Volodomir Zelenski es antes que nada el presidente constitucional de Ucrania. La palabra presidente significa en sentido literal, “el que se sienta adelante”. Quiere decir: El gobierno no es el presidente, pero el presidente es quien preside y representa al gobierno. La distinción es políticamente importante.
Hace algunos días ha cursado la noticia de que el presidente de Rusia quiere cambiar en su país el título de presidente por el de gobernante. El pretexto es capcioso. Aduce el dictador que el término presidente proviene de la constitución norteamericana y Rusia no tiene por qué seguirla. Pero el motivo es evidentemente otro: Putin no quiere presidir el gobierno, él quiere ser el gobierno. En el hecho lo es, pero no de modo oficial. El título de presidente se lo impide.
Para ser presidente basta ser un ciudadano. Nadie estudia para presidente, así como nadie estudia para ser político (politología se estudia solo para ser politólogo y no ha habido hasta ahora ningún presidente que sea politólogo). Se puede haber sido abogado como lo fue Zelenski, militar como lo fue de Gaulle, obrero electricista como lo fue Valessa, médico como lo fueron Bachelet y Allende, futbolista como lo fue Erdogan, chófer de metrobus como lo fue Maduro, espía de la KGB como lo fue Putin, empresario como lo fue (y lo es) Trump, actor de cine como lo fue Reagan y también, de nuevo, el mismo Zelenski.
La previa profesión no tiene ninguna importancia para optar al cargo presidencial. Sin embargo las redes del putinismo no han cesado de atacar de modo infame a Zelenski por el hecho de haber desempeñado la profesión de actor de teatro y cine (además de guionista, director y productor). Lo que callan es que, como casi todas las personas que optan al cargo presidencial, Zelenski poseía lo que se necesita: conocimiento político.
Como estudiante, Zelenski, junto con su actual esposa, se comprometió en iniciativas socioculturales. Entre ellas –y aunque parezca ironía– en la lucha por la defensa del idioma ruso al que algunos nacionalistas radicales querían prohibir (Zelenzki habla mejor el ruso que el ucraniano). En efecto, Zelenski nunca fue anti-ruso, pero sí, como muchos estudiantes de su generación, fue un declarado europeísta. Sus primeras apariciones públicas tuvieron lugar en el marco de la revolución de Maidán, conocida también como Euromaidán por el hecho de que surgió en oposición a los planes del presidente Yanukovich orientados a convertir Ucrania en una dependencia rusa, al estilo de lo que es hoy la Bielorusia de Lukaschenko.
Como reacción a las invasiones rusas en Crimea y en el Donbáz, Zelenski apoyó las posiciones nacionalistas de Porochenko. Pronto se desilusionaría. La retórica nacionalista de Porochenko no podía ocultar sus corruptas relaciones empresariales con los magnates rusos crecidos bajo la sombra de Putin.
Antes de presentar su candidatura, Zelenski, y su recién formado partido “Servidores del pueblo”, levantó una política de tres puntos. El primero: luchar en contra de la corrupción. El segundo: ordenar a un nivel europeo la caótica estructura institucional de su nación. El tercero, buscar una vía pacífica para llegar con Putin a un acuerdo que pusiera fin a los conflictos armados que tenían lugar en el Dombás y en Luganz. Esos tres puntos eran las demandas más sentidas por la ciudadanía. Gracias a la claridad en la exposición de esos puntos, Zelenzki se convertiría, antes de ser candidato, en la figura política más popular de Ucrania. Ese 73,22 % con que derrotó a Porochenko, habla por sí solo.
Zelenski, como todo presidente, será juzgado por la historia. El problema es que la historia no existe independientemente de los historiadores. Por eso casi nunca habrá un veredicto definitivo mientras los historiadores discutan entre sí. Lo que nadie puede sin embargo negar, es que Zelensky ya es un personaje histórico. La razón es muy simple: Zelenski es el presidente de una nación soberana e independiente, reconocida por todos los organismos internacionales, una nación que en estos momentos está siendo invadida por un imperio dirigido por uno de los personajes más crueles y siniestros de la historia moderna, un hombre que sufre de delirios de grandeza proyectados hacia el espacio mundial, un asesino de magnitud, un genocida.
Al igual que Putin, Zelenski también será sometido a juicio histórico. Lo que la historia dirá, dependerá en gran parte del resultado de una guerra que está lejos de terminar. Pero más allá de ese desconocido final, ya tenemos suficientes antecedentes para emitir juicios parciales sobre el cometido de su gestión. En ese sentido conviene recordar que la presidencia de un país no solo es un cargo político, sino además uno determinado por un segmento de la política que es la gobernabilidad, en este caso, la gobernabilidad en tiempos de guerra. Al llegar aquí, cualquier lector bien informado, entenderá que, para analizar a Zelenski como político, resulta conveniente recurrir al Max Weber de Política como profesión.
