En días recientes acontecieron dos hechos simultáneos y contradictorios. Por un lado, en el marco de los Acuerdos de Abraham, se cumplieron dos años del establecimiento de relaciones entre Israel y Emiratos Árabes Unidos, que se concreta en una gran agenda bilateral no sólo entre gobiernos, sino a nivel de ciudadanos de ambos países, en una variedad de sectores del acontecer productivo: médico, académico, científico y tecnológico, seguridad, cultura, turismo y un largo e ilimitado etc., haciendo de estas nuevas relaciones un asunto cercano y cálido para los dos pueblos.
Por otro lado, un incidente sumamente desagradable: el presidente de Chile, Gabriel Boric, rechazó recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de Israel en ese país, Gil Artzyeli, por algún suceso violento en Gaza, y como ya ha deslucido en otras oportunidades, el presidente milenial fue mal informado; en todo caso, la comunidad palestina de Chile indicó en un comunicado que se debió a la muerte de un joven de 17 años, en Jenín, Oday Salah, expuesto como un niño, pero al igual que en casos anteriores, los grupos terroristas palestinos lo elevaron a mártir, publicando sus fotos, armado y exhibiendo formación militar. Salah perteneció al brazo armado de Fatah, las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, que se enfrentó a un comando israelí.
Pareciera que aquella desavenencia respondió a un capricho personal del inexperto mandatario chileno, quien “castigó” al Estado de Israel en la persona del embajador designado, basado en estereotipos personales e ideológicos distintivos de su alineación política: la izquierda que culpa al Estado judío por cualquier situación y que se ha dado a la tarea de difundir una cantidad de calumnias: que Israel se fundó sobre un inexistente estado palestino o un insostenible genocidio, pues demográficamente la población palestina crece a una tasa ingente y sostenida; o un supuesto apartheid, cuando la sociedad israelí es multirracial, con una población de origen árabe que disfruta de plenos derechos y libertades. En cuanto a los vecinos palestinos, es necesario resolver los asuntos territoriales en un proceso de diálogo serio y honesto.
El antisemitismo del presente promovido por el radicalismo islámico y la ultraizquierda utilizan a Israel como objetivo de sus demonizaciones. De hecho, no hay que ir tan lejos para preguntarnos acerca de la actitud del niño-presidente frente a crueles tiranías como la de Catar o Irán, pues sin necesidad de elucubraciones, el ejemplo del doble rasero está a la mano, en la propia ceremonia de presentación de credenciales negada al embajador israelí, ya que como estaba programado, Boric recibió a los embajadores de Suecia, Suiza, Bélgica, Alemania y Arabia Saudita, este último país, modelo de la permanente violación a los derechos de la mujer, de las minorías LGBT y más allá.
Nos llamó la atención que, en el proceso de “pasar la página” de este episodio de discriminación contra el Estado judío, con motivo de las Fiestas Patrias, en la Catedral Metropolitana, Boric no se disculpó, señaló que “Se reagendó la presentación de cartas diplomáticas para el 30 de septiembre”; pretendió dar seguridades a la comunidad judía chilena y afirmó que el impase fue superado tal como dicen “las declaraciones de nuestra cancillería y del Estado contraparte”, tratando de no mencionar el nombre de Israel.
Este ensayo infantil de Boric contra Israel fue públicamente celebrado por dos grupos terroristas palestinos de conocida trayectoria violenta, Hamas y el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), lo cual no es alentador para una democracia. Lo cierto es que mientras EAU, Bahréin y Marruecos honran sus vínculos con Israel, un inexperto político prioriza sus prejuicios antisemitas.