El libro de Odd Arne Westad “La Guerra Fría” está disponible en PDF

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Criterios y agradecimientos

 

Escribir la historia del mundo nunca es fácil, incluso cuando lo que se aborda es una serie de hechos limitados en tiempo y efectos. Aunque el autor es sin duda responsable de las conclusiones, el trabajo depende por fuerza de las investigaciones de aquellos que saben infinitamente más sobre fragmentos de la historia que cualquiera que pueda aspirar a investigar toda su vida. Por lo tanto, la historia del mundo es, implícita o explícitamente, un proyecto colectivo. Todo aquel que crea que él solo puede juzgar todos los detalles de la gran historia es un necio. Pero asimismo, aquellos expertos que crean que la historia no podría o no debería ser escrita, salen perdiendo con ello. Limitan sus propios conocimientos al igual que restringen el uso de la historia a los lectores potenciales.

En mi opinión, esta utilidad es fundamental para lo que hago. Naturalmente se puede conseguir por medio de muchas clases de escritos de historia, grandes y pequeños, amplios y estrechos, con diferentes puntos centrales por lo que se refiere a individuos, comunidades, estados o clases sociales. Pero la historia mundial, como sus parientes las historias internacional y transnacional, tiene una importancia especial porque permite que el historiador y el lector sitúen las cosas en su contexto más allá de países específicos o incluso regiones. Esto es lo que aspiro a hacer en este libro: contar la historia de la Guerra Fría global en todos los continentes y conforme a una amplia cronología, de modo que queden claras las diferencias de cómo vivieron el conflicto los diversos grupos de gente. Ha sido una tarea ardua y ahora les toca a los lectores juzgar si está bien hecha.

He contabilizado una gran cantidad de deudas intelectuales durante el tiempo que he tardado en escribir este libro. Mi primera deuda, como siempre, es para

con mis profesores y mentores: Michael Hunt en Chapel Hill, Geir Lundestad y Helge Pharo en Oslo, y Mick Cox en Londres. Mis compañeros de la London School of Economics and Political Science (LSE) y de Harvard me han ayudado a desarrollar diferentes aspectos del libro (a veces de un modo que cuesta reconocer). Estoy especialmente agradecido al extraordinario grupo de personas que, junto con Mick y yo mismo, crearon LSE IDEAS: Svetozar Rajak, Emilia Knight, Tiha Franulovic, Gordon Barrass y muchos, muchos más. Trabajar en IDEAS fue uno de los momentos cumbre de mi carrera académica, sobre todo porque el estudio de la Guerra Fría como sistema internacional fue uno de los principios fundamentales de IDEAS. La mayoría de mis compañeros del Departamento de Historia Internacional de la LSE aportaron su granito de arena a este libro, especialmente Piers Ludlow, Tanya Harmer, Antony Best, Vladislav Zubok, Kirsten Schulze, Nigel Ashton, MacGregor Knox, David Stevenson, Steven Casey, Kristina Spohr, Gagan Sood y Roham Alvandi.

Muchos de mis conocimientos sobre la Guerra Fría proceden de dos extraordinarios proyectos en los que he tenido la suerte de participar. Uno fue la creación de la revista Cold War History, que empezó a publicarse en 2000. He aprendido mucho de todos los miembros del consejo editorial y de generaciones de directores editoriales que han hecho un trabajo excepcional consolidando la revista. Naturalmente, también he aprendido mucho de los colaboradores (entre los que se cuentan algunos que finalmente no llegaron a publicar). La difunta Saki Dockrill impulsó la revista. Siempre la recordaré con cariño.

Asimismo, tuve la enorme fortuna de coeditar con Melvyn Leffer la grandiosa Cambridge History of the Cold War. Trabajar junto a más de setenta autores fue una experiencia de aprendizaje muy intensa, tanto en el plano del conocimiento como (debo confesar) de la paciencia. El trabajo de coedición con Mel fue un placer de principio a fin. Es uno de mis compañeros favoritos: erudito, meticuloso y siempre dispuesto a ayudar.

Estoy también en deuda con todos los alumnos de la LSE y ahora de Harvard que han asistido a mis clases sobre la Guerra Fría. El aprendizaje siempre es una obligación compartida. Muchos de los puntos de vista que han ayudado a escribir este libro han llegado hasta mí a través de los estudiantes o licenciados durante los animados debates en clase, o supervisando a estudiantes de doctorado. Me encuentro entre aquellos a quienes cuesta escribir sin enseñar:

estar en un aula es una manera de poner a prueba las ideas, los esquemas y la estructura, lo cual es beneficioso para muchas de las cosas que hago, y más este libro.

Durante el tiempo que pasé en LSE IDEAS tuve la suerte (gracias a la generosidad de Emmanuel Roman) de estar en contacto con una serie de destacados profesores visitantes que tuvieron una gran influencia en la forma en que está escrito este libro: Paul Kennedy (más que ninguno), Chen Jian, Gilles Kepel, Niall Ferguson, Ramachandra Guha, Anne Applebaum y Matthew Connelly.

Mis nuevos compañeros de Harvard han sido de gran ayuda durante las últimas etapas del proceso. Tony Saich y el Centro Ash de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy han creado un clima cordial y creativo en el que trabajar. Incluso antes de trasladarme a Harvard en 2015, eché mano de la extraordinaria sabiduría y perspicacia de Mark Kramer y del proyecto que lleva a cabo aquí sobre la Guerra Fría.

