Enrique Meléndez: Guzmán Blanco y el Esequibo

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Durante el gobierno de Juan Pablo Rojas Paúl en la década de 1880, estuvimos a punto de recuperar el Esequibo por la vía de la justicia internacional y sin abuso de fuerza; que era lo que le demandaba nuestro país a Inglaterra, que se había hecho dueña de los mares, gracias al desarrollo de su armada; a través de un proceso de negociaciones, que venía llevando a cabo Antonio Guzmán Blanco con aquel Reino; mediante la intermediación de los EEUU, que estaban dispuestos a apadrinarnos en la reclamación que nosotros le hacíamos a Inglaterra, a medida que se fue apoderando de un territorio, que estaba más allá del río Esequibo, y el cual en un principio constituyó el límite de nuestra frontera con Guyana; de acuerdo a la constitución de lo que se conoció como la Capitanía General de Venezuela; estuvimos a punto de imponernos, a ese respecto, sólo que a los sudamericanos no se nos deja de atravesar en la conciencia la tendencia a la idolatría, como dice Octavio Paz, de un monumento y de un caudillo; pues resulta que, siendo Guzmán Blanco nuestro representante diplomático en ese momento en Europa, y a tal efecto es nuestro negociador ante Inglaterra, ocurre en Venezuela un hecho, que le va a herir el ego, y es que un grupo de estudiantes derriba la estatua suya, que se encuentra entre el Capitolio y la sede de la entonces Universidad de Caracas; sobre todo, porque este vandalismo había sido tolerado por Rojas Paúl; en el sentido, de que no había pasado nada; nadie había sido detenido; lo que lo tomó Guzmán Blanco como una afrenta de parte del susodicho; producto de una venganza suya, según supuso, y a causa de que Guzmán Blanco, quien se había convertido en el gran elector en ese tiempo; dada la magnitud, que había alcanzado su liderazgo, no lo había apoyado en el proceso electoral, que había dado lugar a su designación como jefe de Estado; aun cuando Rojas Paúl había bregado ese voto suyo hasta pecar de ridículo en las lisonjas, que le dirigía, como lo hace ver Tomás Polanco Alcántara, a propósito de la biografía que escribe sobre el autodenominado Ilustre Americano, y donde ya de por sí se observa el grado de la idolatría de ese ego; de modo que aquella trastada contra una de sus estatuas lo lleva a renunciar a dicho papel en el campo internacional.

Para ese momento Guzmán Blanco había movido cielo y tierra; en función de lograr, primero, que los EEUU se prestaran para ejercer el papel de mediador en este conflicto; que no le fue nada fácil, por dos razones: la primera, porque EEUU mantenía una muy buena relación con Inglaterra; a pesar de que en ese afán de creerse dueña de los mares venía cometiendo toda clase de abusos; como el hecho de irnos a nosotros mismos despojándonos de una gran parte de nuestro territorio por “el poder del más fuerte”, como diría Guzmán Blanco; luego, porque una parte de la dirigencia política de los EEUU no querían entrometerse en los asuntos fronterizos de los países de la América hispánica; pero pudo más el fantasma del Orinoco, esto es, el temor que le infundió Guzmán Blanco, sobre todo, al entonces presidente Glober Cleveland, de que la intención de Inglaterra era la de apoderarse de los ríos navegables de nuestro continente, a medida que incursionaba en nuestro territorio; pues si lo dejaba arrebatarnos el Orinoco, después iba por el Amazonas y por el de La Plata, y esto sí sensibilizó a aquél, que de inmediato planteó este problema ante su representación diplomática en Inglaterra; alertándola sobre este asunto, y ordenándole que le exigiera a Inglaterra resolver el problema del diferendo, que tenía con nuestro Estado, y que había provocado la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países, por medio de un arbitraje, y así que se inició dicho proceso, y en donde Guzmán Blanco había solicitado que, antes de ir a ese arbitraje, Inglaterra debía desocupar el territorio en cuestión, y a lo que parecía que iba a acceder Inglaterra; sólo que se atraviesa ese incidente, que vuelve soberbio a Guzmán Blanco, y lo más grave para nosotros que Rojas Paúl le admite la renuncia, y entonces en su defecto nombra a un diplomático, que para nada contaba con la proyección del liderazgo internacional, que había logrado granjearse Guzmán Blanco, y así que la negociación se distiende, los ingleses engatusan a Rojas Paúl, éste restituye las relaciones diplomáticas con esta gente, sin haber desocupado la zona del Esequibo; que era otra de las condiciones, que había puesto Guzmán Blanco, para ir al arbitraje, y el cual se iba a efectuar en 1899 en París; de cuyo desenlace no nos quisiéramos acordar.

Guzmán Blanco se había granjeado esa proyección; porque había sido por excelencia un hombre de Estado: siendo muy joven había llegado a la vicepresidencia, alternándose de vez en cuando como presidente provisional, antes de ejercer su régimen, propiamente dicho, ya como caudillo liberal; además de ser un consumado guerrero y un letrado, como el Libertador, y a lo que se agregaba su carrera de diplomático, lo que le permitió aprender otros idiomas, y relacionarse con el mundo financiero de ese entonces, por medio del cual se hizo de su gran fortuna. Por supuesto, quien lo iba a sustituir estaba lejos de poseer esas credenciales; aun cuando Guzmán Blanco no dejó de estar pendiente de ese proceso, que va a conducir al llamado Laudo Arbitral de 1899, y en donde ya de hecho Inglaterra no admitió que ninguno de los jueces, que integraban el Tribunal, que se formó a ese respecto, fuera venezolano; en virtud de que consideraba que en Venezuela no había abogado, capaz de participar en dicho proceso, y así que EEUU asumió nuestra representación. Todo esto viene al caso, porque igual papel de Rojas Paúl jugó Hugo Chávez; cuando dijo que nuestro país no se iba a oponer, a que Guyana explotara la zona del Esequibo, siempre y cuando las inversiones fueran con fines sociales; de modo que como lo social es el más universal de los conceptos, Guyana firmó un contrato petrolero con la Exxon Mobil y ahí la tenemos.

 

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