Isabel Pereira Pizani: La nueva narrativa y el modelo de propiedad

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Es muy curioso que en la mayoría de los intentos de reproducir una nueva narrativa para Venezuela se omita -sin pudor alguno o ignorancia- la alusión del modelo de propiedad adoptado desde 1958 como un factor determinante en la construcción del país que somos.  Se menciona que estamos altamente estatizados, concentrados, con un hiperpresidente que ejerce como zar en todos los terrenos, un Estado de Derecho que brilla por su inexistencia, sin equilibrio de poderes, con restringidísimas libertades económicas, represión política, persecución, destrucción de los medios de comunicación independientes y represión contra los disidentes al régimen.

Estas limitaciones se intentan solucionar con un conjunto de políticas públicas que indican técnicamente qué hacer en cada campo, ejemplo de estos son las propuestas de país generadas en distintos momentos por la oposición venezolana (100 Políticas para Cambiar el País; Plan País).

Buscar las causas que generaron el camino tortuoso que borraba la importancia de la propiedad nos ha traído donde estamos hoy, arruinados, hambrientos y en éxodo creciente, la propiedad no ha sido un factor ponderado en las distintas propuestas de país. Situación que podríamos calificar como “error fatal”, hoy vivimos las consecuencias de no haber comprendido que el modelo de propiedad escogido por el liderazgo en el inicio de la democracia nos haya hundido en este barranco de sufrimiento, minusvalía y desesperación.

Sabiamente decía Richard Pipes que “la inmensa mayoría de los ciudadanos del presente no tienen idea de a qué deben su libertad y su prosperidad, es decir, que su libertad es el resultado de una lucha larga y fructífera por los derechos, de los cuales el derecho a la propiedad es el fundamental. No tienen, por tanto, conciencia de los efectos perjudiciales que la restricción de los derechos de propiedad tendrá, a la larga, sobre sus vidas. las sociedades que omiten o desvalorizan la importancia de la propiedad terminan pagándolo muy caro”.

El modelo de propiedad que adoptó Venezuela a partir de 1958 se inspiró en la desconfianza que generó entre los jóvenes políticos de esa época, el hecho de que desde sus inicios la riqueza generada por el petróleo fuese a parar a manos del presidente del momento Juan Vicente Gómez, sus aliados y familiares quienes entraron en una espiral de riqueza asombrosa, viviendas, lujos en Europa y en los mejores sitios del planeta. Mientras el pueblo era víctima del paludismo, sífilis, desnutrición y carencia de servicios fundamentales como viviendas sanas, electricidad y agua potable. En un censo realizado hace algún tiempo se mostraba que, en la ciudad de Maracay a finales del gobierno de Gómez, 90% de las viviendas eran propiedad privada de este presidente. Esta situación produjo una comprensible repulsión por parte de la nueva generación de políticos posgomecistas, convencidos que la participación de ciudadanos, civiles y empresarios seria siempre de igual manera un camino a la corrupción y al manejo oscuro de las riquezas generadas por el petróleo.

Esta profunda convicción alimentó el concepto de reconstruir a Venezuela concentrándose en la implantación de un Estado propietario muy poderoso, que creían garantizaría un fin noble a los recursos fiscales del país. De allí la consigna “Ni una concesión más a particulares”. Una decisión, llevada a términos constitucionales de impedir la participación ciudadana en el uso, manipulación y distribución de la riqueza nacional, una tarea concentrada y estrictamente reservada al Estado, naciendo así un Estado rico, distribuidor único de la riqueza petrolera, el Estado patrimonialista. Esta condición de concentrar la propiedad de la industria petrolera en el Estado va a permear la construcción de la relación Estado-Sociedad y se va a desparramar al resto de las nuevas actividades económicas e industrias nacientes en el país. Los venezolanos se dedican en los primeros años de la democracia a construir el gran país, urbanizar, alentar creación de empresas, dotar de servicios públicos al territorio, con base en la distribución de recursos fiscales desde el despacho de los presidentes de la república, personajes en su mayoría de alto espíritu democrático. Puertas adentro se cocinaba un caldo tóxico, consecuencia de concentrar la distribución de la riqueza en manos de un presidente, sin controles dependíamos azarosamente de sus valores, honestidad y espíritu democrático porque la opinión ciudadana, los controles y rendición de cuentas al país fueron inexistentes, nunca fue práctica corriente. El país y los partidos políticos tampoco reclamaban.

Era previsible que este desviado modelo pariera monstruos, un presidente y un grupo de su partido manejando toda la riqueza nacional solo podía conducir al caos, al nacimiento de la corrupción, a la aplicación de los recursos de forma ineficiente como lo demuestran los archivos de la Corporación Venezolana de Fomento y de la mayor parte de los ministerios, Hacienda, Fomento, Industria, Agricultura y Obras Públicas. Aunque el país de cierta manera se modernizó, la pobreza se convirtió en la suerte de la mayoría de los venezolanos. La fuerza del descontrol y las apetencias de riquezas mal habidas privaron, el control ciudadano nunca se ejerció.

Hoy podríamos decir que hemos alcanzado un límite, el país arruinado gobernado por un grupo antidemocrático, al cual no le interesa la suerte de los venezolanos, ni le importa la migración forzosa que sufren millones de familias, 20% de nuestra población.

Con base en este crudo balance tendríamos que revisar si la situación que enfrenta el país se debe a las malas políticas, la corrupción, el narcotráfico, el intento de implantar el socialismo a la fuerza, o es consecuencia de haber escogido un camino equivocado que ha parido un hiperpresidente sin escrúpulos, una desaparición del Estado de Derecho,  envilecimiento del Poder Judicial, aplastamiento de la economía, subordinación de las fuerzas armadas al poder central, intervención-anulación de la libertad de comunicación y un ejercicio de control y dominio del derecho a elegir como valor inalienable.

Es el momento de analizar, antes de decidir, si la propiedad es importante, cuáles cambios y transformaciones tenemos que exigir al liderazgo, porque no bastaría con una sustitución de figuras en el poder, se trata de un verdadero cambio de modelo país, es decir, una nueva narrativa.

 

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