Baco. 1635. Paulus Bor
La figura de Dioniso plantea ciertas dificultades para su estudio. Puede generar confusión por la naturaleza contradictoria de sus dominios e imágenes. El filólogo italiano Giorgio Colli se refiere al tema con mayor exactitud en la introducción de su obra inacabada La sabiduría griega: «En Grecia, un dios nace de una contemplación entusiasta de la vida, de un fragmento de vida que se pretende inmovilizar (…) pero Dionisos nace de una contemplación de la vida entera, en su inmensa amplitud» (Madrid, Editorial Trotta, 2008, vol. 1, p. 15).
Su historia, en el panteón griego, da cuenta de la problemática sobre su origen. A los fines de nuestro texto nos vamos a guiar por el resumen que hace Pierre Grimal en su Diccionario de mitología griega y romana (Buenos Aires, Editorial Paidós, 2004).
Considerando lo resumido que tiene que ser Grimal para dar una imagen comprensible de Dioniso, podemos figurarnos que tiene que escoger con cuidado los mitos con los que va a describirlo. Para empezar, según el autor, Dioniso es el dios de la viña, el vino y el delirio místico, al menos en lo que se refiere a la época clásica. A continuación relata el episodio de su nacimiento, el cual proviene de la tradición en la que nace de los amores de Zeus y Sémele:
Dioniso es hijo de Zeus y Sémele, hija de Cadmo y Harmonía. Pertenece, por tanto, a la segunda generación de los Olímpicos, como Hermes, Apolo, Ártemis, etc. Sémele, amada por Zeus, le pidió que se le mostrase en todo su poder, cosa que hizo el dios para complacerla; pero, incapaz de resistir la visión de los relámpagos que rodeaban a su amante, cayó fulminada. Zeus se apresuró a extraerle el hijo que llevaba en el seno, y que estaba sólo en el sexto mes de gestación. Lo cosió enseguida en su muslo, y, al llegar la hora del parto, lo sacó, vivo y perfectamente formado. Era Dioniso, el dios «nacido dos veces».
Cuando Zeus se descosió a su hijo Dioniso del muslo, se lo entregó a Hermes, que a su vez se lo dio a Atamante e Ino -quien en esta tradición estaría emparentada con Dioniso al ser hermana de Sémele e hija de Cadmo-, para que lo criaran. Hera, que vengativa perseguía al hijo de su esposo, lo reconoció aunque estuviera, como relata Grimal, vestido de niña para no ser encontrado. Al descubrirlo, la diosa causó la locura de sus guardianes. Esto provocó que tuvieran que llevar al niño a otra parte.
Esta vez, Zeus llevó a su hijo a Nisa, «que unos sitúan en Asia, y otros en Etiopía o África» (Grimal, p. 140). Allí el dios niño fue entregado a las ninfas. En este paraje rural fue disfrazado de cabrito para que Hera no lo reconociese.
De acuerdo con Grimal, cuando Dioniso descubrió la vid Hera le ocasionó la locura. En su padecimiento, Dioniso vagó por distintos países hasta que en Frigia fue reconocido por Cibeles. Aquí, la diosa «lo purificó e inició en los ritos de su culto». Esto lo sanó de la locura. Podemos ver que Grimal nos presenta un episodio iniciático en el que el culto a los dioses, más específicamente el culto a Cibeles, cura a Dioniso de la locura, el descontrol y la carencia de límites. Más allá de sanarse, Dioniso consigue aprender de la locura que lo sometía, al punto de poder causarla a los demás. La prueba está en el siguiente episodio dionisíaco referido por Grimal. El dios se traslada a Tracia donde no es bien recibido por el rey Licurgo. El rey trata de capturarlo y retenerlo. Dioniso huye al mar y se sumerge para refugiarse con Tetis, la nereida. Entonces, Licurgo captura el cortejo de bacantes que acompañaban a Dioniso. En esta versión, las bacantes son «liberadas milagrosamente y Licurgo, atacado de locura». Grimal refiere el castigo de Dioniso:
Creyendo destruir la vid, la planta sagrada de su divino enemigo, cortose la pierna y cercenó al mismo tiempo las extremidades de su hijo. Vuelto a la razón, se dio cuenta también de que sobre su país se había abatido el azote de la esterilidad. Se consultó el oráculo y éste reveló que la cólera de Dioniso no se calmaría hasta que se hubiese dado muerte a Licurgo; así lo hicieron sus súbditos, quienes lo descuartizaron atándolo a cuatro caballos. (p. 140)
Tras mencionar el episodio de la conquista de la India, Grimal refiere que Dioniso regresa a Grecia, justo a la ciudad de Tebas donde había nacido por primera vez, rescatado de las llamas del cuerpo de Sémele. Aquí introduce su culto, cosa que enfurece al rey Penteo, su primo y también descendiente de la casa de Cadmo, quien se opone y no quiere reconocer su divinidad, causando los acontecimientos relatados en Las bacantes, de Eurípides.