Me he beneficiado enormemente de la ayuda de mis colegas de todo el mundo que han facilitado mi investigación, muchas veces dejando a un lado su propio trabajo para echarme una mano durante mis visitas. Estoy especialmente agradecido a Niu Jun, Zhang Baijia y Niu Ke en Beijing, Alexander Chubarian y Vladímir Pechatnov en Moscú, Silvio Pons en Roma, Jordan Baev en Sofía, Nguyen Vu Tung en Hanói, Ljubodrag Dimic y Miladin Milosevic en Belgrado, Srinath Raghavan en Nueva Delhi, Khaled Fahmy en El Cairo y Matias Spektor en Río de Janeiro.

Varios compañeros y amigos tuvieron la amabilidad de leer y comentar partes del manuscrito mientras lo escribía. Me han ayudado a hacer un libro mejor y a evitar (eso espero) demasiados errores en el texto. Les debo muchísimo a Vladislav Zubok, Serhii Plokhy, Csaba Békés, Stephen Walt, Christopher Goscha, Chen Jian, Piers Ludlow, Fred Logevall, Mary Sarotte, Daniel Sargent, Vanni Pettinà, Anton Harder, David Engerman, Niu Jun, Mark Kramer, Sulmaan Khan, Tanya Harmer y Tarek Masoud.

Para algunas partes del libro he contado con la ayuda de unos ayudantes de investigación fantásticos. Estoy muy agradecido a Sandeep Bhardwaj (en Nueva Delhi), Khadiga Omar (en El Cairo) y Maria Terzieva (en Sofía). Los dos últimos también ayudaron con las traducciones, al igual que Laszlo Horvath

(húngaro) y Jan Cornelius (afrikáans). Trung Chi Tran colaboró en Harvard durante las etapas finales. La investigación sobre la parte del libro sobre Corea recibió una generosa subvención de la Academia de Estudios Coreanos (AKS-2010-DZZ-3104).

Cuando más lo necesité, los amigos me ofrecieron lugares maravillosos en los que escribir: Sue y Mike Potts en Saint-Marcel, Cathie y Enrique Pani en México y Hina y Nilesh Patel en Norfolk. Les estoy muy agradecido.

Uno de los aspectos más divertidos de escribir sobre la historia mundial de la Guerra Fría durante los últimos veinte años ha sido que en gran parte es un trabajo de colaboración. Esto es gracias sobre todo a dos extraordinarias instituciones de Washington DC: el Proyecto de la Historia Internacional de la Guerra Fría (CWIHP por sus siglas en inglés) en el Centro Woodrow Wilson y el Archivo de Seguridad Nacional. Otros innumerables historiadores y yo nos hemos beneficiado muchísimo de la ayuda y diligencia de ambas instituciones, que han hecho tanto para poner a disposición del público documentos estadounidenses y extranjeros sobre la Guerra Fría. Estoy especialmente agradecido a Christian Ostermann y (antes de él) a James Hershberg del Centro Wilson y a Thomas Blanton, Malcolm Byrne y Svetlana Savranskaya del archivo.

Mi agente literaria, Sarah Chalfant de la Agencia Wylie ha hecho realidad este libro de más formas de las que yo creo ella misma es consciente. Durante las últimas etapas de producción, he tenido la gran suerte de trabajar con dos magníficos editores, Lara Heimert de Basic Books en Nueva York y Simon Winder de Penguin en Londres. A la hora de corregir, Bill Warhop ha hecho un trabajo de experto.

Finalmente, trabajar con unos auxiliares administrativos tan magníficos durante toda la investigación para este libro ha sido una bendición. Tiha Franulovic, en la LSE, fue el pilar de mi existencia profesional durante más de una década. En Harvard, primero Lia Tjahjana y ahora Samantha Gammons han ayudado con maestría y dedicación. Son las coordinadoras de las que dependen los investigadores para lograr que se hagan las cosas.

Déjenme terminar con unos cuantos comentarios sobre normas y criterios a lo largo del libro. En las notas he optado por la precisión y la sencillez. Tenía que evitar hacer un libro, ya de por sí largo, aún más largo debido a cantidades ingentes de citas de archivo, pero también tenía que facilitar que otros investigadores recuperasen documentos donde yo los había encontrado. Los materiales a los que tuve acceso en los archivos se citan según su ubicación original en los mismos. Los documentos a los que accedí a través de otras entidades depositarias, como colecciones de bibliotecas, el CWIHP, el Archivo de Seguridad Nacional y otras páginas web, se han citado según su actual ubicación física o digital (noviembre de 2016).

Las traducciones de las fuentes originales son mías, salvo cuando se menciona. No obstante, en alguna ocasión he consultado otras traducciones o he solicitado la ayuda de algunos nativos para mayor precisión y comprensión.

No siempre he podido reconocer suficientemente el mérito cuando ese mérito les pertenece a todos los que han reunido, editado o traducido colecciones de documentos. Son los trabajadores de los que depende todo el mundo en este negocio. Yo mismo he formado parte de ellos, así que lo sé. De nuevo, mi pobre excusa es que no pude hacer este libro aún más largo. Así que, dicho esto, quiero expresar mi gratitud y lealtad a todos aquellos que, ya sea en Washington, Beijing o Moscú, están trabajando duro y desinteresadamente para conseguir que la otrora información secreta del Gobierno se haga pública.

O. A. WESTAD
Cambridge, Massachusetts
Enero de 2017

 

 

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