Italia pronto estará dirigida por su gobierno de derechas más radical desde la Segunda Guerra Mundial, según los sondeos. La postura hacia Bruselas y Moscú, así como la gestión de la economía o la protección de la igualdad de género serán cuestiones clave.
Si los sondeos son correctos, Italia pronto estará gobernada por su gobierno de derecha más radical desde la Segunda Guerra Mundial. El 25 de septiembre, una coalición de partidos políticos –dominada por el partido de extrema derecha y antimigrante Hermanos de Italia (FdI, por sus siglas en italiano) y La Liga de Matteo Salvini– parece encaminada a conseguir una clara, aunque no rotunda, mayoría en el Parlamento. Esto devolvería a Italia a un gobierno de derechas, el primero desde que la coalición de centro-derecha de Silvio Berlusconi se derrumbase durante el riesgo de quiebra de Italia allá por 2011.
A pesar de sus raíces neofascistas, encabeza las encuestas con cerca del 25% de los votos el FdI de Giorgia Meloni, la favorita para convertirse en la primera premier del país y en la primera jefa de gobierno de extrema derecha en la historia republicana de Italia. La Liga de Salvini y Forza Italia de Berlusconi son los otros miembros principales de una coalición de derechas que, en caso de ganar, tendría una repercusión mucho más allá de Italia. Para Europa, los sondeos son otro indicio de la expansión del conservadurismo de derecha dura, tras los avances electorales del Frente Nacional francés en los últimos años y la reciente victoria de los Demócratas de Suecia.
El laboratorio populista de Italia
El panorama político de Italia se ha transformado desde la caída del gobierno de Berlusconi en 2011. Durante este tiempo, el país se convirtió en una especie de laboratorio para nuevas formas de populismo a izquierda y derecha que, más tarde, tuvo ecos en Europa y más allá, como en Estados Unidos y Reino Unido con el Brexit. Al propio Berlusconi se le puede atribuir parte del mérito. Fue él quien introdujo un nuevo estilo de política durante sus casi dos décadas al frente del centro-derecha italiano, explotando su imperio mediático para promover formas más directas de comunicación con el público, mientras despreciaba las formas establecidas en política e introducía una retórica crítica hacia Bruselas, una táctica que pronto adoptaron otros líderes.
El estilo de Berlusconi mezclaba la demagogia hacia Europa con una especie de enfoque neopopulista hacia la política cotidiana y hacia el público. Sin embargo, dicho estilo acabó siendo superado por nuevos partidos, sobre todo por el tradicionalmente euroescéptico y antisistema Movimiento 5 Estrellas (M5S), hoy liderado por el ex primer ministro Giuseppe Conte. Fundado en 2009, el M5S surgió de la blogosfera para convertirse en el segundo partido más votado en las elecciones nacionales de 2013. Basándose en sus electrizantes promesas de cambio a través de la democracia directa y ciudadana y en una retórica antielitista dirigida tanto al establishment italiano como a la “burocracia” de Bruselas, el M5S introdujo Italia en el populismo moderno y acabó convirtiéndose en el primer partido político del país en 2018 (33%), la última vez que los italianos acudieron a las urnas.
Aunque el M5S absorbió algunos apoyos de la coalición de centro-izquierda liderada por el Partido Democrático de Italia (PD), fue el partido de Berlusconi el que sufrió el mayor declive electoral. Esto proporcionaría una apertura para el M5S, pero también para el joven y ambicioso Salvini, que superó a su antiguo aliado de la coalición desplazando a La Liga hacia la derecha euroescéptica y nacionalista, mientras defendía la causa populista y antimigrante en Italia y Europa.
En 2018, la Liga de Salvini se convirtió en el tercer partido de país (17%), uniéndose al M5S (33%) en una coalición populista incómoda que duró hasta 2019. En septiembre de ese año, el M5S cambió su alianza al PD (19%), formando el segundo gabinete de Conte, que excluyó a La Liga y a otros partidos de derecha y se mantuvo en el poder hasta febrero de 2021.
Cuando el presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, eligió a Mario Draghi para encabezar un nuevo gobierno de unidad nacional en 2021, el pequeño partido FdI optó por permanecer en la oposición. Liderado por la carismática e incendiaria Meloni, que compartía gran parte de los sentimientos conservadores y antimigrantes de la Liga, así como las tendencias euroescépticas presentes en sectores del amplio y abigarrado M5S, FdI se aseguró el protagonismo como único partido en la oposición, beneficiándose de un acelerado proceso de normalización tras años de quedar relegado a los márgenes de la extrema derecha.
