Fredy Contreras Rodríguez: Cultura y conciencia ambiental

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La crisis climática da para todo. Diferentes organizaciones y movimientos ambientalistas se han ido estructurando en los últimos 40 años y vienen dando la pelea en sus espacios, muchos de ellos especializados en asuntos puntuales como defender los mares de la contaminación, proteger los polos, defender la selva amazónica, el reciclaje del plástico, el uso de agroquímicos y pesticidas, entre muchos tantos. Es evidente que ante el desastre climático la población está reaccionando y una de sus manifestaciones está centrada en la creciente cultura y conciencia ambiental que tiene la gente sobre el problema que nos acecha.

Y no ha sido tarea de los gobiernos, con las excepciones de rigor. La cultura y conciencia ambiental que expresan los colectivos ciudadanos globales tiene diversos orígenes y uno de ellos es la familia. Las manifestaciones que ocurren en distintos lugares del planeta sobre problemas ambientales cotidianos -uso abusivo del agua para desarrollos industriales no sustentables, pésima disposición de desechos, focos de contaminación y daños ambientales producidos por la industria, desastres ecológicos por combustibles fósiles- han ido sensibilizando gradualmente al ciudadano del mundo que ahora muestra mayor preocupación por la crisis climática. Las luchas ciudadanas y las manifestaciones de conciencia colectiva sobre el problema, cada vez ganan más espacio como tema de debate en los medios, en las redes sociales y en todos los grupos sociales incluyendo la familia.

Los eventos que ocurren por el desastre climático son asunto en las conversaciones de las familias y su trato como tema cotidiano, han producido comportamientos individuales y colectivos -nacidos de la cultura y la conciencia ambiental- que se transforman en usos sociales. Por ejemplo, disponer del desecho que queda del consumo de un producto procesado -un caramelo, un helado, una galleta- ya no va a la calle sino a la papelera correspondiente.

Se deben multiplicar los esfuerzos de la sociedad y del Estado para colectivizar y hacer absolutamente mayoritaria la cultura y conciencia ambiental, sabiendo que todos y cada uno de nosotros deja una impronta ambiental en su curso vital -ampliada por la vida urbana- pero sabiendo también que el ciudadano común no es el responsable del desastre que vivimos por el cambio del clima. Debemos tener la claridad suficiente para saber que la impronta ambiental del ciudadano global es irrelevante e insignificante ante la criminal huella ecológica de las potencias industrializadas mundiales y las corporaciones transnacionales que producen entre otros contaminantes los gases de efecto invernadero, principales contaminadores del planeta.

La conciencia ambiental y el sustrato cultural que deja deben ser el epicentro de las luchas para reducir sustancialmente los vectores negativos del cambio climático. Generar cultura ambiental para producir un masivo rechazo a la crisis climática debe ser un propósito mundial; educar es determinante para asumir el futuro ambiental, reconociendo que es necesario reducir al máximo nuestra huella ecológica, teniendo bien claro los parámetros para hacer un uso adecuado del agua, de la electricidad y cómo disponer de los residuos del hogar, pero también teniendo bien claro cuál es el papel del municipio, del Estado y la República y reclamarlo cuando lo estén haciendo mal.

El Estado está obligado a tener Política Pública para crear cultura y conciencia ambiental y en el caso nuestro (Venezuela la tiene definida en el V objetivo histórico del plan de la nación) el municipio, el Estado y la República deben aplicarla para tal fin. Los gobernantes de todos los niveles territoriales están obligados a tener postura frente al problema, sobre la premisa de no desarrollar proyecto ni programa de gestión pública alguno, sin pasar por el tamiz ambiental. Es indispensable una acción en todos los espacios del poder público y de la sociedad organizada para avanzar en la reducción de nuestra huella ecológica nacional.

Debemos enfrentar la crisis climática desde nosotros mismos en un proceso de todos, para todos y con todos; con el esfuerzo de todos comenzando desde la familia, el barrio, la localidad, la aldea, el municipio y la nación, sabiendo qué estamos haciendo bien y qué no, en la tarea de revertir los nefastos indicadores del deterioro climático y avanzar en la protección de la vida humana en particular y de la vida en general sin agredir al planeta, sumando el esfuerzo nacional al poderoso movimiento ecológico mundial que está enfrentando al principal responsable del daño climático: el modelo económico irracional, depredador, negativo, egoísta, deshumanizado y criminal que tenemos en el mundo.

Ingeniero industrial y Agricultor urbano

 

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