No puedo recordar la primera vez que oí mencionar como algo imprescindible, más aún, obligatorio, «la majestad del cargo». Significaba que quien estuviera expuesto al escrutinio público por ocupar una destacada función de gobierno o en la actividad privada, debía comportarse con sobriedad y cuidando las apariencias. En otras palabras, no podía hacer muchas de las cosas que hacían las personas comunes y corrientes porque su posición lo hacía diferente.
Fue así como tuve que renunciar, solo por ocupar un cargo de elección popular, a uno de mis mayores placeres cuando viajaba –de cuando en vez– a la isla de Aruba: sentarme largo rato frente a una máquina tragamonedas introduciendo las de 25 centavos de dólar. Todo terminó el día que el periodista Kiko Bautista, en su columna de chismes cargados de inocultable mala intención, publicó: «la diputada Paulina Gamus fue vista en el casino del hotel Marriot en Aruba». Detrás de esas pocas palabras estaba encerrado un mensaje subliminal: la diputada Paulina Gamus es una corrupta. Nunca más volví a Aruba hasta después de 1999 cuando renuncié a mi cargo de parlamentaria y regresé a mi condición de ciudadana rasa.
El ejemplo quizá más resaltante de la majestad del cargo es la reina Isabel II de Inglaterra, hasta su sonrisa o el movimiento de sus manos son los que indica el protocolo real. Sus hijos, nietos y mucho antes su difunta hermana Margarita, le han causado muchos dolores de cabeza porque han violado una y otra vez esa obligatoria majestad del cargo.
Pero ningún monarca europeo fue tan lejos como el Rey Juan Carlos, de España. Los mentideros de su país y el cotilleo a que son tan aficionados sus nacionales, daban cuenta de sus infidelidades que la reina Sofía toleraba con la dignidad que aconseja la majestad de su cargo de consorte. Pero la tapa del frasco, el derrumbe apoteósico de toda majestad, ocurrió el 14 de abril de 2012 cuando la prensa española difundió que el Rey había sido operado de urgencia por una fractura de cadera, en Botsuana, donde participaba en un safari para cazar elefantes.
Las críticas de las organizaciones ecologistas y la indignación de muchos de sus socios no tardaron en llegar. Matar ejemplares de una especie que se encuentra amenazada parecía difícilmente compatible con el respeto a la naturaleza que Don Juan Carlos había manifestado durante su reinado. Ese desliz fue el principio del fin del reinado de Juan Carlos acosado luego por múltiples denuncias de corrupción asociadas seguramente a la andropausia. El ya fallecido rey de Arabia Saudita, le había regalado 65 millones de euros el 8 de agosto de 2008 y el Rey no encontró nada mejor que transferirlos a su amante Corinna Larsen, quien sin majestad alguna pero con mucha viveza, se quedó con la fortuna. Total que Su Majestad Juan Carlos I pasó a ser Rey emérito y a seguir metiendo la pata para vergüenza y desdicha de su hijo Felipe V, prisionero de los paparazis
Una digna cumplidora de la majestad del cargo fue la ex canciller alemana Angela Merkel, quien jamás cedió a la coquetería femenina a la que sin embargo tenía derecho. Su peinado y sus ropas que parecían un uniforme no cambiaron en sus 16 años de ejercicio. Siempre se mantuvo a la altura de las exigencias de su posición.
En cambio mucho hay que decir del ex primer ministro británico Boris Johnson. Sus alocadas fiestas en pleno confinamiento por la pandemia del covid 19, fueron una continuación de sus tiempos de estudiante en Oxford donde presidió el club de los Caballeros (libertinos) célebre por sus fiestas orgiásticas. Eso y sus errores en la conducción del gobierno, Brexit incluido, lo defenestraron. Johnson nunca respetó la majestad del cargo. Donald Trump en los E.E.U.U. fue epítome del cargo sin majestad: gritón, grosero, irrespetuoso, tramposo y violador compulsivo de la ética política y de las leyes de su país.
La primera ministra de Finlandia, Sanna Marín, líder muy popular por su manejo de la pandemia y porque desafió a Putin con la petición de entrar a la OTAN, ahora debe dar explicaciones por sus fiestas. La joven de 36 años no prescinde de festivales de rock y otra clase de diversiones que la han obligado a someterse a una prueba de detección de drogas y a pedir disculpas públicas por fotos subidas de tono tomadas en una fiesta en la residencia oficial.
Venimos a nuestra América latina. Si recordamos a Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera en el ejercicio de sus presidencias, entenderemos perfectamente lo que es la majestad del cargo. Jamás se prestaron a hacer el ridículo con disfraces de aborígenes o de sultanes turcos, recibir credenciales de embajadores de otros países con un sombrero típico de aquel país. Sus discursos, aún los más polémicos, siempre cuidaron las formas.Las vulgaridades, las palabras obscenas, la homofobia, la ofensa degradante al adversario jamás contaminaron su oratoria ni sus mensajes. Podría decir lo mismo de Carlos Andrés Pérez y de Jaime Lusinchi si ambos hubiesen podido separar sus vidas públicas de sus vidas privadas.
En Perú el presidente Pedro Castillo tiene como parte inseparable de su anatomía, unos sombreros más grandes que él. En Brasil el presidente y aspirante a repetir, Jair Bolsonaro, que ha hecho gala permanente de un machismo deplorable, ha sacado a su casi anónima esposa del armario donde la tenía enclaustrada para convertirla en predicadora religiosa. La señora Michelle Bolsonaro es una fervorosa evangélica que ha hecho de su discurso político una confrontación entre Dios (Bolsonaro) y el Demonio (Lula Da Silva) y ha logrado mayor audiencia que su marido. En México AMLO, además de sus discursos diarios y muchas veces incoherentes, usa unas coronas de flores que serían la envidia de Frida Kahlo.
Definitivamente el mundo actual, plagado de políticos populistas convencidos de que solo la extravagancia da votos, es de difícil comprensión para quienes crecimos y envejecimos conociendo la majestad del cargo.
Hay un joven presidente Gabriel Boric, de Chile, quien ante su derrota personal con el aplastante rechazo al referéndum constitucional, ha reconocido que Chile es una democracia y que serán democráticos los mecanismos para enmendar los errores. A pesar de su juventud y de su ideología de Izquierda, Boric respeta la majestad del cargo.
En cambio al presidente colombiano, Gustavo Petro, se le salió la clase de intransigente al insultar a más de la mitad de los electores chilenos con la desdichada frase “Revivió Pinochet”. Otro con cargo sin majestad.
Abogada, parlamentaria de la democracia – @Paugamus