Su vida transcurrió en un mar de lamentos. Toda su familia, con excepción de su abuela Candelaria De la Concepción, sufría de espasmo, convulsión. No era una familia que pudiera decirse hipocondríaca. No. Era una familia normal. Alegre, dicharachera, cuentistas. En fin, tenían el don de ser centralistas. Es decir, ni lo uno ni lo otro. En la localidad donde tenían su residencia, le querían hasta más no poder. El amor que le brindaban a Honorio recién nacido, se esparcía por doquier. Él era contagioso. Testarudo. Hasta los 15 años fue lampiño. Mentía a placer. Luego fue sufriendo una transformación anormal. Sus bigotes fueron creciendo de manera vertiginosa. A lo “Pancho” Villa. Tenía que rasurarse con frecuencia. El cabello le crecía como a una damisela. Era larguirucho. Escuálido. Él se creía conquistador de las muchachas que le huían cada vez que se les acercaba. Honorio era conocido como un holgazán. Cuando cumplió los 12 años, recibió la mayor de las palizas dada por su padre a raíz de haber sido acusado y llevado a los calabozos del Comando Central de Policía, por consumo de marihuana. Él no lo negó.
Honorio, una vez cumplido 16 años se fue sin dejar rastro. Nadie supo cuándo y cómo desapareció de la barriada. La preocupación en la familia tenía su costo. Pagaron por la información que dieran del paradero del muchacho. Pero, nadie supo de él. Algunas que otras muchachas, rogaban para que no regresara. Y así fue. No se supo más de Horacio Calatayú. Unos años más tarde, al parecer, le vieron en Sierra Leona. Andaba con una guitarra terciada en la espalda. El cabello igual de cuando tenía 15 años. Camisa larga que le llegaba hasta las rodillas. Pantalón ajado y roto por el uso desmedido que le daba. Era la única vestimenta que cargaba. Sucio y despeinado. Llevaba unas sandalias de cuero tipo pescador. Contaba con 23 años de edad. Los bigotes, negros como el azabache, mucho más poblados, contrastaban con unos lentes cuyos cristales rayados de color igualmente negro, le caían en el “tabique” nasal.
Los 32 años recién cumplidos, los celebró con una banda musical de música Rock y que a la sazón, combinaba con el trabajo que les hacía a algunos políticos del momento. Abandonó la banda para convertirse en guardaespaldas de uno que otro politiquero de pacotilla. Cambió su vestuario como un actor de cine. Llamaba la atención con su traje y gruesos bigotes. Siempre llevaba flux negro, camisa roja, corbata azul y zapatos color beige. Era hábil para entrometerse en los asuntos de sus jefes políticos de izquierda. Emitía opiniones que algunas veces coincidían con lo que sus jefes querían. Pero una duda les llenó el cerebro: no sabían de dónde venía Honorio Calatayú. Lo enviaron a Nigeria para que se encargara de solventar algunos pequeños problemas del régimen nigeriano. Salió airoso. Ya cumplido los 45 años, apareció en Latinoamérica. Su verborrea de agitador profesional, era aceptada por la izquierda de entonces. Un mandatario lo eligió como su principal escolta.
La habilidad de Honorio era tal, que fue elegido como candidato a gobernar el país que nunca supo de quien se trataba. No obstante, llegó al poder. En el mismo, demostró lo que fue en su infancia y posterior juventud: holgazán, hipócrita, egocentrista, mentiroso, y mariguanero hasta más no poder. Nunca fue a la escuela. Por tanto, su verbo era “malhablado”. La gente pedía resolución de sus problemas. Y Honorio, que se consideraba todopoderoso, les enviaba a la Policía Civil para que reprimieran las protestas en su contra. Muchos pobladores deseaban su muerte. Eso era lo que pedían: “¡muerte al corrupto! ¡Muerte al traidor!”. Otros por el contrario, solicitaban que no muriera en las manos de los pobladores para que pagara en carne propia, el daño que les ocasionó en su corto tiempo al frente del poder presidencial. Y llegó el momento de presentar su discurso de año nuevo. De pronto, en pleno evento, se oyó un estampido de un rifle calibre colt 45, que acabaría con la malsana vida de Honorio Calatayú. Nadie dijo “paz a su alma”.
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