En cualquier actividad humana, y de manera especial en el ámbito de lo político, lograr una victoria sin saber cómo se alcanzó y sin aprender de ella es reducirla en la práctica a un hecho meramente azaroso y quitarle toda su potencial trascendencia.
Más allá de cualquier versión acomodaticia, el día 12 de agosto pasado se verificó una contundente victoria popular sobre el gobierno de Maduro y ciertamente la más contundente desde el triunfo de Sergio Garrido en Barinas que puso fin en enero de este año a más de 5 lustros de dominio oficialista en ese estado.
Desde hace mucho tiempo, y de una manera sistemática que no deja dudas que responde a una política intencional y metódica, se han venido vulnerando reiteradamente los derechos laborales de los trabajadores del país y en especial los de la administración pública. Estas violaciones son tanto de los derechos colectivos relacionados con la libertad sindical, la negociación colectiva y el derecho a huelga, entre otros, como de los derechos individuales que tienen que ver, entre varios, con el derecho al trabajo, la igualdad y el derecho constitucional y humano a tener un salario digno.
Esta política sistemática de violaciones de los derechos fundamentales de los trabajadores alcanzó su punto más alto el pasado 22 de marzo, cuando la Oficina Nacional de Presupuesto (Onapre), adscrita al Ministerio de Economía, Finanzas y Comercio Exterior dictó un «Instructivo para el proceso de ajuste del Sistema de Remuneraciones de la Administración Pública, convenciones colectivas, tablas especiales y empresas estratégicas». Lo cierto es que tan burocrático título escondía el objetivo expreso de reducir drásticamente las remuneraciones de los trabajadores del sector público, como efectivamente se empezó a producir, en un estilo que deja en pañales al neoliberalismo salvaje tan presente en los orígenes de la narrativa oficialista. En este último es práctica frecuente no aumentar los salarios para no afectar el gasto público ni alterar las cuentas fiscales del Estado. Pero la modalidad neoliberal madurista pretende ir más allá y aspira a que el cuadre de las finanzas de los explotadores se haga a costa de rebajar los sueldos y otros derechos adquiridos de la masa trabajadora.
A partir de tan salvaje pretensión, se comienzan a levantar progresivamente en todo el país manifestaciones masivas de indignación y protesta, encabezadas por los profesores, empleados y obreros de las universidades –uno de los sectores más afectados por el instructivo oficialista, junto con el de la salud-, organizaciones sindicales, ONG, empleados públicos y movimientos de trabajadores. Estas manifestaciones fueron duramente reprimidas por el gobierno, y muchos de sus participantes fueron víctimas de amedrentamiento, detenciones arbitrarias y despidos.
La fuerza bruta del gobierno no logró contener las manifestaciones. Y ante la amenaza seria de transformar la protesta en un paro nacional del sector educativo, el cual sería seguido por acciones similares de otros sectores, el gobierno –a pesar de sus bravuconadas- comienza a dar su brazo a torcer, con el anuncio forzado y a regañadientes del pago del 100% del bono vacacional del sector educativo el cual pretendía ser vulgarmente “expropiado” para que las cuentas oficialistas no se afectaran. Los sectores laborales han anunciado que las manifestaciones y la presión continuarán hasta lograr la derogación definitiva del instructivo Onapre, pero este primer paso constituye un logro político de capital importancia, no sólo por sus implicaciones prácticas sino por las enseñanzas que este triunfo implica.
¿Cuáles son las claves de esta aún incompleta pero muy significativa victoria popular? Hay 6 que es necesario analizar, aunque sea brevemente, sobre todo porque ellas nos pueden dar la respuesta sobre lo que hay que hacer para materializar la liberación democrática de Venezuela.
1) Lo primero es que las protestas que se iniciaron en mayo lograron convertirse en un movimiento de auténtica presión cívica. En otras palabras, no eran manifestaciones aisladas, catárticas, cada una por su lado, sin continuidad ni dirección. Por el contrario, eran expresiones populares organizadas, conectadas entre sí, sistemáticas, constantes y con una direccionalidad orientada hacia los responsables de los derechos vulnerados, lo que le permitió convertirse en un instrumento social de poderosa eficacia política.