De vuelta a Grecia, Dioniso se dirigió a Beocia, el país donde era oriunda su madre. En Tebas, donde reinaba Penteo, sucesor de Cadmo, introdujo las Bacanales, las fiestas de Dioniso, en las que todo el pueblo, y especialmente las mujeres, era presa del delirio místico y recorría el campo profiriendo gritos rituales. El rey se opuso a la introducción en su país de ritos tan peligrosos, y fue por ello castigado, así como su madre Ágave, hermana de Sémele, ya que Ágave, en pleno delirio, lo desgarró con sus propias manos en el Citerón. (Grimal, p. 140)
Dioniso pasa de perseguido a perseguidor. Luego, en su travesía por Argos se repite la historia: enloquece a las hijas del rey Preto, que salen al campo mugiendo como vacas y se comen a sus hijos.
En la cronología propuesta por Grimal, después de estos hechos ocurre el episodio contado en los Himnos homéricos (traducción de Luis Segalá y Estalella, Barcelona, Edicomunicación, 1999) en el que Dioniso es capturado por unos piratas. A partir de este suceso, según nuestro autor, el culto a Dioniso es reconocido y puede ascender al cielo. Sin embargo, antes de abandonar la tierra protagoniza un lance en el que desciende al inframundo para buscar la sombra de su madre, a fin de devolverle la vida. Grimal refiere que el dios ignora cómo llegar al Erebo y por esta razón le pregunta a un tal Prósimno, quien le indica, a cambio de que lo recompensara a su regreso, que el acceso más corto era por el lago de Lerna.
Por el camino del lago desciende Dioniso y conversa con Hades. El dios guardián del inframundo se muestra empático con Dioniso y su causa, y le permite llevarse la sombra de su madre a cambio de la entrega de la flor del mirto, que era de sus preferidas. «Tal es el origen, según se dice, de la costumbre que tenían los iniciados en los misterios dionisíacos de coronarse la frente de mirto» (Grimal, p. 141).
A su regreso del inframundo Dioniso descubre que Prósimno había muerto esperándolo. Dioniso siente conmiseración por Prósimno y decide honrar su palabra regalándole un bastón que planta en su tumba.
Esta acción dice mucho de Dioniso pues en la persona de Prósimno -que descendió al inframundo cuando seguramente el propio Dioniso todavía se encontraba ahí-, observa consideración y empatía hacia los mortales por su condición. Rasgo muy distinto a la característica homérica de los dioses, según la cual estos suelen alejarse de los hombres cuando aquellos van a morir.
En el siglo II d. C. el teólogo cristiano Clemente de Alejandría describió en su Protréptico una versión más detallada del mito del rescate de Sémele del hades. En esta versión, Prósimno le dice a Dioniso que él le puede indicar el camino al hades, pero a cambio debe tener relaciones sexuales con él. Dioniso presta juramento de regresar a cumplir su parte del intercambio y el pastor concede a indicarle el camino. Una vez ha rescatado a su madre, Dioniso regresa al punto de encuentro, pero Prosimno había muerto. Entonces, «Dioniso ofrece sacrificios expiatorios al amante y se lanza a la tumba lleno de lujuria. Corta una rama de higuera al azar y, dándole la forma del miembro viril, se une a ella, para cumplir la promesa con el muerto» (Clemente de Alejandría, Proptréptico, Madrid, Editorial Gredos, 2008, p. 87).
De esta manera, y en el intento de Clemente de desacreditar a los dioses paganos, se demuestra la dualidad dionisíaca.
Revisemos algunos de los episodios que menciona Grimal y otros que pasa por alto, para constatar cómo la imagen del culto dionisíaco prefigura al héroe trágico.
Dioniso es uno de los dioses más difíciles de descifrar. Cuando acudimos a las descripciones reduccionistas podemos decir que Atenea es la diosa de la guerra y la razón; Apolo es el dios de las artes, la medicina y la adivinación; Ares, de la escaramuza y el conflicto. Artemisa es la cacería; Poseidón es el mar; Hefesto, la fragua; Deméter, la tierra; Hestia, el hogar… Y así. Todas estas definiciones o caracterizaciones son superficiales. Pero no traicionan la naturaleza de cada uno de estos dioses. Por medio de ellas podemos develar otros aspectos, pues su aparición en la mitología suele ser más o menos clara y libre de contradicciones. Por el contrario, cuando hablamos de Dioniso solo como el dios del vino y la celebración, la síntesis resulta una absoluta omisión de su figura.
Opina Walter F. Otto que el llamado dios «frenético» tenía la capacidad de enloquecer a los mortales. Su locura podía conducirlos al salvajismo y llevarlos fuera de cualquier límite. A la vez, era guía del alma de los muertos. También era representado por la hiedra, la piña del abeto, la higuera y, por supuesto, la vid. Sin embargo, para nosotros, lo más importante es que a Dioniso «le correspondía el drama actuado, que ha enriquecido al mundo con otro milagro más del espíritu» (Walter F. Otto, Dioniso, Madrid, Ediciones Siruela, 2006, p. 43).
Otras menciones importantes de Otto apuntan a la cualidad de Dioniso de despertar el amor más enardecido y la embriaguez divina. No sólo en él mismo, sino que «todos los que lo acompañaban y eran rozados por su autor debían compartir con él su trágico sino». Por todas estas cualidades que forman un cosmos caótico, concentrado en su entidad, Otto afirma que «los poetas y pensadores más insignes han intuido en esta multiplicidad a un ser de una profundidad inescrutable».
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