Según Max Weber, tres son las virtudes necesarias para el buen ejercicio de la profesión política: pasión, responsabilidad y ponderación (Augenmaß). ¿Posee esas virtudes Zelenski?
Pasión, podríamos decir, es lo que menos le falta. Basta escucharlo para saber que la sensibilidad con la que se dirige a su gente o a sus interlocutores extranjeros, no es fingida. Sus palabras le nacen del alma. A Zelenski le duele Ucrania. Todas la personas que han viajado a Ucrania a entrevistarse con el presidente dan cuenta de los sentimientos que inundan a Zelenski, pero a la vez de su capacidad para darles un formato político. Pasión sí, pero sin perder las perspectivas que ofrece la realidad.
Nunca se ha escuchado a Zelenski proferir palabras de venganza ni mucho menos insultos en contra del pueblo ruso como suele hacerlo Putin en contra de los ucranianos. Incluso, rara vez nombra a Putin. Solo se limita a dejar claro que Ucrania es un país libre, soberano e independiente. “Lo único que hoy nos une con Rusia es la frontera”, ha dicho un par de veces. ¿Es entonces Zelenski un patriota? Sí, pero siempre que especifiquemos en que consiste su patriotismo, muy diferente al patriotismo de connotaciones religiosas, culturales e incluso racistas del que hace gala Putin (en su escrito sobre Ucrania del 2021 llega a hablar, como ayer lo hizo Hitler, de “lazos de sangre”).
En cierta medida el patriotismo de Zelenski está cerca del “patriotismo constitucional” propuesto por Jürgen Habermas (en verdad, su creador conceptual es Dolf Sternberger). Bajo patriotismo constitucional entendía Habermas la fidelidad a la constitución, no solo como cuerpo de leyes sino como el libro que constituye a una nación como tal. Habermas se desprende así del culturalismo que fuera característica de la literatura romántica alemana. Patriotismo constitucional es un concepto que sustituye al amor patrio -al terruño, al idioma, al folclore- por el respeto a una constitución que es la de todos. El patriotismo constitucional es, en fin, el patriotismo moderno.
Y bien, coincidiendo con el concepto de Habermas, podríamos intentar ir un paso más adelante que el filósofo social de Alemania. El de Zelenski, pensamos, además de constitucional, es un patriotismo político. ¿Dónde reside la diferencia? En lo siguiente: mientras el patriotismo constitucional de Habermas hace referencia “a lo propio”, el patriotismo político haría referencia a “lo otro”, vale decir, separa a una nación de otra, sin que eso lleve a la negación de la otra. Para Zelenski ese patriotismo se expresa en la fórmula “Ucrania ya no pertenece a Rusia”. Así es efectivamente: desde que Ucrania se convirtió hace treinta años en una nación constitucional y como tal fuera reconocida por todos los organismos internacionales, sobre todo por la ONU, después de largos meses de ardua resistencia al invasor, ha llegado a ser, además, una nación política.
La guerra, la sangre derramada, Putin mismo, terminaron por convertir a Ucrania en una nación política. Podemos decir así que, después de todo lo sucedido, nunca más los ucranianos se sentirán parte de Rusia. Esa guerra ha creado una división política irreversible. Putin podrá ganar la guerra militar, sin duda. Pero la guerra política ya la perdió.
Max Weber agrega que la pasión, en este caso, la pasión política, no serviría de nada si no está puesta al servicio de objetivos racionales. “La política debe ser hecha con la cabeza, no con otras partes del cuerpo”, escribió. De acuerdo a la terminología de Weber ¿ha actuado con responsabilidad Zelenski? Pegunta pertinente, pues los seguidores de Putin no se han cansado de repetir que en la guerra a Ucrania gran parte de la responsabilidad le cabe a Zelenski al haber insistido en que Ucrania debía ser parte de la UE y de la OTAN, asustando al “pobre Putin” quien no tuvo otra alternativa que invadir a Ucrania para defenderse del cerco tendido por la OTAN.
Hasta que Putin reconociera públicamente que su objetivo no era “liberarse de la OTAN” sino crear un nuevo orden mundial antidemocrático con una Rusia militarizada a la cabeza, esta parecía ser la posición dominante, incluso para algunos ingenuos que dicen no simpatizar con Putin y sin embargo ven la mano negra de EE UU y la OTAN hasta en sus sueños. La realidad es otra.
Casi todas las naciones democráticas europeas son miembros de la UE y de la OTAN. Pertenecer a la UE y a la OTAN han llegado a ser credenciales de una nación europea. ¿Por qué Ucrania si había decidido su pertenencia a Europa y no a Rusia debía tener menos derechos que Polonia o que Rumania? Era responsabilidad del presidente de Ucrania dar un carácter europeo a su nación, bregar para que Ucrania (siguiendo “el mandato de Maidán”, dice Zelenski) no fuera una nación europea de segunda clase, con deberes pero sin derechos. Eso por una parte. Por otra, Ucrania era y es una nación amenazada por el imperialismo ruso. Desde el 2014 no hay nadie que lo pueda negar.
