Federico Jiménez Losantos: La reina que sólo amaba la Corona

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La función de la Corona era advertir al Gobierno en los asuntos que entrañan un riesgo para el país; el referéndum de Escocia y el Brexit lo eran y la Reina calló.

A Isabel II de Inglaterra se le están rindiendo honores disparatados, aunque lógicos en una época que rinde culto a la imagen y a la mitomanía. La idiocia mediática y la astucia comercial han premiado The Crown. Y su longevidad le ha permitido heredar los “cocodrilos” que todos los medios llevaban años guardando, no sólo los anglosajones sino los que, desde Lady Di, saben que la Familia Real británica vende. Así que le dedicarán más horas de televisión que a la guerra de Ucrania, y con mucho más público.

La insistencia en las mismas imágenes en los medios más dispares es asombrosa: la foto de la coronación como emperatriz; una toma de espaldas que recuerde el cartel de la película de Helen Mirren; y como severo titular, las fechas del nacimiento y de la muerte, como si nacer y morir fueran algo para meditar ocho segundos. Hemos visto extravagancias pasmosas, como la que la despide del mundo con medio cuerpo fuera de la carroza, riendo como nunca rio en su vida, al menos en público. Y en España, cómo no, se ha rendido embelesada pleitesía a la usurpadora de Gibraltar: “La reina más importante de todas”, “de la Historia” o “de siempre”, que en estos tiempos menguados cursilería y anglicismos suelen ir juntos. Véase la publicidad.

La Corona como amoralidad de Estado

Lo que más se recuerda, porque sale en The Crown, es que Churchill la educó en el respeto a la Constitución, y por eso no se ha inmiscuido en la política de los Gobiernos con los que coincidió. Sin embargo, la función de la Corona es moderar y advertir al Gobierno en los asuntos que entrañan un riesgo grave para el país; y es evidente que el referéndum de Escocia y el Brexit lo eran y la Reina calló para preservar la Corona de la división en la opinión pública, como si el uno no fuera un peligro para la integridad del Reino Unido y el otro una amenaza para su política exterior y su economía. Peor: como si no fueran trucos partidistas de Cameron y Johnson.

El referéndum de Escocia y no sobre Escocia era una apuesta a corto plazo de un político sin escrúpulos que fragmentaba el sujeto político británico. El Brexit, la liquidación de todos los compromisos de las últimas décadas, en favor de un nacionalismo ramplón que sueña océano el Canal. Yo creo que aunque la Corona es una instancia simbólica, no puede dejar de ser una referencia moral. Y era inmoral no advertir de forma discreta, que los planes egoístas de un político ponían en peligro el futuro del Reino. A la Reina le ha salvado el fervor popular y la independencia judicial, que le permitían prescindir de conciencia, para no perjudicar su herencia. Tacaña como era, mantuvo su enorme fortuna, mientras callaba que era más que probable que el Brexit empobreciera a los británicos. Tal vez pensaba que el Brexit no era malo y no la comprometía moralmente. Pero el referéndum de Escocia afectaba directamente al futuro del Reino, y calló.

Diferencias entre las monarquías británica y española

Los que sueñan con que la monarquía española sea como la británica, deberían intercambiar los habitantes de Gran Bretaña y España; y estudiar nuestra Historia para comprobar si la intervención por un fin superior, no personal, es lo que legitima la Corona. Dos ejemplos positivos: la actitud de Juan Carlos I ante el Golpe de 1981 y, sobre todo, el discurso de Felipe VI ante el Golpe de Estado en Cataluña. La Corona estaba segura en el primer caso, aunque sólo a corto plazo; y en el segundo caso, hubiera sido más cómodo ponerse de perfil y dejar hacer a los partidos. Como no hacían nada, Felipe VI actuó moralmente manifestando en televisión su apoyo a los catalanes y al resto de los españoles agredidos por el Golpe separatista.

Pero también en nuestra historia hay ejemplos negativos del coste que para la Nación y la Corona supone aceptar los hechos consumados en política Así, la aceptación por Alfonso XIII del Golpe de Estado de Primo de Rivera, tan semejante a la del rey de Italia ante la Marcha sobre Roma de Mussolini; o la complicidad de Juan Carlos I a Felipe González en la liquidación de la independencia judicial (Rumasa, Ley CGPJ/85, Sentencia del catalán en favor de Pujol); y su silencio ante la Ley de Memoria Histórica de Zapatero, que deslegitimaba la Transición y la Corona; o el apoyo público a sus pactos con la ETA y el separatismo catalán.

