El transhumanismo plantea que reduzcamos el tamaño de los humanos para consumir menos recursos. Si manipulamos el código genético, las clases sociales se convertirán en biológicas.
Con motivo de nuestro 35 aniversario y en colaboración con la Fundación BBVA, hablamos esta semana con uno de los pocos filósofos que reflexiona sobre cíborgs y que, además, lo hace sin miedo a molestar a tecnofanáticos y tencoescépticos. Catedrático de lógica y filosofía de la ciencia, Antonio Diéguez es un experto en el tranhumanismo, el movimiento que aboga por la mejora del ser humano mediante herramientas tecnológicas. Pero ¿mejora eso la sociedad?
Antonio Diéguez (Málaga, 1961) es una rara avis. Diéguez lleva investigando el transhumanismo desde que era un fenómeno minoritario, y ha sido testigo de su transformación en una ideología de moda. Colabora, además, con algunos de sus gurús, como Anders Sandberg, a pesar de que no se corta a la hora de criticar muchos de sus planteamientos. Hoy, cuando cada vez son más las voces que piden un debate sobre las consecuencias biológicas y sociales de los avances tecnológicos, este pensador, enamorado de Aristóteles y Einstein, es uno de los pocos que se atreven a abrir ese melón.
XLSemanal. El transhumanismo promueve modificar al ser humano con edición genética, implantes cerebrales… Se supone que para mejorarnos, ¿es así?
Antonio Diéguez. No está claro. Y hay que tener cuidado porque puede haber cambios que se vuelvan irreversibles. Si editamos la línea germinal afectará a nuestra descendencia.
XL. ¿Y puede suceder que la especie humana acabe escindida, como profetiza Harari: el Homo sapiens por un lado y, por el otro, una nueva raza de cíborgs?
A.D. Harari abraza el discurso transhumanista ingenuamente. En realidad, no sabemos qué hacer con todos estos avances técnicos. Ortega ya lo vio venir en los años 30 del pasado siglo: la hipertrofia de la técnica nos conducía a una crisis de los deseos.
Por qué pasará a la historia: Por sus reflexiones sobre el trans-humanismo, reflejadas en dos obras que se han convertido en referentes en el mundo hispanohablantesobre esta ideología, y que Diéguez lleva años investigando: Transhumanismo (2017) y Cuerpos inadecuados (2021), ambas publicadas por Herder.
XL. ¿No sabemos qué queremos ser?
A.D. No sabemos qué fines queremos conseguir con tanta tecnología. Hemos puesto todas nuestras esperanzas en el propio desarrollo tecnológico. Sin embargo, para la mayoría, la tecnología no da respuesta a las preguntas importantes.XL. ¿Se refiere a quiénes somos, a dónde vamos…?A.D. Hay que empezar por esas, sí. Por ejemplo, ¿en qué consiste una vida buena? Pero también hay otras nuevas. ¿Hay características de nuestra especie que deberíamos preservar? ¿Tiene sentido aspirar a una eliminación casi completa de la vulnerabilidad para convertirnos en individuos aislados y autosuficientes; con un físico y una mente portentosas, pero ensimismados?
XL. ¿En qué nos estamos equivocando?
A.D. Damos por hecho que la mejora constante del ser humano implica la mejora de la sociedad, y no es así. Podemos vivir más años y ser más listos, pero atrapados en una sociedad poco atractiva donde se hayan perdido los lazos de la solidaridad y la empatía. Los hikikomori, en Japón, esos jóvenes encerrados en su habitación e hiperconectados, son un aviso.
XL. Los algoritmos ya deciden muchas veces por nosotros…
A.D. No se trata de demonizar a la ciencia y la técnica. La humanidad ya no puede sobrevivir sin ellas. Pero hay que encauzarlas para que no invadan aspectos de la vida que no les corresponden. Hace falta una reflexión sobre cómo el progreso técnico está afectando a los procesos de decisión en las sociedades democráticas. Y viceversa, cómo las democracias deberían tener más influencia sobre lo que se investiga. En Estados Unidos, el 60 por ciento de la investigación biomédica es privada. La pagan las empresas. Y no está claro que sus intereses coincidan con los de los ciudadanos. Eso, además, tiene otro peligro: que los ciudadanos perciban que estas compañías no explican lo que hacen. Lo vimos con la pandemia. Muchos reaccionaron con posiciones anticientíficas o pseudocientíficas.
