Fernando Mires: Los discursos de la mentira y la verdad de Vladimir Putin

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El discurso de la mentira

La mentira es muy humana. Deviene –a diferencias de los errores– del mal uso premeditado del lenguaje. A través de la distorsión del lenguaje no solo desajustamos la relación entre significantes y significados. Además bloqueamos la realidad acordada a través de de la comunicación colectiva. De ahí que no solo por razones morales necesitamos de la verdad, o por lo menos, de las las certezas. Cuando decimos mentiras, des-realizamos la realidad y al hacerlo, nos perdemos en los cursos de la vida.

Donde hay lenguaje compartido existe la posibilidad de la mentira y de la verdad. Pero la verdad política, a diferencia de la religiosa, no nos es revelada; la encontramos. Uno de los medios para encontrarla es debatiendo, ya sea con uno mismo, ya sea con los demás. En ese sentido la política necesita de verdades más que de mentiras. Sin embargo, como la política es pública, tarde o temprano los políticos que más mienten serán derrotados porque la verdad, al ser parte de la realidad, termina por imponerse sobre la mentira que es, por ser mentira, negación de la realidad. La realidad será siempre más fuerte que la no-realidad. Pero el objetivo de la política no es buscar la verdad sino derrotar al adversario, nos diría con cierta razón Carl Schmitt.

La mentira es un arte de la guerra, no de la política, podríamos responder a Schmitt. Cualquier militar sabe que para derrotar al enemigo hay que engañarlo tendiendo trampas. La mentira en la guerra es un arma, como los fusiles y los misiles. Quien quiera ganar una guerra debe saber mentir. Sin embargo, aún en la guerra, cuando no es total, la mentira tiene límites. Entre esos hay tres que deben ser infranqueables. Uno, mentirse a sí mismo. Otro, mentir a su propios contingentes. El tercero, es cerrar con mentiras todas las puertas que llevan a la paz. Así como hay un mal radical (Kant) hay mentiras radicales.

Mentir con método

Y bien; después de haber leído el mensaje dirigido a su nación el día 19 de septiembre de 2022 podemos afirmar que con ese discurso Vladimir Putin pasará a la historia como uno de los más radicales mentirosos de los que se tiene noticia en la historia de la modernidad política.

La primera mentira dice que la guerra (por primera vez habló Putin de guerra) por él iniciada es de vida o muerte para Rusia. Pero ¿cuándo ha sido atacada Rusia por Occidente? ¿Cómo puede estar en peligro de muerte una nación que no ha sido agredida? Putin no se preocupa de resolver esa contradicción. Va mucho más allá: afirma que la guerra por él desatada en Ucrania tiene un carácter defensivo. ¡Como si los ejércitos ucranianos estuvieran en las puertas de Moscú! Sostiene, para rematar, que EE UU y sus aliados han pisado la línea roja. ¿Dónde está situada esa línea? En Ucrania, es la única repuesta, pues Rusia no ha sido atacada por nadie. ¿Cómo puede ser entonces pisada una línea roja en un país que no pertenece a Rusia?

Como todo dictador con pretensiones totalitarias, Putin intenta legitimar sus actos reinterpretando a la historia. Hace partir los acontecimientos desde 2014, con el estallido social de la plaza de Maidan al que califica como golpe de estado. Con eso – no sé si da cuenta- refuerza la tesis de Zelenski quien con razón ha dicho que la guerra comenzó en el 2014 con la invasión rusa a Crimea.

Agrega Putin que sus tropas combaten la obra del que él llama “golpe de estado de Maidán”. No le importa por supuesto que el movimiento iniciado en la plaza Maidán llamado Euromaidán, hubiera surgido como resistencia a la orden impartida por Putin a su lacayo ucraniano Yanukovich, para que rompiera relaciones económicas con Europa. Sus actores principales fueron en primera línea estudiantes; a ellos se plegaron los partidos políticos de izquierda y derecha, vale decir, la mayoría parlamentaria, más el apoyo de las confesiones ortodoxas, católica y judía, y sobre todo, el de la sociedad civil políticamente organizada. En una segunda fase ingresaron al movimiento los oficiales nacionalistas. El de Maidán, fue por donde se le mire, un clásico movimiento nacional y democrático. Con razón nos habla Zelenski de “el mandato de Maidán”- Ese mandato dice: Ucrania es y será un país europeo que no pertenece a Rusia.