Era difícil, en términos constitucionales, oponerse. Pero se puede firmar y disentir, no apoyarlos, como hizo, por pura comodidad personal. En ambos casos para que le dejaran seguir enriqueciéndose e ir de cama en cama. Hoy, para los españoles, sería intolerable que Felipe VI actuase como su padre; ni puede ni debe seguir el ejemplo de amoralidad británica. España no ha padecido un rey capaz de crear una Iglesia para casarse con Ana Bolena, para luego matarla, primera de varias; tampoco que fuera, como Isabel II, cabeza de la Masonería, para España, las Dos Sicilias e Iberoamérica, mortal enemiga de su integridad territorial, su religión y sus Coronas. Ni las matanzas religiosas coronadas por sus reyes ni el saqueo de sus colonias son ejemplos para los españoles. Aunque menos estable, la Corona en España no puede envidiar en términos morales a la británica. Lo comprobaremos cuando Carlos III repita su luna de miel en Gibraltar.

Isabel II: Mala madre, malos hijos, familia rota, helada indiferencia

Algo en lo que coinciden todos los historiadores de su reinado es en que Isabel II fue una malísima madre y una buena abuela. Los hijos no le pudieron salir peor: unos botarates caprichosos y poco queridos que no tuvieron en casa ni guía ni afecto, porque Isabel se dedicó a su trabajo, como si en él no entrara la antiquísima “Educación de príncipes”, que todos los grandes reyes y reinas han cuidado O lo han pagado siempre muy caro.

Si la Familia Real británica se ha roto por fuera varias veces es porque lo estaba totalmente por dentro. Claro que desde Shakespeare hasta The Crown, eso ha producido excelentes culebrones. El matrimonio de Carlos y Diana fue un alarde de inmoralidad: coger una pícara virgen para seguir con Camila, a su vez casada sin perjuicio del derecho a roce. El divorcio sólo se produjo tras airear sus detalles más íntimos y sórdidos por televisión. A eso llaman algunos “modernizar la institución”. Ver a Camila reina ha sido un trago para Isabel II, que se opuso al enlace, pero el triunfo de ese amor crepuscular no puede borrar el escándalo de Diana, deudo del de Carlos, ni el de pederastia de Andrew, ni el de Harry y Megan, entre otros muchos. Ningún hijo tuvo el amor de Isabel II, ni el cuidado, ni el respeto. La Firma ha sido para ella la única Familia. Querer, lo que se dice querer, sólo ha querido a la Corona, que era como quererse a sí misma.

Carlos III es un bobo petulante que enhebra gansadas contradictorias sobre el cambio climático, la arquitectura, la caza, la agricultura, la pesca y lo que sea menester. Ha exhibido la manía, que se supone abandonará, de escribir a los políticos y a los medios exponiendo su opinión sobre todo. Pasados los 70, no será fácil cambiar. La que mejorará mucho su imagen será Camila, pero lo primero que se esperaba de ella, que era una rápida abdicación en Guillermo y Catalina, muy populares, ya no se ha producido. Lo primero que ha dicho el nuevo Rey es que morirá Rey, como su madre. Eso quiere decir que, incluso si debieran incapacitarlo, le sucedería una regencia hasta su muerte física, ejemplo definitivo de un egoísmo personal que los catetos confunden con la coherencia y la durabilidad monárquicas.

Lo único envidiable de la Corte británica es su gusto por la pompa, el boato, la liturgia y las costumbres. No han vacilado en mantener hasta el uniforme de la Orden de la Jarretera, que parece del Rey de Beverly Hills. Ese empeño en exteriorizar el poder simbólico de un pasado formidable, que en España se echa en falta, porque la Corona parece esconderlo y esconderse, demuestra una inteligencia política profunda, un sentido del valor que la Monarquía tiene por su carácter magníficamente intemporal.

El misterio de la monarquía hereditaria

La Monarquía Hereditaria, absoluta o parlamentaria, es la que se ha demostrado más duradera, precisamente por lo que tiene de mágico azar. Lo último que querría cualquier ciudadano inteligente para los suyos es que formaran parte de una familia real. No hay esclavitud mayor ni soledad más abrumadora. Y sin embargo, por eso funciona la monarquía: queremos la igualdad y adoramos la diferencia, buscamos la democracia y nos fascina la estética de las coronas milenarias. No hay república –USA, Francia– que no busque parecer Imperio. Y es que el rito y el mito son tan necesarios para los humanos como el misterio y la belleza. Y luego, están Shakespeare y The Crown. Por una buena historia se perdona todo. Los españoles a los ingleses, menos. Amén de la leyenda Negra, hay una roca que nos aprieta el zapato. La reina más importante de la Historia es Isabel la Católica. Detrás, muy lejos, Isabel I y Victoria, ambas inglesas y tan antiespañolas como Isabel II. Descanse en paz.

 

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