Ucrania, como nación europea, debía ser protegida frente a Rusia y la única protección posible era su ingreso a la OTAN. Y aunque a algunos les duela oír, digamos con claridad: Si muchos gobiernos europeos no se hubieran opuesto a que Ucrania fuera miembro de la OTAN (y de la UE) Putin no habría osado nunca invadir a Ucrania. O afirmando lo mismo pero al revés: El hecho de que Ucrania no hubiera sido miembro de la OTAN, hizo posible que Rusia invadiera a Ucrania. Cuando la UE decidió postergar la discusión sobre el tema de la pertenencia de Ucrania a la OTAN hasta ¡el año 2024! Putin, malvado pero no tonto, comprendió que había llegado su momento.
Desde esa perspectiva, al integrar el triangulo de Lublin formado por Lituania, Polonia y Ucrania, países cuyos gobiernos saben que la territorialidad de cada uno de ellos no está asegurada mientras no lo esté la de los tres, Zelenski fue plenamente responsable con los intereses territoriales y políticos de su país. Así como también lo fue cuando, en el momento en que comenzaba la invasión rusa, rechazó toda las ofertas de gobiernos que le ofrecían asilo y decidió ponerse al frente de sus país, no porque fuera un héroe sino por seguir el llamado de su profesión.
Visto así, Zelenzki fue fiel a su profesión, la de ser el presidente de Ucrania. En estos momentos, una profesión cercada por el peligro de su propia muerte. Pero no es solo Zelenski quien asume ese peligro. Muchos ciudadanos también. Lo asumen los soldados en el frente de batalla, lo hace la policía cuando se enfrenta a mafias organizadas, lo hace el personal hospitalario cuando atienden a los contagiados por la pandemia. Zelenski, de acuerdo a esa visión, no hizo otra cosa que asumir con responsabilidad el cargo para el que fue elegido, fuera en la paz como en la guerra. Y lo ha hecho, como recomendó Max Weber, con ponderación, la tercera de las virtudes políticas
Tengo a mano los discursos de Zelenski. En ninguno noto belicismo, exaltación, ni siquiera odio. Su retórica es ponderada. No cree en misiones históricas, futuros luminosos, destinos manifiestos. A diferencias de Putin, es radicalmente antimítico. Sabe también a quienes y cómo dirigir sus palabras. Puede hablar como estadista en la UNO, pero también adecuar sus palabras al público de revistas populares como Vogue. No se ha cansado de repetir a los europeos que la guerra en su país no es en contra de Rusia sino en defensa propia y que si bien tiene lugar en Ucrania, está dirigida en contra de toda Europa. Sin recriminaciones, casi con pedagogía, no pide armas como ayuda, sino como una contribución de los países europeos a ellos mismos. En fin, dice con clara sintaxis lo que muchos presidentes no se atreven a decir a sus ciudadanos, que esta debe ser una lucha de todos y no de algunos.
¿Ponderación la de Zelenski?, dirán sus críticos. ¿No ha subido acaso Zelenski la apuesta hasta el punto de decir que está dispuesto a liberar el Donbás e incluso Crimea, de Rusia? Textualmente dijo:”la guerra comenzó en Crimea (lo que es cierto) y teminará en Crimea”. Pero seamos sinceros ¿esperaba el pacifista público que Zelenski dijera, “estoy dispuesto a ceder territorio a Rusia para alcanzar la paz”? Habría sido absurdo.
Primero: ningún presidente puede ofrecer territorios a gobiernos enemigos sin previa consulta ciudadana. Zelenski es presidente, pero no propietario de Ucrania, como cree serlo Putin, de Rusia. Segundo: una declaración de ese tipo llevaría a la desmoralización de sus huestes, justo en los momentos en que asestan serios golpes a las tropas rusas. Tercero: como presidente, Zelenski sabe que tarde o temprano deberá concurrir a una mesa de negociaciones. Pues bien, en las negociaciones (no solo en las internacionales) se va a exigir el máximo para alcanzar un tanto. Pero si alguien va a exigir solo un tanto, se va a quedar sin nada. Esa es uno de las nociones elementales de toda geoestrategia política.
Seguramente, después de que termine esta guerra espantosa, los historiadores juzgarán a Zelenski. Habrá juicios positivos y tal vez otros negativos. La historiografía nunca ha estado exenta de ideología. Pero hay una verdad que nadie podrá negar: Zelensky ha cumplido con su profesión: la de ser el presidente constitucional de la república de Ucrania.