Pero Putin no cesa de mentir. Nos habla de de los territorios “invadidos” del Dombás como si fueran parte de Rusia y no anexados por la fuerza. Acusa a los ucranianos no perdonar a Crimea por haber “renunciando a Ucrania” callando sobre la anexión armada rusa cometida en Crimea y Sebastopol, en el 2014. Nos habla de la liberación de Chechenia del 2000 y del 2005, cuando hasta el más ignorante ciudadano ruso sabe que allí Putin cometió el genocidio más espantoso del siglo XXl. Afirma que liberó a Siria del terrorismo. sin decir que convirtió a ese país milenario en un condominio colonial, destruyendo a las fuerzas democráticas y antidictatoriales surgidas en el curso de la mal llamada primavera árabe (2011) en contra del tirano Baschar al-Assad.

Luego de toda esas mentiras, afirmó Putin que no tiene interés en anexar territorios ucranianos, pero no dice que busca apoderarse nada menos que del estado ucraniano a fin de imponer algún gobernante títere al estilo de Lucaschenko en Bielorrusia. Con un cinismo sin límites compara la guerra a Ucrania con la lucha de liberación de Rusia contra Hitler, como si Ucrania hubiera avanzado alguna vez hacia Rusia. Asegura de modo obsceno que no quiere dañar al pueblo ucraniano mientras miles de testimonios muestran como los ataques rusos a Ucrania tienen como principal objetivo destruir establecimientos civiles, incluyendo iglesias, escuelas, plazas públicas y hasta hospitales. Mariopolis, Bucha, Yrpin son parte de una larga hilera de ciudades mártires de Ucrania

Tanta mentira solo puede tener tener una explicación. Putin está tratando de ocultar que está perdiendo la guerra en Ucrania. En este momento, se quiera o no, Rusia ha pasado a la defensiva. Su objetivo inmediato es ahora más modesto: asegurar las republiquetas impuestas en Donetsk y en Luganzk. Para el efecto, se ha visto obligado a incrementar su dotación militar. La verdad es que nunca había dejado de hacerlo. A los iniciales 200.000 soldados cuya orden impartida el 24 de febrero era avanzar hasta Kiev, se han ido sumando nuevos contingentes. Si ahora anuncia que incorporará a 300.000 nuevos hombres, es porque el reclutamiento forzado será muy superior. Según información de los servicios británicos, los contingentes de Putin que operan en Ucrania y en las zonas limítrofes, bordean la cifra del millón de soldados. Los ciudadanos rusos lo saben, aunque digan no saberlo. De una manera u otra, presienten que el nuevo reclutamiento terminará afectando la integridad de muchísimas familias. Los aeropuertos de Europa ya están atestados de jóvenes rusos huyendo de su país. Una cosa es callar frente a Putin y otra es querer morir por él. El grito-consigna de los valientes manifestantes que irrumpen como protesta en las ciudades rusas, es estremecedor: “¡Yo no quiero morir por Putin!”

Por si fuera poco, al concentrar sus tropas en los límites con Ucrania, Putin se ha visto obligado a dejar espacios vacíos en su patio trasero, sobre todo en la región del Caúcaso. Que en esas tierras instiga EE UU, como dijo Putin, no es tan cierto. Las que están teniendo lugar son guerras territoriales de muy antigua data, reactivadas hoy por el vacío de poder que dejan los ejércitos diezmados del dictador ruso. Salvo en Georgia, que no está en guerra con nadie, no hay ninguna influencia norteamericana. Armenia y Azerbaiyán están guerreando desde antes que Putin llegara al gobierno. Lo que calla Putin es que no los EE UU sino naciones “amigas” como Turquía, Irán e incluso China, están buscando asegurar posiciones en la zona caucásica, debilitando aún más la influencia rusa.

