Guadi Calvo: Chad, la encrucijada francesa

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En el marco del conflicto en Ucrania, y las devastadoras consecuencias que ha generado en Occidente, Estados Unidos, único responsable de la situación, ha mostrado que su única intención no solo es perpetuarse en búsqueda del desgaste ruso, sino ampliarlo mucho más allá de las fronteras europeas extendiéndose hasta el extremo Oriente, lo que claramente ha evidenciado la provocadora visita de la presidenta de la Cámara de Representantes norteamericana, Nancy Pelosi, a Taiwán a principios de agosto pasado, que ha prolongado en una anormal actividad de la marina norteamericana en el estrecho que separa la isla del territorio chino.

Aunque quizás no sea en China donde los Estados Unidos estén haciendo su mayor apuesta, sino que claramente, más allá de Ucrania, es en el continente africano donde el Pentágono se encuentra desplegando sus estrategias más agresivas.

En las últimas semanas hemos visto el regreso de las tropas norteamericanas a Somalia, el agravamiento de la crisis libia, una escalada sin fin del terrorismo wahabita en más de una decena de países del continente y el recrudecimiento de la guerra civil en Etiopia, socio fundamental de Beijing en el continente, donde al igual que en otras muchas naciones ha realizado importantísimas inversiones en infraestructura. (Ver: Etiopía, el reinicio del fuego.)

Sin duda cumpliendo órdenes del Pentágono e imbuida del anquilosado reflejo colonialista, Francia, con ese dolor de ya no ser tras su retirada de Mali, donde ahora la presencia del Grupo Wagner (mercenarios) -la compañía de seguridad rusa- al igual que en una media docena de países africanos, a medida que avanza va produciendo una estela de sentimiento antifrancés en la población, más allá de que desde los medios occidentales se intente instalar que los milicianos rusos fundamentalmente se dedican a matar civiles y que nada hacen frente a los muyahidines que “curiosamente” se presentan particularmente activos y remozados desde la retirada francesa.

París, tras la derrota en Mali, ha iniciado una campaña de presión con los siempre endebles gobiernos de sus antiguas colonias, intentando evitar que se “descarríen” como los coroneles de Bamako y para eso, como ha sido históricamente, utiliza el Chad, país al que ha conformado como su gendarme regional.

A pesar de que Chad, siendo uno de los tres países menos desarrollados del mundo, cuenta con uno de los mejores ejércitos del continente, tiene problemas militares en la mayoría de sus fronteras. En la región del lago Chad, en el oeste, la presencia de la khatiba nigeriana Boko Haram. El este, junto a la frontera sudanesa, hay conflictos entre las distintas etnias. En norte, prácticamente despoblado, varios grupos conformados por exmilitares chadianos que han vendido sus servicios al conflicto libio, retornaron a su país en procura de derrocar a Idriss Déby, quien murió combatiendo contra ellos en abril del año pasado.

Más allá de la siempre latente guerra civil, Francia, tras su huida de Malí, ha mudado a ese país la sede de la misión de la Operación Barkhane, ahora con una menguada dotación de 1.000, al tiempo que varios ejércitos occidentales mantienen importantes dotaciones en prevención de los terroristas wahabitas.

Además, en estos momentos críticos a nivel mundial a partir del conflicto en Ucrania -con la consecuente disparada de los precios del petróleo- es significativa la producción petrolera de Chad, en manos de multinacionales como Exxon, Chevron y Petronas que alcanza el puerto de Kribi (Camerún), el oleoducto de más de 1.000 kilómetros financiado por fondos del Banco Mundial.

En vista de estas realidades París, está dejando hacer, sin ninguna condena siquiera formal -sino todo lo contrario- a la reinstalación, entre gallos y medianoches, de la dictadura en la que se intenta perpetuar el hijo del antiguo autócrata chadiano Idriss Déby, que en sus últimos años había establecido un módico sistema democrático con una constitución que incluso ordenaba el traspaso del mando en caso de la desaparición del presidente. Tras la muerte del dictador, solo unos días después de haber triunfado en su sexta reelección presidencial consecutiva con un “discreto” ochenta por ciento de los votos, el hijo de Idriss, el general Mahamat Déby Itno, jefe del Consejo Militar de Transición (CMT), asumió el puesto de su padre, que gobernó durante treinta años con extrema violencia y el apoyo total de Francia, lo que podría a todas luces estarse repitiendo.

El CMT reprimió brutalmente las manifestaciones cuando el joven dictador suspendió la constitución diseñada por su padre, eliminó los límites de mandato e instauró una “carta de transición” para alcanzar un acuerdo que lleve al país a una elección cuyas primeras negociaciones entre representantes del Gobierno y los grupos rebeldes se llevaron a cabo en Doha (Qatar).

Mahamat Déby tampoco ha descartado presentarse como candidato para unas próximas, y muy fortuitas, elecciones cuando finalmente se hubieran organizado.

Todo esto con la anuencia del presidente Emmanuel Macron, a quien se lo vio muy compungido en su llegada a N´Djamena, cuando asistió a las “honras” fúnebres del muy leal siervo de París.

Con la obvia anuencia de Francia, la nueva dictadura había diseñado, para el pasado 20 de agosto, un “diálogo nacional de reconciliación” en el que se establecerían las bases de la vuelta a un Gobierno civil, lo que, como cualquier analista podrá haber sospechado desde el mismísimo momento del anuncio, fracasaría. Unos 20 grupos rebeldes rechazaron la invitación y en el transcurso de las conversaciones varios sectores opositores fueron desertando, entre ellos  la Iglesia Católica.

Un desencuentro anunciado

Tras constatarse el fracaso del día 20 de agosto, se pautó un nuevo encuentro para el 3 de septiembre, el que otra vez fue suspendido después de que algunos partidos opositores denunciasen que el proceso no era inclusivo para todas las fuerzas. Mientras, la represión a las manifestaciones de las organizaciones que rechazan el diálogo provocó la detención de unos 300 activistas y alrededor de 1.000 heridos en la capital del país habiendo puesto incluso en riesgo de vida a uno de los más importantes líderes de la oposición, Success Masra, cuando el 11 de septiembre las fuerzas de seguridad atacaron con gases lacrimógenos y munición real el edificio de su partido, The Transformers.

La incertidumbre del rumbo que tomará la junta finalmente no solo deja al país, sino también a Francia, garante del Consejo Militar de Transición, en una encrucijada, ya que el próximo veinte de octubre terminarían los 18 meses que se había dado la junta militar para el retorno al orden constitucional.

La muerte del Déby, en un enfrentamiento con los rebeldes del Frente para la Alternancia y la Concordia en Tchad (FACT), ha desacomodado a Francia, que se ha convertido en la principal frente de presión contra la junta militar de Mali -de alguna manera prorrusa- con la monserga de que es antidemocrática, y en Chad no le queda otra cosa que apoyar al CMT, que prácticamente se encuentra en la misma posición que los coroneles malíes.

Mientras también en el Chad, como ya sucedió en Mali, Burkina Faso y Níger, el sentimiento antifrancés comienza a manifestarse claramente, simbolizado en ataques, saqueos y destrozos a varias gasolineras en N’Djamena operadas por la petrolera francesa TotalEnergies (TTEF.PA), después de que los manifestantes antigubernamentales hubieron quemado banderas francesas, exhibieran bandera rusa e izaran una de ellas en el principal mástil del centro de N’Djamena. Lo que deja a Francia en una verdadera encrucijada, seguir mintiendo o quitarse por fin la máscara.

Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

 

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