2) Estas movilizaciones populares no solo se originaban en todo el país, sino que eran completamente despolarizadas. No respondían al juego artificial de oposición contra gobierno, como si la polarización que existe fuera esa y no la de un inmenso país sufriente contra una minoría de privilegiados que los explotan. No se trataba de oposición vs gobierno, sino de trabajadores vs sus explotadores. En ellas participaron por igual sindicatos y bases chavistas junto a las que no lo son. Tampoco había protagonismo de banderías partidistas ni de líderes en búsqueda de figuración. Era una auténtica lucha unitaria, despolarizada, heterogénea y amplia.
3) La razón de las movilizaciones era tangible. No las originaba una causa abstracta sino una muy concreta. Para la mayoría, el dinero que se les pretendía expropiar era el necesario para comprar medicinas, tratar de costearse un tratamiento médico o para la compra de útiles escolares para sus hijos. Se trataba de una lucha en la que se defendían derechos percibidos como muy sensibles pero en especial muy cercanos a la realidad de cada quien. Uno de los retos urgentes a asumir, de cara a la necesaria movilización en la lucha por elecciones limpias, es lograr que la mayoría perciba y sienta que lo que está en juego no es un cargo político ni una contienda ajena a ella y a sus problemas, sino el bienestar real de su propia familia. Pero para ello, el primer paso es hacerse presente en su cotidianidad y acompañar activamente las luchas sectoriales por su supervivencia y por la defensa de sus derechos constantemente vulnerados.
4) No se cayó en la distracción de las amenazas de los privilegiados. Desde intentos de minimizar el impacto de las manifestaciones (“son muy reducidas” según el dirigente oficialista Jesús Faría, son producto de la manipulación, según Maduro, o son un invento de la “derecha reaccionaria” según el diputado Pedro Carreño), hasta las amenazas directas como las del presentador de televisión oficialista Mario Silva (Lancénse el paro, échenle bolas, pues, para que ustedes vean la marea rojita como se les va a ir para encima), el gobierno intentó en vano aplicar su cóctel de siempre, que es la simultaneidad de represión, amenazas y desvalorización. En otras ocasiones, esas acciones hubieran provocado desesperanza y desánimo. Pero en este caso, al contrario, se entendió que eran silbidos en la oscuridad de los asustados, ante la posibilidad cierta de que el descontento popular se les viniera encima transformado –este sí- en un auténtico huracán popular. La mayoría no sucumbió al juego crónico del gobierno de sembrar desesperanza.
5) La presión cívica que se generó hizo que la advertencia de un paro nacional de todo el sector educativo fuera realmente una amenaza creíble para el gobierno, no como las fantasiosas intervenciones extranjeras o la ilusoria constitución de fuerzas extranacionales. Esta sí era en serio y además posible.
6) Por último, el sujeto político de esta victoria fue el pueblo organizado. No se trató de ninguna vanguardia esclarecida con pretensiones de salvar al país desde arriba, sino la propia gente organizada en sus sindicatos, federaciones y grupos de representación, luchando por lo que consideraban valía la pena arriesgar.
Se acercan tiempos complicados. El gobierno va a querer -como siempre y no debería ser sorpresa- jugar sucio en el próximo escenario electoral, lo cual no excluye la posibilidad de un adelanto interesado de la fecha de las elecciones.
Las 6 lecciones de esta reciente victoria popular tienen que ser aprendidas. Y esto pasa por empezar a generar las condiciones para que ellas se desarrollen, materialicen y comiencen a provocar un efecto similar en el caso de las próximas elecciones presidenciales. No es fácil, como no lo es la liberación democrática de Venezuela. Pero es ineludible, si no queremos estar pronto lamentándonos de la permanencia de la actual clase política al menos –y por ahora- seis años más en el poder.
@angeloropeza182