Isabel Pereira Pizani: Tomas Jefferson y la república de pequeños propietarios agrarios

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Cuando cruzamos el territorio de Estados Unidos y  entramos en algunos de los innumerables pequeños pueblos que existen a lo largo de la ruta 66 o la I95, algunas de las grandes autopistas que conectan todo el país, encontramos una realidad que se repite automáticamente, un gran boulevard donde se concentran las sedes de grandes corporaciones comerciales, en especial de la industria de alimentos y equipamientos del hogar, capaces de surtir de manera eficiente, segura y masiva las necesidades de la comunidad, entre ellos Subway, McDonald, TropiBurger, Publix, Burger King, Walmart y otros. Una realidad que se repite en los cientos de pueblos situados en los márgenes de cualquiera de las inmensas autorrutas que surcan cada uno de los Estados de la nación americana. En esos momentos sentimos añoranzas por encontrar algún pequeño negocio, algo distinto o particular, un sitio para recordar,alguien con quien conversar sobre trivialidades, estilo nuestras bodeguitas o las épiceries francesas que aún subsisten en algunos vecindarios de ese hermoso país.

Esta imagen de la presencia concentrada de las grandes corporaciones que se repite idénticamente pueblo tras pueblo, nos trae a la memoria lo que podríamos llamar el sueño de uno de los padres fundadores de la nación americana: Thomas Jefferson, quien proponía o imaginaba algo muy diferente, una república de pequeños propietarios agrarios donde estos fueron el fundamento de la vida comunitaria en ese territorio. El pequeño propietario lo imaginaba como un nervio fundamental de la economía partiendo de la idea de que la propiedad fuese el centro de un diseño político institucional del país que fraguaban los padres fundadores. La pregunta que nos hacemos, en ese momento incipiente de la explosión industrial que sobrevino posteriormente, ¿por qué centrar el punto de convergencia política en la pequeña propiedad agraria? La respuesta nos la proporciona en su estudio Bru Lain Escandell®: “Puesto que se creía que la educación y el talento o el virtuosismo solían acompañar la riqueza, era fácil constatar la razón de la transcendencia de la propiedad en el seno del diseño político institucional del nuevo país soñado por los fundadores. La educación y la virtud eran cualidades harto difíciles de cuantificar y de valorar. Esto no ocurría con la riqueza, por lo que la propiedad rápidamente se convirtió en el mejor criterio para identificar lo que Jefferson nombra la aristocracia natural cuyos “fundamentos son la virtud y los talentos” Con ellos, reafirma, tendrían la capacidad de estabilizar el país y “moderar” las expresiones más tumultuosas de las asambleas legislativas convirtiéndose en los nuevos (y naturales) representantes del pueblo”.

Bru Lain nos recuerda que la motivación de Jefferson por la propiedad agraria no era meramente económica, por la evidente posibilidad de alcanzar en forma rápida y sencilla altas cuotas de productividad y por ende rentabilidad, posibilitando la formación de nuevas riquezas. Tampoco era por una sujeción a ideales románticos de la bucólica vida en el campo –aunque muchas veces se refiere a este imaginario–,  su aspiración política la veía más propicia en el ascetismo y virtuosidad propio de la vida rural, lo cual valoraba como el mejor asiento sociológico para edificar las bases necesarias sobre la cual poder construir una verdadera comunidad, una república integrada por ciudadanos.

Como señala Bru Lain, la teoría de la propiedad de Jefferson tenía tres principios. “Primero, en cuanto a la propiedad natural sobre uno mismo. En este sentido, la vida, la libertad y la independencia no serían más que la expresión de aquellos derechos naturales inherentes al individuo, incluso antes de formar parte de una sociedad o comunidad política. Segundo, la propiedad entendida también sobre el derecho civil o positivo universal sobre aquellos bienes o medios materiales que garantizaran la subsistencia (alimentos, grano, harina, madera, y también mercados y precios, etc.). Tercero, la propiedad como el derecho privado o particular sobre aquellos recursos o bienes materiales externos que debían garantizar la independencia material de cada sujeto”.

La república que Jefferson anhelaba descansaba sobre un modelo político-agrario que abarcaba  el ideal de ciudadanía virtuosa autosuficiente, como la base antropológica que institucionalizaba el poder político. En efecto, tras el ideal del ciudadano virtuoso del agricultor, Jefferson no solo encontraba unas características en valores humanos, tendencia y conductas psicológicas, actitudinales o morales derivadas del sosiego de la vida rural, apuntalado por una institucionalidad descentralizada, con una diseminada presencia de la propiedad material, a lo cual atribuía carácter de condición necesaria de un verdadero gobierno republicano, esto es de una república de pequeños propietarios.

El valor de la propuesta de la república de pequeños productores agrarios –con las diferencias históricas necesarias– nos recuerda la necesidad de integrar en todas las interpretaciones, frecuentes en nuestro país, el concepto de propiedad, tal como hizo Thomas Jefferson, en la particular relación entre el Estado y la sociedad en el caso venezolano es determinante el peso del concepto de propiedad decidido por nuestro liderazgo político. Desde el inicio de la construcción del modelo democrático, a partir de 1958, la decisión de estos conductores del país fue convertir el Estado en el gran propietario de los sectores generadores de riqueza, a diferencia de Jefferson cuyo interés fundamental fue construir un país de ciudadanos, de pequeños propietarios. Al aceptar, los venezolanos, la idea de un Estado propietario del patrimonio nacional, con un ejercicio simultáneo de la responsabilidad de gran redistribuidor de la riqueza se estaba anulando de hecho el papel central de ciudadano como generador de riqueza y receptor de sus obligaciones, beneficios y rentabilidad, accionando en un solo golpe la gran metamorfosis del Estado como gran maquinaria político social dominante en todos los aspectos de nuestra existencia. De allí que cualquier proposición para sustentarse tiene que examinar la relación entre la presencia de un Estado propietario y distribuidor de la riqueza, con la posibilidad de existencia del Estado de Derecho, el hiperpresidencialismo, el equilibrio de poderes, las tendencias del crecimiento económico, la responsabilidad individual, la centralización del poder, la educación, los valores, la libertad ciudadana, aspectos claves para decidir nuestro proyecto de vida y la existencia o no de límites al poder político de los sectores que controlan esa poderosa institución política. No hacerlo es simplemente arar en el mar.

Para finalizar, la imaginación corre, quizás si algo de la idea de la República de pequeños propietarios agrarios de Thomas Jefferson hubiese subsistido, el panorama de estos pueblos americanos, de por sí hermosos y ordenados, sería mucho más acogedor y amable, con un airecito en común con la Carora venezolana.

®Bru Lain Escandell: Democracia y propiedad en el republicanismo De Thomas Jefferson y Maximilien Robespierre

 

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