XL. Un laboratorio financiado por Jeff Bezos ha fichado a los mayores expertos mundiales en longevidad a golpe de talonario…
A.D. Los avances en la extensión de la vida son espectaculares e invitan a pensar que hay base para alargarla. Otras promesas van mucho más lentas, como el volcado de la mente en la máquina. Ya somos capaces de rejuvenecer a ratones, y los ensayos clínicos con humanos empiezan a dar frutos. Si no van más rápidos es porque la vejez no se considera una enfermedad, y no se pueden justificar los ensayos a no ser que la finalidad sea curar alguna dolencia específica.
XL. Pero esa no es la inmortalidad de la que hablan algunos transhumanistas…
A.D. Ya. Pero si se alarga la esperanza de vida un par de décadas, los cambios sociales serán tremendos. Si en los países desarrollados una gran parte de la población supera los cien años, cambiará la pirámide demográfica. No podremos jubilarnos a la edad de ahora, ni con las pensiones actuales. Además, las personas mayores suelen ser más conservadoras. Y pueden favorecer a partidos que hagan políticas más favorables para ellos y menos para los jóvenes.
XL. Parece dar por sentado que estos medicamentos estarán al alcance de muchos, pero no tiene pinta de que vayan a ser baratos…
A.D. Mientras solo sea una cuestión de medicamentos caros, habrá una mayor distancia de longevidad en clases sociales, pero eso lo tenemos ya. Ahora mismo, lo que más determina la longevidad no es tu código genético sino tu código postal. Las diferencias entre barrios de una misma ciudad pueden ser de diez años. Esa brecha se agrandará con fármacos caros. Ahora bien, si se acaba considerando la vejez una enfermedad, la seguridad social tendría que subvencionar estos medicamentos.
XL. La factura será tremenda…
A.D. Se idearán mecanismos para que sea asumible. Pero el día que manipulemos el código genético y tengamos descendientes a la carta se iniciará una distinción social que cristalizará en biológica. Y eso sí que puede ser bastante distópico. Porque esas diferencias genéticas conducirán a formas de vida, y características físicas y mentales, muy distintas.
XL. ¿Sería una especie de apartheid genético?
A.D. Sí. Las clases sociales se convertirán en clases biológicas. Y las élites serán inamovibles. No solo tendrán el dinero, sino que esos privilegiados serán más longevos, inteligentes y sanos. Ninguna clase política se atreverá a legislar contra ellos. Y legislar con valentía es algo que resulta cada vez más urgente. Seguramente habría que empezar por dividir las grandes empresas tecnológicas, dado el poder que han adquirido.
XL. Pero el discurso transhumanista es de emancipación del ser humano.
A.D. Es un discurso que le viene bien a estas élites. Dicen que es un proyecto del que todos nos vamos a beneficiar. Se ve en el tema medioambiental. Ellos confían en que el desarrollo tecnológico solucione la papeleta. Pero no van al origen del problema. Pretenden que modifiquemos al ser humano para que se adecúe mejor a un planeta deteriorado. O que reduzcamos su tamaño. Humanos más pequeños consumirán menos recursos. Eso ya lo han planteado. En el fondo, es un discurso reaccionario. En lugar de cambiar nuestra manera de producir y consumir, se nos propone que cambiemos biológicamente para resistir mejor en un mundo tóxico y pobre.
XL. ¿Sálvese quien pueda?
A.D. Las elites ya se han fugado. Le dicen al resto de la población: «Tranquilos, también vosotros tendréis vuestra oportunidad». Mientras tanto, han dimitido de crear una sociedad mejor. Y se han buscado sus propios refugios a los que escapar.
ABC de España – Carlos Manuel Sánchez