Putin está perdiendo la guerra

Putin está perdiendo la guerra en sus tres espacios: el militar, el político y el geopolítico. El militar, porque no ha podido borrar del mapa a Ucrania como nación independiente. El político, porque ya comienzan a emerger protestas donde menos esperaba, en las principales ciudades de Rusia. Y en el geopolítico, porque las naciones vecinas que lo apoyaban comienzan a guerrear entre ellas, escapando al control tutelar de Rusia.

Peor todavía: desde el fatídico 24-F, Putin no ha podido ganar un solo aliado, ni político ni militar. China lo apoya simbólicamente, pero no mueve un tanque hacia Rusia. India lo presiona para que termine de una vez por todas la absurda guerra, y hasta el nuevo amigo de Putin, el habilidoso Erdogan -cuyos apetitos expansivos hacia las regiones costeras del Mar Negro se han visto incentivados- acaba de declarar que toda conversación hacia la paz pasa por la devolución de Rusia a Ucrania de los territorios anexados a partir del 2014 (la misma condición que pone Zelenski).

Ante la catástrofe que se avecina, mostrando más debilidad que fuerza, Putin ha vuelto a insistir en una amenaza nuclear que, de cumplirse, significaría definitivamente el fin de Rusia. Pero tanto ha mentido Putin que sus amenazas ya no aterrorizan ni dentro ni fuera de Rusia. Lo que no impide, por cierto, tomarlas muy en serio. Nadie conoce exactamente la dimensión de la locura del siniestro dictador. Si en su discurso, por ejemplo, cambiáramos el nombre de Rusia por el de Putin, nos podríamos dar cuenta de que cada vez que habla de Rusia, Putin solo habla de sí mismo.

Putin se siente aislado, incomprendido, acosado y cada vez más solo. Su sistema de dominación es una mesa de cuatro patas que está comenzando a cojear. Esas patas son los servicios de inteligencia, con Putin a la cabeza, la iglesia ortodoxa (operando fundamentalmente en las zonas agrarias), los oligarcas millonarios amparados por el Estado, y el ejército profesional. Los dos últimos solo pueden ser un apoyo firme y seguro si Putin tiene éxito en su aventura bélica. Pues bien, en estos momentos Putin no tiene éxito.

Cada discurso es un mensaje y cada mensaje lleva una dirección. ¿A quién fue dirigido el mentiroso mensaje de Putin? En primer lugar, no cabe duda, al pueblo ruso. En segundo lugar al Occidente político. En tercer lugar, a las naciones representadas en la ONU.

En cierto modo el discurso de Putin puede ser considerado como una respuesta anticipada a los discursos que, a partir del día siguiente, serían pronunciados por todos los gobernantes de la tierra congregados en la Asamblea General de la ONU. Poniéndose el parche antes de la herida, Putin intentó probablemente amenazar a sus dos enemigos principales. Ellos son los gobiernos europeos coordinados en la UE y en la OTAN y, por supuesto, EE UU. Por eso se explica que en la Asamblea General de la ONU la atención comunicacional estuviese muy enfocada en tres mandatarios: Scholz de Alemania, Macron de Francia (o sea, el eje político militar de la UE) y el presidente norteamericano, Joe Biden. Al tenor de esos discursos nos referiremos en un siguiente artículo.

La tarea que tenían por delante los tres mandatarios occidentales no podía ser sino restituir el discurso de la verdad, alterado por Putin.

Para leer el discurso completo de Putin   20.09.2022 – Discurso Completo De Vladimir Putin (polisfmires.blogspot.com)

Fernando Mires: Putin y el discurso de la verdad

Siguiendo un hilo trazado por Lacan, podemos distinguir tres verdades (o realidades). La verdad verdadera, la verdad simbólica y la verdad imaginaria. A la primera nunca tendremos acceso. Si hay Dios, esa verdad solo la conoce Dios. Es la realidad que existe más allá de nuestros sentidos y de nuestros aparatos de medición del tiempo y del espacio. De esa realidad formamos parte, y si la percibimos es porque yace hundida en lo más profundo de nuestro inconsciente. La nuestra, la que vivimos día a día, es una verdad simbólica, una superficie poblada de signos.