La coalición de Draghi se derrumbó a finales de julio, abandonada abruptamente por Salvini, Berlusconi y el líder de Cinco Estrellas, Conte, partidos que miraban con nerviosismo el ascenso de Meloni. Hoy, FdI aparece en las encuestas como el primer partido de Italia, y se espera que obtenga alrededor del 25% de los votos, un crecimiento impresionante desde el 4% que se aseguró en 2018. Esto sitúa a FdI muy por encima de sus socios de coalición de derecha, con La Liga de Salvini con algo más del 10% y el partido Forza Italia de Berlusconi con cerca del 8%.
Los esfuerzos infructuosos del PD por crear una coalición paralela de centro-izquierda han dado una sólida ventaja al bloque de derechas. Esta dinámica se ha visto reforzada por la ruptura de la alianza del PD con el M5S y la propia implosión interna del M5S, ya que varios de sus parlamentarios han creado su propia agrupación centrista (con un porcentaje inferior al 2%) aliada con el bloque de centro-izquierda liderado por el PD.
En conjunto, el bloque de derechas obtiene un 47%, mientras que la coalición de centro-izquierda dominada por el PD se sitúa en el 28%. El M5S, por su parte, se sitúa por debajo del 14%, mientras que la nueva coalición centrista liderada por el exministro Carlo Calenda se sitúa en torno al 7%.
Si bien los resultados parecen estar claros, aproximadamente el 40% del electorado italiano aún no ha decidido a qué partido votar (o si votará), un elemento que ha sido aprovechado por el bloque de izquierdas para argumentar que todavía podría producirse una sorpresa electoral el 25 de septiembre.
Winter is coming
Cualquiera que sea el gobierno elegido, la primera prioridad será la de hacer frente a una serie de problemas internos: la crisis del coste de la vida, el aumento de la inflación y la subida de los precios de la energía, así como la sostenibilidad de la deuda, todo lo cual se espera que empeore en los próximos meses. Lo más importante es que el nuevo gobierno tendrá que supervisar la ampliación y aplicación del plan de recuperación de la UE negociado por Draghi y, por tanto, garantizar que Italia siga recibiendo miles de millones de fondos poscovid proporcionados por Bruselas.
En este contexto, la credibilidad internacional del país, un reto a largo plazo para Italia dado su historial de inestabilidad política, será de suma importancia. Aunque ningún otro líder se acerca a la altura de Draghi, la campaña de la coalición de derechas no ha contribuido a tranquilizar a los socios. Las confusas, cuando no contradictorias, plataformas económicas y las repetidas promesas de importantes recortes fiscales y aumentos de las pensiones ya han sacudido a los mercados y a los aliados europeos por igual, sobre todo teniendo en cuenta la importante relación entre la deuda y el PIB de Italia. Los llamamientos a renegociar el plan de recuperación de Italia en la UE, o las expectativas de una mayor flexibilidad en las políticas fiscales por parte de Bruselas en respuesta a la crisis energética y de inflación, aumentan este malestar en Bruselas.
Meloni ha ofrecido controversia y garantías a partes iguales durante la campaña, logrando un difícil equilibrio entre los esfuerzos por tranquilizar a los aliados tradicionales de Italia (y a los mercados) y no desviarse de su retórica conservadora de extrema derecha. Manchada por la polémica debido a sus raíces neofascistas, Meloni ha intentado disipar las advertencias de que su victoria reviviría el pasado fascista de Italia. Al mismo tiempo, se negó rotundamente a eliminar la llama tricolor del logotipo de su partido, una herencia del partido neofascista formado poco después del final de la Segunda Guerra Mundial.
A este respecto, la líder de FdI ha tenido cuidado de restar importancia a su anterior postura antieuropea, mientras reafirmaba repetidamente la plena alineación de Italia con la OTAN y la alianza transatlántica, prometiendo con énfasis un apoyo continuo a Ucrania si era elegida. Sin embargo, en un reciente mitin de campaña, también advirtió que “si gano, para Europa se acabó la diversión. […] No dejéis que Bruselas haga lo que Roma puede hacer mejor, y no dejéis que Roma se ocupe de lo que se puede resolver por sí solo”. Esta retórica es un retroceso a las antiguas consignas populistas y nacionalistas de la Unión: positiva para la asistencia y la financiación, pero negativa cuando se trata de compromisos y responsabilidades políticas o fiscales.
