En su discurso de agradecimiento al recibir el Premio Nobel de Literatura (1987), Joseph Brodsky se identifica de “persona particular que toda su vida ha preferido esta particularidad a cualquier rol social”. Solo en libertad, en la genuina autonomía de la persona, dice, será posible la legitimación de la existencia. En su caso, Brodsky asienta su legitimidad personal en su creatividad como poeta. Gracias a la poesía, afirma, le ha sido posible conjurar la arbitrariedad y la helada injusticia del régimen soviético. La libertad de su creación, su espiritual subjetividad fue lo que le permitió enfrentar la inhumanidad de un poder político que, como todo espacio totalitario, convirtió la impuesta unanimidad de las obediencias en norma general.
Recordaré aquí la pregunta del poeta irlandés Seamus Heaney: “¿Para qué sirve la poesía?”, así como la respuesta que él mismo se ofrece: “La poesía se halla del lado de la vida, de la continuidad del esfuerzo y de la amplitud del espíritu”. Esto es: la poesía tiene que ver, sobre todo, con la dimensión más profunda de la espiritualidad humana, con el significado de la libertad personal. Aceptar esto significa entender mejor las razones de Brodsky: acercarnos a la poesía, al arte en general, significará compartir expresiones de humanidad; entonaciones alusivas a dignidad individual. Significará entender como inhumano todo cuanto cercene la independencia del hombre.
Muy cercanas a las razones de Brodsky, el escritor Gao Xingjian, (Premio Nobel 2000), en su discurso de agradecimiento, defiende la autenticidad de todo creador expresándose desde sí mismo y nunca en nombre de una raza, una ideología, una bandera o una religión. La creación artística será siempre la expresión de una individualidad interpretando y mostrándose en sus propias interpretaciones. “Hablarse a sí mismo -concluye Xingjian- es el punto de partida de la literatura”. En un momento determinado, hace referencia a eso que él llama “literatura fría”: creación realizada solo por el muy humano placer de hacer, de construir. Resulta fácil relacionar esta “literatura fría” con cierto propósito ideal para todos los actos humanos: el esfuerzo por dar lo mejor de nosotros mismos; hacer las cosas porque nos satisface hacerlas, porque haciéndolas nos sentimos felices, porque haciéndolas le encontramos un sentido a nuestra vida junto a ese esfuerzo al que nos entregamos sin otra recompensa que nuestra propia satisfacción. Y eso es suficiente. Debería ser siempre suficiente.