Es una verdad, la simbólica, construida con palabras, el lugar donde hemos establecido, desde tiempos ignotos (desde que inventamos el habla, podríamos decir) las conexiones entre los significantes y los significados. Gracias a esas conexiones sabemos que una casa es una casa y una nube es una nube. Solo en la poesía, en la locura y en la mentira, los significantes son desconectados de sus significados. En la realidad simbólica que vivimos no nos está permitido hacerlo. Mucho menos en la realidad política. Gracias a ese ajuste permanente entre significados y significantes (ese trabajo de ajuste se llama pensar), podemos imaginar el mundo. Sin nuestros símbolos, la imaginación no existiría.

Para decirlo en modo simple: la política es el lugar en donde nombramos a las cosas por su nombre. Hablar claro y directo, es decir, con un ajuste máximo posible entre significados y significantes, es para un gobernante su responsabilidad. A esa responsabilidad básica ha faltado el presidente de Rusia, Vladimir Putin quien, continuamente, ha separado a los significantes de sus significados.

A una invasión armada a un país vecino él la llama “operación especial”. A la agresión militar, acción defensiva. A los asesinatos colectivos, incluyendo los de ancianos, mujeres y niños, desnazificación. De los tres mega-asesinos de los tiempos modernos, Stalin, Hitler, y Putin, el último es el que más ha mutilado el habla, el lenguaje y el idioma. De ahí que en los discursos pronunciados en la Asamblea general de la ONU del 2022, los presidentes democráticos se hubieran sentido obligados a restaurar la sintaxis de la política. O mejor dicho: el orden del discurso. Esa fue la tarea tácitamente encomendada a Macron y Scholz como representantes de Europa, y a Biden, de los EE UU.

El renacimiento del imperialismo

Tal vez conscientes de la tarea que tenían por delante, Macron y Scholz coordinaron sus discursos. Ambos se refirieron a los mismos temas. En primer lugar, en estilo muy europeo (diría, cartesiano) decidieron precisar el carácter del conflicto que vive Europa. Para ambos gobernantes, la Rusia de Putin significa una regresión a una época que Europa había superado: la del colonialismo y la del imperialismo. Putin es el representante de esa regresión.

Dijo Macron: El 24 de febrero, Rusia miembro permanente del Consejo de Seguridad, irrumpió mediante un acto de agresión, invasión y anexión, en nuestra seguridad colectiva. Violó deliberadamente la Carta de las Naciones Unidas y el principio de igualdad soberana de los Estados (…,,) Lo que hemos estado presenciando desde el 24 de febrero es un regreso a la era del imperialismo y las colonias. Francia lo rechaza y buscará obstinadamente la paz. Al respecto nuestra posición es clara y es al servicio de esa posición que asume el diálogo llevado a cabo con Rusia desde antes del estallido de la guerra, a lo largo de los últimos meses, y lo seguiré asumiendo porque así juntos, buscaremos la paz.

Dijo Scholz: Nada puede justificar la guerra de conquista de Rusia contra Ucrania. El presidente Putin la dirige con un único objetivo: apoderarse de Ucrania. La autodeterminación y la independencia política no cuentan para él. Solo hay una palabra para eso. 

¡Esto es puro imperialismo!

El regreso del imperialismo no solo es un desastre para Europa. Esto es también un desastre para nuestro orden de paz global, que es la antítesis del imperialismo y del neo colonialismo. Por eso fue tan importante que 141 estados condenaran inequívocamente la guerra de conquista rusa aquí, en esta sala.

La defensa de Ucrania es la defensa de una nación invadida por una potencia mundial. Pero es mucho más: es la defensa de la era poscolonial y posimperial que creíamos estar viviendo. Es un rechazo a las guerras de conquista. Pero sobre todo, es una defensa de la institucionalidad internacional anclada en la propia UNO. Ambos gobernantes, Macron y Scholz, concuerdan en que permitir la anexión imperial llevada a cabo por Putin, significa un retroceso hacia ese mundo donde primaba la ley del más fuerte, al mundo de la sinrazón, de la violencia pura. Haber aceptado la invasión de Putin a Ucrania, habría significado renunciar a todos los valores adoptados por la comunidad política internacional después de la segunda guerra mundial.

