 369.000 millones de dólares en inversiones en seguridad energética y descarbonización. Eso ayudará a reducir el costo de la energía –uno de los principales motores del alza actual de los precios– y volvería a encaminar a Estados Unidos hacia una reducción de sus emisiones de dióxido de carbono en alrededor de 40% (de los niveles de 2005) para 2030.

Estas inversiones arrojarán retornos de amplio alcance. Los costos de los eventos generados por el clima (incendios forestales, huracanes, tornados e inundaciones) reducirán nuestro estándar de vida aún más que la inflación de hoy, y recaen desproporcionadamente sobre los hogares de más bajos ingresos, la gente de color y las generaciones futuras. Estos costos son mucho mayores y más difíciles de rectificar que los costos de los déficits.

Asimismo, mejorar la seguridad energética se ha vuelto esencial. Durante demasiado tiempo, los líderes autoritarios de los petroestados han logrado tener al resto del mundo como rehén. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, nos ha recordado una vez más que las interdependencias energéticas vienen de la mano de serios riesgos (algo que advertí hace más de 15 años). El clima puede ser variable, pero los dictadores de los combustibles fósiles son poco confiables y manifiestamente peligrosos.

La IRA también ayudaría a resolver los crecientes costos de la atención médica que vienen aquejando a Estados Unidos desde hace tiempo, al reducir las primas de la Ley de Atención Médica Asequible (Obamacare) para millones de norteamericanos y al ponerle un tope a los costos directos de los medicamentos para quienes están dentro de Medicare. La industria farmacéutica ha recibido decenas de miles de millones de dólares más de pagos de Medicare de lo que habría correspondido, simplemente porque el gobierno tiene prohibido negociar precios más bajos. Este regalo a la industria finalmente se rescindió, generando ahorros de casi 300.000 millones de dólares en diez años.

Estados Unidos es una de las principales fuentes de innovación farmacéutica del mundo, y gran parte de la investigación básica detrás de estos avances fue solventada por los contribuyentes estadounidenses. Sin embargo, los norteamericanos pagan mucho más por los medicamentos bajo receta que la gente en otros países, en parte porque a las empresas farmacéuticas se les otorgó un poder desmesurado para fijar precios. Muchos de nosotros hemos venido peleando durante años para frenar el excesivo poder de mercado de estas compañías. Si la IRA se convierte en ley, solo esta cláusula sería un logro notable.

Por otra parte, el proyecto de ley ofrecería mejoras extremadamente necesarias para la política impositiva de Estados Unidos. Las empresas y los hogares más adinerados no pagan el porcentaje de impuestos que les corresponde. Eso no solo erosiona la confianza en nuestra democracia, sino que también es ineficiente desde un punto de vista económico. Los ingresos tributarios son necesarios para financiar los gastos públicos esenciales sin generar déficits inflacionarios.

La invasión de Rusia por parte de Ucrania nos ha recordado por qué los gastos en defensa son necesarios. Pero para preservar la competitividad de Estados Unidos también debemos invertir profusamente en educación, investigación, tecnología e infraestructura. En este sentido, el proyecto de ley incluye estipulaciones que recaudarían más de 450.000 millones de dólares (en una década) a través de un impuesto corporativo mínimo del 15%, una mayor recaudación de impuestos y la introducción de un impuesto especial del 1% a las recompras de acciones.

El impuesto corporativo mínimo del 15% es especialmente importante. Estados Unidos ha liderado una negociación global para cercenar la práctica de unos pocos gobiernos de sellar acuerdos especiales para que las corporaciones puedan desviar ingresos tributarios y empleos de otros países y competir en una carrera hacia el fondo en materia de tasas impositivas –una carrera en la que los únicos ganadores son las corporaciones internacionales-. Un impuesto corporativo mínimo del 15% en Estados Unidos no sólo hará subir enormemente los ingresos tan necesarios; también ayudará a frenar esta carrera global contraproducente. Esto es esencialmente importante para Estados Unidos, porque les ahorra a los empleos norteamericanos una competencia injusta.

Sin embargo, es poco probable que el acuerdo global emblemático que forjó Estados Unidos avance si el propio Estados Unidos no cumple con sus condiciones. Desde el cambio climático y la seguridad alimentaria hasta la lucha por la democracia en Ucrania, hay muchas cuestiones para las cuales necesitamos una cooperación global. Al igual que las medidas climáticas, el impuesto corporativo mínimo en Estados Unidos es un paso importante para demostrar que podemos ser buenos ciudadanos globales.

Por supuesto, algunos críticos en la derecha (muchos de ellos, aliados de las compañías farmacéuticas; otros, corporaciones importantes, y también los ricos) dirán que la IRA será inflacionaria y hasta producirán modelos que “demuestren” que éste es el caso. Pero a esta altura sabemos que los malos modelos generan malas predicciones. Basta con mirar los modelos que se organizaron en apoyo de los recortes impositivos de Ronald Reagan para los ricos (que, según sus falsos argumentos, harían aumentar los ingresos) o los recortes impositivos de Donald Trump para las corporaciones (que, según sus falsos argumentos, fomentarían una inversión adicional).

Estos argumentos predecibles contra las cláusulas impositivas de la IRA se basan en una presunción errada: que las corporaciones “desviarán” la carga del impuesto mínimo haciendo subir los precios y bajando los salarios. Pero los economistas hace mucho tiempo reconocieron que el actual régimen del impuesto a las corporaciones en Estados Unidos –que permite que las empresas deduzcan prácticamente todos los costos, incluida la mano de obra y el capital- se asemeja mucho a un impuesto a las ganancias puras. Y una presunción de larga data en economía es que un impuesto a las ganancias puras no conduce a precios más altos o a salarios más bajos.

Esto también implica que estos impuestos se pueden aumentar sin miedo a efectos adversos, ya sea en la inflación o en la inversión. Las grandes distorsiones –y las enormes desigualdades- en el sistema tributario provienen de una recaudación inadecuada y de grandes lagunas, y la IRA al menos hace progresos en el primero de estos frentes.

Si bien los beneficios totales de la IRA se concretarán sólo de manera gradual en los próximos años –especialmente en la medida que vayamos invirtiendo en la transición verde-, algunos de sus efectos antiinflacionarios se podrían sentir casi de inmediato, particularmente en lo concerniente a los precios de los medicamentos. Como los mercados son prospectivos (aunque de manera imperfecta), la anticipación de una mayor oferta de energía renovable debería derivar en precios más bajos de los combustibles fósiles hoy. Asimismo, según algunas de las teorías más prevalentes, las anticipaciones de la inflación futura son un factor determinante clave de la inflación actual, de manera que hasta las estipulaciones más lentas de merma de la inflación del proyecto de ley podrían tener beneficios antiinflacionarios hoy.

Ningún proyecto de ley es perfecto. En la política motivada por el dinero de Estados Unidos, siempre habrá compromisos con intereses especiales. La IRA no es tan buena como el proyecto de ley original Reconstruir Mejor, que habría hecho más para promover el crecimiento equitativo y para combatir la inflación. Pero no podemos dejar que lo perfecto sea enemigo de lo bueno. En definitiva, la IRA es un paso muy importante en la dirección correcta.

Premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia y miembro de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional.

 

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