Con toda seguridad, también a algunas jerarquías, digámoslo así, del mundo madurista que, por todo lo que sabemos es, más bien, submundo: un incognoscible Ares narco-petrolero en la era post-americana.
Para la estación orbital de Juan Guaidó destacada en Colombia, el arribo de Petro ha entrañado muchos cambios en lo cotidiano, tal como ocurre después de todo movimiento sísmico.
Característicamente, sin embargo, no se registra cambio alguno en la intelección y valoración de lo ocurrido a este lado del río Táchira. Esta impasibilidad rige las declaraciones de Juan Guaidó ante los primeros movimientos de Petro como presidente. Quizá el más sensible de ellos para el protegido de Donald Trump haya sido hasta ahora el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela. ¿Qué ha dicho de ello el presidente interino?
Guaidó lamentó en rueda de prensa la presteza con que Petro y Maduro restablecieron relaciones y designaron embajadores. “No ha debido acercarse”, dijo, “a quien hoy ampara el terrorismo, favorece la disidencia de las Farc y del ELN, el tráfico de drogas, de armas, de trata de personas, del contrabando, entre otras cosas”.
Compungido por el restablecimiento de relaciones que nunca han debido interrumpirse, Guaidó habló como lo habría hecho la senadora Maria Fernanda Cabal.
El restablecimiento de las relaciones entre ambos países se llevó a cabo horas después de que Guaidó declarase, en tono magnánimo, que procuraría “buscar mecanismos formales de comunicación con el Gobierno de Gustavo Petro”.
Hay que admitir que Guaidó no permite a la realidad desairar la gravedad con que desempeña el papel de un singular presidente latinoamericano cuyo gabinete está todo él en el exilio y depende salarialmente, y en gran medida, de Washington.
En esto último, por cierto, puede catarse la aberrante excepcionalidad política de Venezuela: quienes allí han saqueado billones y usurpan el poder son el impúdico instrumento geopolítico de La Habana, Teherán y Moscú, mientras que el paladín de la oposición designa – interinamente, ¿podría ser de otra manera?— las directivas de empresas petroleras venezolanas en el exterior, sumamente productivas pero plagadas de acreencias reclamadas por córvidos bonistas al acecho.
Una agencia del Gobierno estadounidense mantiene congelado el ingente patrimonio que significan los ingresos ordinarios de Citgo Petroleum Corp. Son recursos que bien podrían aliviar la tragedia humanitaria del país.
Washington vela por los intereses de los acreedores mientras que el interino, presunto mandatario del Estado venezolano, el accionista primordial de Citgo, no puede siquiera emitir con su firma una certificación de soltería.
Pese a su irrisión, Guaidó se permite exhortar a Gustavo Petro a que vuelque su atención hacia los millones de venezolanos desplazados a Colombia por el hambre y la constante violación de derechos humanos. No pensaron, ni él ni su jefe político, que al pretender hacer de Colombia el portaaviones de “todas las opciones sobre la mesa” agitadas por Trump y Elliot Abrams, John Bolton y J. J. Rendón—mercenario contratista de mercenarios—, dejarían sin indispensable auxilio consular a nuestros compatriotas más vulnerables.
La Historia mata pulgas a su manera, la vida siempre está en otra parte.
Ha quedado atrás la idea de un pronunciamiento militar disfrazado de heroica operación humanitaria que, a su vez, daría paso a una transición tutelada nada menos que por el general Vladimir Padrino y el magistrado Maikel Moreno.