Los dos gobernantes estuvieron de acuerdo en que presenciamos la gestación de un nuevo orden económico y político a nivel mundial. Pero, pregunta Macron, “¿bajo qué principios?” La multilateralidad, no puede ser impuesta con bombas y balazos; es un proceso objetivo, como son todos los procesos históricos.

Macron y Scholz han hecho un esfuerzo conjunto: establecer el sentido histórico del apoyo de Occidente a Ucrania. Desde el punto de vista de ambos, la que respalda Europa en Ucrania, es una lucha de liberación nacional en contra de una potencia imperial.

Desde el punto de vista compartido por los dos gobernantes -y de hecho por la mayoría de los países inscritos en la UE- la guerra de Putin impide enfrentar de modo conjunto los problemas de nuestro tiempo, entre ellos, las grandes migraciones, la crisis alimentaria, el cambio climático. Si queremos en fin que el mundo, si no mejor, no sea peor, hay que detener a la Rusia de Putin. Ayudar a Ucrania, por lo tanto, no solo es legítimo, sino además necesario. Rusia, agregó Scholz, “no debe ganar esta guerra”. Impedirlo pasa por apoyar a Ucrania, no solo con palabras sino con armas. Pues las guerras, guerras son. Ojalá, pensamos muchos, Scholz sea fiel, aunque sea una vez en su vida, con sus palabras.

Situar las latitudes no geográficas, sino históricas de nuestra era, es mostrar el sentido y el carácter de la lucha que en estos momentos tiene lugar en Ucrania. Una precisión más que historiográfica, política. Los ciudadanos europeos deben saber de una vez por todas las razones por las que deberán atravesar una crisis económica y energética, las posibles renuncias cotidianas que eso implica, y los peligros que conlleva no frenar la expansión rusa ordenada por el dictador Putin. Al día siguiente habló Biden.

Putin es la causa

Como era de esperarse, el discurso del presidente Joe Biden, concordando con la orientación de sus colegas europeos, tendría otras tonalidades. El suyo fue un discurso breve, muy norteamericano. Desprovisto de teorías, directo, casi brutal, y esencialmente pragmático.

Estamos en una guerra, precisó Biden, y esta guerra tiene una causa y esa causa es un nombre y un hombre. Se llama Vladimir Putin. Un hombre que ha traicionado los principios del propio Consejo de Seguridad de la ONU a la que pertenecía su país. Un mandatario criminal que no solo intenta borrar del mapa a una nación vecina, a la que niega su derecho esencial a existir como estado, sino además, uno que se permite aterrorizar al mundo con un holocausto nuclear en caso de que sus demandas no sean aceptadas. En las palabras de Biden: “El presidente Putin ha hecho amenazas nucleares abiertas contra Europa y un desprecio imprudente por las responsabilidades de un régimen de no proliferación. Ahora Rusia está llamando a más soldados para que se unan a la lucha, y el Kremlin está organizando un referéndum falso para tratar de anexar partes de Ucrania: una violación extremadamente significativa de la Carta de la ONU”

Para Biden, Putin es un dictador que ha articulado alrededor suyo otras dictaduras como la de Irán. No nombró al dictadorzuelo Ortega de Nicaragua o al dictador burocrático de Cuba por la insignificancia geopolítica que ambos ostentan, pero está claro que para Biden, Putin sigue siendo el representante máximo de la gran contradicción de nuestro tiempo, la que se da – según formulaciones anteriores a su discurso- entre autocracias y democracias. Por esas razones Putin no solo pone en peligro el desarrollo democrático de la humanidad, sino a las propias Naciones Unidas.

