José Rafael Herrera: La red

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Se sabe que, como consecuencia directa del vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales que tipifican el modo de existencia de esta era posmoderna, el término red ha ido adquiriendo el significado de un conjunto de elementos técnicos que se conectan entre sí para sujetar algo o para transmitir información. La red -o las redes en general- son entendidas hoy día como  sinónimo de un gran sistema en interconexión. Una finísima y casi imperceptible tela de araña ha logrado finalmente capturar la objetualidad del presente. Pero por eso mismo, conviene tener presente las enseñanzas del gran Aristóteles: las cosas sólo se pueden conocer remitiéndose a sus orígenes. Y de hecho, la palabra rete tiene origen latino. Define un conjunto de hilos, cuerdas, fibras o alambres, tejidos y entrecruzados, que conforman una malla. Dos referencias clásicas merecen ser objeto de especial mención en este sentido.

La literatura griega antigua da cuenta de cómo con ayuda de una red, tan fuerte e indestructible como fina e imperceptible, el ingenioso Hefesto pudo sorprender, atrapar y poner en evidencia ante los dioses el adulterio de su esposa Afrodita nada menos que con su propio hermano, Ares. De igual modo, en las Escrituras, Jesús de Nazareth convoca a sus seguidores a tejer una gran red para “pescar” hombres de fe y buena voluntad. Arrojada sobre la mar del mundo, y una vez culminada la faena, serán los ángeles los encargados de separar diligentemente los “peces” justos de los injustos, ya que estos últimos terminarán siendo arrojados al divino fuego de la justicia, “hasta que crujan sus dientes”. Como se podrá observar, las redes no solo le han servido de sustento a la humanidad. Poseen, además, un profundo significado hermenéutico y, por eso mismo, ético-político.

Durante los últimos años, el término “policy network” -lo que podría traducirse al español como “red política”- ha ido ganando la mayor importancia entre los estudiosos de las ciencias políticas y sociales, e incluso de otras disciplinas académicas. La microbiología, por ejemplo, describe el movimiento de las células como una compleja red de información, mientras que la ecología define al medio ambiente como un sistema de redes integradas y la informática se concentra en la creación y desarrollo de redes neuronales capaces de auto-organizarse y auto-aprender. En sociología y en tecnología, en economía y en políticas públicas, las redes son interpretadas como nuevas fuentes productivas y reproductivas de intercambio y organización social. De modo que bien podría afirmarse que el término red se ha ido transformando en un nuevo y próximo diseño de interpretación en y para el entendimiento y la comprensión de las complejidades características de la realidad contemporánea.

Más allá de las considerables diferencias que -en virtud de la especificidad de cada disciplina- el término pudiese llegar a presentar entre las distintos ámbitos del saber, cabe destacar el hecho de que en ellas se pueden encontrar algunos elementos analógicos, cuya relación determina la presencia de una definición general compartida. Se trata de un conjunto de relaciones comunitarias de continuidad, no jerárquicas, autónomas y relativamente estables, que presentan intereses compartidos y que intercambian diversos recursos con el propósito de alcanzar el mismo objetivo, sobre el entendido de que la mutua cooperación es el modo más adecuado de alcanzar las metas propuestas. El cabal conocimiento del funcionamiento pormenorizado, científico y no empírico del concepto de red ha devenido, en consecuencia, imprescindible para el análisis y ulterior diseño estratégico y táctico de la acción política y social contemporáneas, siendo el fundamento que permite revertir y superar los tormentos de una sociedad que ha ido perdiendo la capacidad ciudadana de luchar y organizarse, sometida y secuestrada como se encuentra por auténticos gansters, por matones, criminales de lesa humanidad, que han hecho del terror diseminado el único sustento real de su poder. Por cierto que mientras los justos todavía no parecen comprender la importancia del trabajo en red, los injustos hace tiempo que lo implementaron. La gansterilidad, de hecho, funciona como una inmensa e imperceptible red.

En tiempos de resistencia ciudadana, la paciencia y la constancia son de factura imprescindible, ya que es de estas dos virtudes que puede surgir el entramado definitivo de una inmensa red social y política, ciertamente tan fina e imperceptible como fuerte e indestructible, capaz de atrapar a los injustos y de llevarlos “ante el fuego de la justicia, hasta que crujan sus dientes”. Se trata de poner a la disposición de una praxis política y social -más que “opositora”- distinta, el innegable progreso y desarrollo que durante los últimos tiempos ha llevado adelante lo que podría definirse como la ratio instrumental, cabe decir, la tecnología cibernética e informática. Una red virtual que sea, además, el fiel reflejo especular de una red real si es verdad que, como decía Spinoza, “el orden y la conexión de las ideas es idéntico al orden y la conexión de las cosas”. Una red tejida desde los barrios hasta los caseríos, desde los municipios hasta los estados, desde los conucos hasta las industrias, desde las universidades hasta los gremios. En fin, desde la desesperación y el dolor que padece a diario el más humilde trabajador hasta la gravedad de las preocupaciones del ya bastante golpeado empresario. Desde una perspectiva estrictamente instrumental y tecnológica, no se trata de una cuestión imposible de lograr y, más bien, podría afirmarse que en muchos sentidos el camino ya ha venido siendo construido. Sólo falta el motor de combustión: la educación estética.

Y es que no basta con la construcción, implementación y puesta en práctica de una gran red -a un tiempo, real y virtual- para la lucha política y social si la misma carece de un claro y distinto para qué. Lo que inevitablemente conduce a la cuestión de la necesidad de una profunda reforma moral e intelectual, de una reforma que sea, además, el fundamento conceptual del cambio definitivo de rumbo, de un consenso orgánico, que sea mucho más que una simple juego de “alianza” de factores e intereses. Ni la política es un negocio ni los políticos son mercaderes. La red en cuestión tiene que estar tejida con los hilos del Ethos, por lo que tiene que ser capaz de sacudir, für ewig, los cimientos ideológicos del populismo gansteril. La propuesta queda -¡también!- en manos de una dirigencia política hoy carente de principios, pescuecera, formada en el peor de los pragmatismos y tendencialmente acomodaticia. Porque, como dijera John Reed alguna vez, quien pretenda cambiar las cosas tiene que comenzar cambiándose a sí mismo.

@jrherreraucv

 

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