Simón Balliache: El jazz, un ave fénix y su segundo renacimiento

Compartir

En el segundo renacimiento el jazz pasa de ser una música regional a nacional y posteriormente a internacional. Los esfuerzos iniciales de Fletcher Henderson para construir las Big Bands fueron perfeccionados por Duke Ellington, Cab Calloway, Don Redman y Count Basie, una música hecha por negros estrictamente controlada por el director y el arreglista en donde hasta al solista se le escribía lo que tenía que tocar. No se le puede quitar méritos a los trabajos de Henderson, pero la consolidación se le debe a Ellington quien, al establecer en el Cotton Club en 1927, con una plantilla de once músicos solidificó los parámetros y criterios de las big bands.

Los blancos inmediatamente se dieron cuenta de la potencialidad del nuevo estilo, pero era necesario blanquearlo al igual que hicieron con el New Orleans a través del Dixieland, no es de extrañar que su destino ya estaba predeterminado. De eso se encargaron The Dorsey Brothers, Glenn Miller, Benny Goodman, Artie Shaw y similares. Las bandas se reprodujeron como hongos a lo largo de todo el territorio, la maquinaria industrial, el poder económico y el mejoramiento en la producción del disco lo popularizaron, se impuso, se exportó y opacó a las bandas negras que eran muchísimo mejores.

En definitiva, se produjo una corriente desvirtuada, no un estilo, llamado swing (el swing es un elemento del jazz), término que ya se había utilizado de manera profética por Duke Ellington en el tema clásico It Don’t Mean a Thing (If It Ain’t Got That Swing) (Eso nada significa si no tiene swing) de 1931. Además, se tuvo la pretensión de decir que la Era del Swing había comenzado el 21 de agosto de 1935 con el concierto que dio Benny Goodman en la sala Palomar de Los Ángeles.

Treinta años después el rockandrolero Little Richards dijo que los blancos no inventaban nada, sólo esperaban que los negros crearan algo para luego ellos copiarlos y esterilizarlos para hacerlos más sencillo a los oídos blancos. Y así fue. La música llenaba las salas de bailes (ballrooms) y mientras los negros lo bailaban llenos de sensualidad con un estilo llamado Lindy Hop, los blancos lo hicieron con el Jitterbug, muy estilizado y admitido en las casas de familia y eventos blancos.

Hasta antes de la aparición de las Big Bands los cantantes destacados, en general, están dedicados al blues; esta alineación es la ideal para presentar a Bing Crosby y Frank Sinatra quienes ligeramente hacen incursión en el jazz, aunque fueron ellas quienes desde esas fechas y hasta lo que llevamos del siglo XXI las que se adueñaron de la escena jazzística. Por cada nombre masculino que se destaca hay como veinte del sexo femenino. La relación es aplastante y hoy en día se ha incrementado.

Pioneras fueron Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Sarah Vaughn, quienes definirán las bases para todas las que vinieron después ya fueran de Big Bands o no, pero mientras estas tres cantantes negras tenían que ganar concursos, tocar un instrumento o tener un talento desbordante para participar en esas agrupaciones, las blancas solo necesitaban glamour y pelo amarillo.

Japón inicia la II Guerra Mundial en 1937 cuando invade China, luego Alemania invade Austria y Polonia en 1938 y 1939, respectivamente. Los EE.UU. se encuentran lejos de estos escenarios, pero el 7 de diciembre de 1941 Japón ataca Pearl Harbor, esa fue la excusa que necesitaban para introducirse en esa guerra y aumentar su posicionamiento mundial. Era necesario la participación de todo el mundo incluyendo a los músicos negros y blancos. Toda guerra trae una recesión económica y las grandes bandas requerían de mucho dinero para su mantenimiento y necesitaban de mucho público para solventar los costos. Como consecuencia fueron disminuyendo y desapareciendo ya que muchos músicos se habían ido a la guerra o habían muerto.

Los músicos que no se marcharon comenzaron a reunirse en pequeños combos (grupos de tres, cuatro o cinco músicos) en los locales nocturnos que sobrevivían, para en los after hours (habían locales que después de ciertas horas, cuando cerraban para el público, abrían únicamente para los músicos) hacer jam sessions (momentos en los que un grupo de músicos sin un previo acuerdo se reúnen para improvisar, más que una reunión parece a veces una competencia y de hecho sirvieron para definir quién era mejor entre dos músicos) y los cuttin contest (momentos que servían para calibrar la calidad de los principiantes).

Esto aumentó la individualidad y creatividad del solista quien logra imponerse haciendo desaparecer la presencia del arreglista, llevando la improvisación a niveles nunca vistos. Esta interrelación estrecha entre los integrantes de esos combos va generando un nuevo estilo: el bebop. Una forma energética de tocar la música el cual requería de un virtuosismo elevado de los intérpretes.

El jazz desde su inicio fue una música bailable llegando a su máxima expresión con lo que se llamó La Era del Swing. Con el bebop era imposible bailar, era más importante lo que los músicos querían transmitir y no complacer los gustos bailables del público. Se empezó a decir que esa música «china» que tocaban Charlie Parker y Dizzy Gillespie, dos de los grandes abanderados de este movimiento no se podía bailar, surge un nuevo público, más intelectual que se identifica con la música y el estilo de los músicos, que no tiene en mente la diversión en sí, sino la concentración y la contemplación. La música no es complaciente y el negro tampoco, aunque la segregación racial y la marginación persisten.

Las generaciones puristas y tradicionalistas que se encontraban cómodos con las cadencias de las Big Bands, volvieron a las andadas y otra vez pronosticaron la muerte del jazz, pero de nuevo volvió, como el ave Fénix a renacer de sus cenizas (continuará…)

Investigador y melómano venezolano, autor de los libros Una Historia del jazz, Los íconos del jazz, Voces en el jazz y Jazz en Venezuela.

 

Traducción »