Muchos académicos europeos tienen problemas para entender el lenguaje político de los presidentes norteamericanos. Biden, siguiendo la tradición de sus predecesores, no se pierde en visiones epocales o macrohistóroricas, mucho menos en ideologías. Para Reagan, recordemos, existían “gobiernos forajidos”. Para Clinton, “estados canallas” (término inventado por Noam Chomsky) Para Bush Jr. “el eje del mal”. Todos partían de un principio elemental: lo que sucede en este mundo no es el resultado de procesos históricos objetivos, sino de la acción de determinados seres humanos.

La guerra a Ucrania emprendida por Putin tiene, también para Biden, un solo responsable, y ese responsable se llama Putin. ¿Si no existiera Putin entonces no habría sucedido esta guerra?, preguntaría no sin sorna más de algún académico europeo. Pero de acuerdo a la tradición política de un Biden, esa pregunta sería ociosa, entre otras cosas, porque no puede ser respondida. El hecho objetivo, solo de eso debemos preocuparnos, es que Putin existe y él, y nadie más, ordenó esta guerra.

Podemos discutir eternamente acerca del tema si la historia está determinada por la existencia de algunas personas poderosas, o por un desarrollo histórico objetivo, como piensan marxistas, positivistas y liberales. También podríamos convenir salomónicamente en que ambas tesis no se contradicen entre sí pues los actores políticos determinan hechos, pero lo hacen bajo condiciones históricas que ellos no han determinado.

No obstante, el acento que pone Biden al estar puesto en la responsabilidad individual que cabe a Putin en la guerra, no está está muy fuera de lugar. Ya el historiador polaco Adam Michnick había detectado que a diferencia de los otros dos mega-dictadores de la modernidad, Hitler y Stalin, Putin es el que ha gozado de mayor autonomía personal.

El nacional-socialismo, la teoría de las razas, el militarismo, todos los componentes del nazismo, existían antes de que Hitler alcanzara el poder. Hitler fue posible porque hubo nazismo y el nazismo fue posible porque hubo nazis. Lo mismo Stalin, quien continuó y en muchos puntos radicalizó la obra comenzada por Lenin. La estatización de la economía, el sistema de partido único, la eliminación de la oposición democrática, ya eran hechos irreversibles a la hora en que Stalin llegó al poder. No así con Putin. Cuando llegó al poder Putin, el estado ruso era una ruina.

Cuando Putin fue elegido presidente no había nada que continuar, no había gorbachismo ni jelzinismo. Putin fue, queramos o no, el fundador del estado ruso post-soviético, y no teniendo más ideología que defender, entendió su misión como una obra restauradora: la construcción de la nueva Rusia como continuación de la antigua Rusia, la pre-soviética.

El fascismo fue un movimiento europeo. El comunismo también. Pero el putinismo no es europeo sino genuinamente ruso. La de Putin es, si podemos llamarla así, una revolución mitológica y reaccionaria. Por eso su base de apoyo político internacional es extremadamente heterogénea. En Europa es el ícono de la extrema derecha post-fascista. En América Latina cuenta con los despojos de lo que una vez fue la izquierda revolucionaria, ayer leninista-stalinista, después castrista, luego chavista, y hoy, en abierto proceso de descomposición, putinista. De ahí que las decisiones que toma Putin no puedan ser explicadas por un proceso histórico, ni por una ideología, ni por algún movimiento de masas de características, si no mundiales, al menos continentales.

Dicho en breve: no ha habido en toda la historia moderna de Rusia un gobernante tan librado a su propio arbitrio como Putin. Razón que explica por qué los jóvenes a punto de ser reclutados por su régimen gritan en las calles: “Yo no quiero morir por Putin”. Tienen razón. La posible muerte que los espera tiene un solo responsable: Putin.

Tratemos entonces de entender a Biden. Putin, según el discurso del presidente estadounidense, no es seguramente el único responsable de lo que está sucediendo, pero lo que está sucediendo no sucedería si no existiera Putin. En la historia, así vista por Biden, los humanos, y nada más, son los responsables de sus actos. Solo así podemos descifrar las razones por las que el presidente norteamericano finalizara su discurso con las siguientes palabras:

No somos testigos pasivos de la historia. Somos los autores de la historia.

 

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