Otro elemento a tener en cuenta es el de la estabilidad del gobierno y, por tanto, la durabilidad. Salvini y Meloni están unidos por la búsqueda del poder, pero divergen en cuestiones políticas clave, desde los mejores medios para abordar la migración hasta la cuestión de la deuda pública. En medio se encuentra el partido de Berlusconi, que ahora desempeña el papel de garante institucional en la coalición, un cambio sorprendente si se recuerda el legado de su demagogia contra Bruselas y su manchada reputación en Europa en 2011. Recientemente, Berlusconi incluso ha advertido a sus socios de coalición de que está dispuesto a desertar si el futuro gobierno adopta un sesgo demasiado antieuropeo.
Sin embargo, el mayor peligro no reside en las diferencias del bloque de derechas, sino en sus puntos de convergencia. Tanto Meloni como Salvini han expresado su intención de promover elementos de una agenda de derecha radical, que van desde una postura más dura hacia los inmigrantes hasta la crítica del aborto y los derechos en materia de igualdad de género y la promoción más general del conservadurismo cristiano nacionalista dentro de Italia y Europa. A pesar de las medidas para normalizar su imagen, existe el temor real de que la alianza envalentone a otras fuerzas de extrema derecha en todo el continente.
Independientemente de esta historia, cabe esperar una continuidad respecto a la guerra de agresión de Rusia, aunque sea a nivel retórico. Entre bastidores, quizá un gobierno dirigido por Meloni sea menos duro con Rusia, al tiempo que goce de menos confianza por parte sus homólogos europeos. De hecho, mientras que Meloni se ha esforzado en destacar el apoyo a Ucrania, incluso en términos de apoyo militar y sanciones a Rusia, las políticas de sus dos socios de coalición son más difíciles de discernir. Esto es particularmente cierto cuando se trata de La Liga de Salvini, que desde 2019 ha sido acusada en repetidas ocasiones de recibir financiación y apoyo político de Rusia. Las relaciones entre la dirección del partido de La Liga y la embajada rusa en Roma, por ejemplo, o el acuerdo político aún activo entre La Liga y el partido Rusia Unida de Vladímir Putin, no han hecho más que alimentar estas preocupaciones.
Los vínculos entre el antiguo estratega de Donald Trump Steve Bannon con Meloni y Salvini también son dignos de mención, ya que reflejan una galaxia aún existente de conservadurismo de derechas y nacionalismo antiliberal que se extiende también al otro lado del Atlántico, y que tiene la intención de regresar políticamente. De hecho, otro elemento de unidad en el bloque de la derecha es su apoyo compartido a la alianza transatlántica, pero aquí también hay diferencias significativas en comparación con Draghi, dados los estrechos vínculos de Meloni y Salvini con el Partido Republicano dominado por Trump.
Volviendo a Europa, cabe recordar también que Meloni es presidenta del partido Conservadores y Reformistas Europeos. Esta agrupación cuenta con la participación de ávidos partidos de extrema derecha y conservadores, como los Demócratas Suecos, el partido gobernante polaco Ley y Justicia y el español Vox, todos los cuales están experimentando aumentos de apoyo popular. Estos partidos se han beneficiado de un lento proceso de normalización política en medio de las tendencias generales de apatía política entre el público y de atrofia entre los partidos establecidos.
Ante la mirada de Europa y del mundo, el escenario político italiano vuelve a confundir a la opinión pública mundial. El ascenso de la derecha conservadora, si los sondeos resultan acertados, tendrá sin duda un impacto en el entorno nacional de Italia. Esto también será cierto a la luz del enfoque algo clientelista de Meloni en la política. A sus cualidades de líder, que no han sido probadas, se une la inexperiencia y la falta de personal cualificado para ocupar puestos clave en cualquier futura administración, un elemento más que parece apuntar a un inicio de gobierno algo tumultuoso, sobre todo en lo que respecta a la política parlamentaria.
Aunque es probable que el nuevo gobierno no realice desviaciones significativas en los expedientes clave de política exterior, cabe esperar que adopte una postura y una retórica más confrontativa con Bruselas, al tiempo que mira con mejores ojos al eje conservador de la derecha en Europa y EEUU. Por eso, más allá de las cuestiones que pronto se plantearán sobre la duración y la estabilidad del gobierno, la mayor pregunta para el probable próximo gobierno italiano es si su voluntad de generar un cambio político en Italia acabará poniendo en peligro también la posición política y la credibilidad del país en Europa, y en qué medida.