Desde que comenzó a asomarse la posibilidad de que Nancy Pelosi, integrante del Partido Demócrata y presidenta de la Cámara de Representantes (Speaker) de Estados Unidos, viajara a Taiwán, numerosos analistas, asesores de la Casa Blanca y hasta el propio presidente Joe Biden, estaban convencidos de que esa visita era inoportuna, innecesaria e inconveniente, no porque Pelosi no tuviese el derecho de aterrizar en la isla, sino porque las circunstancias mundiales la desaconsejaban.
Ahora están viéndose los resultados de la temeridad de la señora Pelosi: China bloqueó un conjunto de áreas de cooperación con Estados Unidos, entre ellas la relacionada con tratar los problemas medio ambientales y el recalentamiento global, tema vital para el presente y futuro de la Humanidad, pues tanto el país asiático como Estados Unidos son responsables fundamentales en el desastre climático registrado durante las últimas décadas. También se agudizarán las dificultades en las cadenas de suministro, surgidas a raíz de la pandemia causada por el coronavirus. Taiwán es el principal productor mundial de chips electrónicos utilizados en computadoras, teléfonos celulares, automóviles y muchos otros productos. Ahora, China decidió suspender la compra de ese producto a la isla rebelde, en represalia por el paseo de Nancy Pelosi.
Las autoridades de Taiwán recibieron entusiasmadas a Pelosi, pero temo que ese haya sido más un gesto de cortesía diplomática, que la expresión genuina de una convicción. Además de la intensidad de las operaciones militares altamente peligrosas por parte del ejército chino alrededor del territorio insultar, el costo económico de la parada de la representante norteamericana podría ser muy alto para ese país cuya sobrevivencia siempre se encuentra amenazada.
La reacción de China ha sido desmedida, ha dicho Antony Blinken, secretario de Estado. Es posible. Al gobierno de Joe Biden no lo que quedó más opción que solidarizarse con la díscola Nancy Pelosi, consecuente aliada del Presidente.
Xi Jinping y los demás miembros de la élite china no pueden entender cómo una integrante del Congreso norteamericano toma la decisión de dirigirse a un territorio extranjero sin contar con la autorización y beneplácito del Ejecutivo y del Presidente. Para los chinos ese nivel de autonomía entre los Poderes públicos resulta inconcebible. El sistema totalitario impuesto por el Partido Comunista y la revolución dirigida por Mao Zedong en 1949, acabo con todas las formas republicanas. Con la independencia entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Xi Jinping cree que Biden puede levantar un teléfono y ordenarle a Nancy Pelosi que suspenda en vuelo o modifique sus intenciones de aterrizar en Taiwán y manifestarle su apoyo al acechado país. Esa independencia de las democracias occidentales le parece aberrante a la élite china.
A pesar de la desmesura de la reacción de la dictadura, nadie puede decir que la nomenclatura china no advirtió con suficiente claridad y anticipación que ese desafío sería interpretado como una intromisión inaceptable en los asuntos internos y un ataque a la tesis defendida por el Gobierno de que China es un solo país y un solo territorio. Esas categóricas advertencias, tan inusuales en los jerarcas de ese país, especialmente cuando su interlocutor es Estados Unidos, había que considerarlas muy en serio.
Existían varios peligros que había que conjurar. Pelosi no lo hizo. Uno era debilitar a Ucrania en su heroica lucha contra la invasión rusa. China, como venganza, podría decidir comprometerse de forma más directa y activa con Putin. Hasta ahora ese respaldo ha sido fundamentalmente declarativo y diplomático. En esa nueva fase, los chinos podrían contribuir a renovar el gastado armamento militar ruso. Otro riesgo era disminuir la cohesión de la Unión Europea tanto dentro de la comunidad, como de esta con Estados Unidos. Los países de la UE están sufriendo las consecuencias de la ya prolongada guerra en el Este. La inflación y los cuellos de botella en el suministro de energía constituyen algunas de esas dificultades. Hay países, por ejemplo Hungría, que están buscando alguna excusa para romper o debilitar esa unidad. La imprudencia de Nancy Pelosi se las podría haber servido en bandeja de plata. En la actualidad resulta vital preservar los vínculos de Estados Unidos con la Unión Europea. Representa el único camino para bloquear las pretensiones imperiales de Putin. El otro riesgo era que el conflicto entre China y Taiwán escale y buena parte de la atención del planeta se dirija a esa región. Además de que una nación tan próspera como Taiwán podría ser destruida en gran medida, Ucrania desaparecería del centro de las preocupaciones mundiales y los recursos bélicos de Occidente tendría que compartirlos con la isla del sudeste asiático.
La mejor manera de expresarle solidaridad a Taiwán y desestimular las ambiciones de China de apoderarse de esa isla, negada a someterse al despotismo del PCCh y de Xi Jinping, es derrotando a Putin en Ucrania. El fracaso del déspota ruso sería un claro mensaje para China: Occidente es capaz de defender con éxito la soberanía de los países democráticos.
La ligereza de Nancy Pelosi representa un llamado de atención a los líderes democráticos del mundo. Pelosi se propuso emprender el viaje a Taiwán pensando en mejorar los deteriorados números del Partido Demócrata para las elecciones parlamentarias del próximo noviembre. Ese no puede ser el ámbito de las preocupaciones para una líder de las dimensiones planetarias de la Speaker norteamericana. Ella está obligada a pensar en términos mundiales. Lo cual la obliga a ser prudente.
@trinomarquezc