El músico William Nazareth, presente en el extraordinario concierto que reunió a tres grandes de la música venezolana, Gonzalo Grau, Gustavo Dudamel y Jorge Glem, narra la experiencia en el Hollywood Bowl de Los Ángeles.
Jueves 28 de Julio, 8:00 pm, una noche cálida y apacible en el Hollywood Bowl de Los Angeles. Treinta minutos más tarde, las 17 mil y tantas personas que llegamos al evento de apertura de una de tantas funciones de Carmina Burana, intentábamos recuperarnos del shock musical que acabábamos de recibir (en realidad estoy exagerando: Nella Rojas, El Negro Álvarez, Fausto Cuevas, Marianne Vegas, otros cuantos venezolanos y yo, estábamos no tanto sorprendidos como emocionados). Mis vecinos de asiento, una familia de cuatro catires americanos, me preguntaron qué era ese little instrument que acababan de escuchar. Le respondí que era un Cuatro Venezolano y sonrieron. “It looks like an Ukelele”, me dijo uno de sus hijos. Con una sonrisa, le asentí: ¡Excelente! Técnicamente puede decirse que es un Ukelele Bajo”. Continué haciendo reverencia al Compaíto: “Nadie puede tocar ese instrumento con la destreza que él lo toca”. A lo cual, la madre respondió: “Nadie puede tocar ningún instrumento con la destreza con la que él toca el suyo”. En nombre de Jorge Glem explayé mi sonrisa más amplia.
El comienzo de esta velada fue único para mí. Con la Orquesta Filarmónica de Los Angeles instalada y la afinación concluida, se aproxima el director Gustavo Dudamel al podio con apretón de manos al concertino, saludo a la asistencia e invitación al solista del Concerto Jorge Glem. En ese momento hice algo que me salió del alma, pero que raramente hago en los conciertos: cerré los ojos y le entregué el mando de la nave a mis oídos y mi corazón. En retrospectiva, fue una manera sabia de manejar la emoción que me apretaba desde que subí la colina hacia el anfiteatro.
Liberado de todo ruido visual, recibí el comienzo de este “Concerto para Cuatro y Orquesta: La Odisea del Cuatro venezolano” con la imagen de tres gigantes de la música venezolana en el escenario: Gonzalo Grau, compositor del Concerto; Gustavo Dudamel, Director de la Orquesta y Jorge Glem, solista. La imagen del joven maestro Grau, sin embargo, era inusitada e imponente: estaba allí en el escenario cuasi-holográficamente como un pintor sentado en frente de su lienzo, ante el caballete, pintando a la Venezuela de sus amores con lápiz y óleos musicales. El Compaíto, Jorge Glem, domando su enorme humanidad y su inocencia, con esa vara de humildad que lo caracteriza; y el maestro Dudamel, brioso y bonito -como siempre luce en el escenario- listo para llevar a puerto seguro esta obra de cuya trama él es parte protagonista.
Quienes hemos acompañado la carrera musical del joven maestro Grau, sabemos de sus talentos plástico-musicales. A lo largo de sus trabajos con ensambles, corales y orquestas que abarcan desde la salsa, timba, pasando por el jazz, flamenco y la música clásica europea, ha demostrado destreza y gusto por la multimedialidad en la composición. Para Grau, toda composición comporta una imagen, una historia, además de un sonido. Y es maestro en cada una de esas tres aristas.
Jorge Glem, nuestro querido “Compaíto”, es único, no exclusivamente por razones de destreza técnica musical. Su brillo singular proviene de la manera como abraza ese diminuto instrumento llamado cuatro, y al primer acorde raspado, el instrumento y él se convierten en un solo ser, en un acto de magia antropológica. Una vez que ser humano y cuatro se fusionan en una sola alma, lo que emana es magnífico. Y en cada ocasión, irrepetible.
Al gran maestro Gustavo Dudamel le tocaba -se la merecía- una ocasión como esta: no conozco ninguna otra composición que haya sido escrita pensando en él como protagonista. Tan merecidamente aclamado y asociado con la música clásica europea, esta composición lo dibujaba en su terruño barquisimetano. Aún detrás de mis ojos cerrados pude apreciar su emoción.
Fue un voyage de treinta minutos sublimes. Partimos de nuestra adorada Isla de Margarita halados por la brisa de una malagueña que dio paso a una jota que nos acompañó a los límites mirandinos. Una vez ingresados en la negritud barloventeña, el Compaíto y Dudamel nos invitan a una quichimba, que induce a Glem a convertir su virtuoso cuatro en un Culo e’ Puya. Así fuimos recibidos solemnemente en Barlovento.
El Maestro Dudamel, desde la orquesta, nos sopla entonces un halo de despedida del Oriente para empujarnos por las curvas de El Guapo hacia el valle de Caracas. Entrando a nuestra capital, el concierto deviene en ritmo de merengue venezolano (5 por 8) para que el insigne pintor se fume un homenaje a la Caracas cosmopolita, pintando desde la orquesta un tributo a Maurice Ravel y su bolero, incitando imágenes y texturas de caos citadino: heladeros, pitos de amoladores, circunvalaciones, busetas, buhoneros y guacharacas.
Justo cuando llega el momento de seguir la travesía hacia el occidente, es cuando Jorge Glem desata la apoteosis del cuatro en este Concerto. Fuimos premiados con cuatro minutos del mejor derroche de destreza que haya visto de manos de un cuatrista en mi vida. Durante este corto trayecto el Compaíto desbarataba cualquier noción de las limitaciones del cuatro como instrumento. En sus manos nuestro cuatro puede con todo. El aplauso espontáneo del público no se hizo esperar y con gran maestría el Dudamel se encargó entonces de llevar esa comparsa, vía Tazón, camino a su Barquisimeto natal, en donde el Concerto lo recibe con un golpe larense. Para ese momento, la misión estaba virtualmente concluida.
Como dijese el propio maestro Grau: “Allí en Barquisimeto, al compás de un golpe larense, el “guaro” Dudamel y el Compaíto cumanés se dan un abrazo musical entre cocuyes y empanadas de cazón”. El final del Concerto ahora era previsible, la orquesta de la mano de Dudamel se emboca de Cabudare hacia abajo, en busca de un aterrizaje merecido en los Llanos.
Quizá el detalle creativo más curioso de la pieza sea el uso plástico (como “marca de agua”) que hace el maestro Grau de lo que debería ser el “Sound Logo” de la marca Venezuela. A lo largo de la pieza, cada vez que la “Odisea del Cuatro Venezolano” llegaba a una encrucijada, se escuchaba el sonido de las cuatro notas LA, RE, FA#, SI, “CAM BUR PIN TÓN”. Y en medio de la emoción de esta noche se me ocurrió la idea de que cada vez que uno haga clic en una bandera de Venezuela digital, debería sonar CAM BUR PIN TÓN: Las coordenadas sonoras de nuestro país.
Prodavinci