¿Volvió el patriarcado?

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Cómo comenzó el patriarcado (y cuán posible es que la evolución se deshaga de él). El patriarcado, aunque ha estado en retirada en algunas partes del mundo, está de vuelta en nuestras narices.

En Afganistán, los talibanes una vez más merodean por las calles más preocupados por mantener a las mujeres en casa y con un estricto código de vestimenta que por el inminente colapso del país en la hambruna.

Y en otro continente, en Estados Unidos. están legislando para garantizar que las mujeres ya no puedan tener un aborto legal. En ambos casos, las creencias patriarcales agazapadas, resurgieron en cuanto fracasó el liderazgo político. Hay una sensación inquietante de vuelta al pasado. Pero, ¿por cuánto tiempo ha dominado el patriarcado nuestras sociedades?

El estatus de la mujer ha sido un punto de interés que tiene larga data en la antroplogía. Contrario a la creencia común, las investigaciones muestran que el patriarcado no es una especie de “orden natural de las cosas”, no siempre ha prevalecido y, de hecho, puede desaparecer con el tiempo.

Las creencias patriacarles agazapadas están resurgiendo en lo que parece una vuelta al pasado.

Las comunidades de cazadores-recolectores pueden haber sido relativamente igualitarias, al menos en comparación con algunos de los regímenes que siguieron. Y las mujeres líderes y las sociedades matriarcales siempre han existido.

Riqueza masculina

La reproducción es la moneda de cambio en la evolución. Pero no son solo nuestros cuerpos y cerebros los que evolucionan: nuestros comportamientos y nuestras culturas también son productos de la selección natural. Para maximizar su propio éxito reproductivo, por ejemplo, los hombres a menudo han tratado de controlar a las mujeres y su sexualidad.

En las sociedades nómadas, donde hay poca o ninguna riqueza material, como era el caso de la mayoría de los cazadores-recolectores, no era tan fácil obligar a una mujer a permaneer dentro de una relación. Tanto ella como su pareja podian desplazarse junto con los parientes de cada uno o con otras personas y, en caso de no estar contenta, podía irse.

Esto podía tener un costo si se tenian hijos, ya que el cuidado paterno ayudaba al desarrollo de los niños e incluso a la supervivencia, pero era posible vivir con sus familiares en otro lugar o encontrar una nueva pareja sin que esto supusiera estar peor.

En las sociedades nómadas, donde hay poca o ninguna riqueza material, como era el caso de la mayoría de los cazadores-recolectores, no era tan fácil obligar a una mujer a permaneer dentro de una relación.

Con el surgimiento de la agricultura, hace ya 12.000 años en algunos casos, cambiaron las reglas del juego. Incluso la horticultura más simple requería una defensa de los cultivos y, por lo tanto, tener que permanecer en el lugar. Los asentamientos hiceron que aumentaran los conflictos dentro y entre los grupos.

Por ejemplo, los yanomami en Venezuela vivían en hogares grupales fuertemente fortificados, con incursiones violentas en grupos vecinos y con la “captura de esposas” como parte de la vida.

Donde evolucionó la crianza de ganado, la población local tuvo que defender a las manadas de las incursiones, lo que llevó a altos niveles de conflicto. Como las mujeres no tenían tanto éxito en combate como los hombres, al ser más débiles físicamente, este papel recayó cada vez más en ellos, lo que les ayudó a ganar poder y los dejó a cargo de los recursos que defendían.

Con la agricultura y la gandería, hubo que cuidar bienes materiales y los hombres empezaron a crear una elite en la que la mujer perdía cada vez más autonomía.

Cuando la población creció y se asentó, surgieron problemas de coordinación. La desigualdad social empezó a medida que los líderes, generalmente hombres, daban algún tipo de beneficio a la población, bien fuera yendo a la guerra o sirviendo al bien público de algún modo.

Esto creó élites que, la población en general, tanto hombres como mujeres, a menudo toleraba a cambio de obtener ayudar para aferrarse a lo que tenían.

A medida que la agricultura y el pastoreo se hicieron más intensivos, la riqueza material, ahora controlada principalmente por los hombres, se hizo cada vez más importante. Las reglas de los sistemas de parentesco y descendencia se formalizaron más para evitar conflictos por la riqueza dentro de las familias y los matrimonios se volvieron más contractuales.

La transmisión de la tierra o el ganado de generación en generación permitió que algunas familias obtuvieran una riqueza sustancial.

Monogamia vs Poligamia

La riqueza generada por la agricultura y la ganadería permitía la poliginia (hombres que tenían varias esposas). Por el contrario, era muy raro ver a mujeres que tuvieran muchos maridos (poliandria).

En la mayoría de los sistemas, las mujeres jóvenes eran el recurso en demanda, porque tenían una ventana más corta para poder tener hijos y, por lo general, cumplían más con el cuidado de los padres. Los hombres, el recurso en oferta, usaron su patrimonio para atraer a las mujeres jóvenes. Así, ellos competían pagando por el “recurso de la novia” a la familia de ella.

El resultado era que los hombres ricos podían tener muchas esposas mientras que algunos hombres pobres terminaban solteros. Así que, ocurría que los hombres necesitaban recursos para poder competir por parejas matrimoniales mientras que las mujeres adquirían esos mismos recursos a través de un marido.

Antiguamente, entre los yanomamis, en Venezuela, existía la “caza de la esposa” en grupos vecinos, algo que se hacía de modo violento.

Por lo tanto, si unos padres querían maximizar el número de nietos, tenía sentido que dieran su riqueza a los hijos varones en lugar de a las hijas.

Esto derivó en que la riqueza y la propiedad se transmitieran formalmente por línea masculina. También en que las mujeres a menudo terminaran viviendo lejos de la casa de origen y se fueran con la familia del esposo tras el matrimonio.

Las mujeres empezaron a perder autonomía.

Si la tierra, el ganado y los niños eran propieda de los hombres, entonces el divorcio se hacía casi imposible para las mujeres. Una hija que regresa a casa de los padres no sería bienvenida porque significaba que habría que devolver el pago por el “recurso de la novia”.

El patriarcado empezaba ahora a instaurarse firmemente.

Cuando alguien se va de su hogar natal y vive con la familia de su nuevo esposo, pierde poder de negociación. Algunos modelos matemáticos sugieren que la dispersión femenina combinada con una historia llena de guerra propiciaron que los hombres fueran mejor tratados que las mujeres.

Los hombres tenían la oportunidad, a través de la guerra, de competir por los recursos con hombres con los que no estaban relacionados. En cambio, las mujeres solo competían con otras mujeres en el ámbito doméstico.

Por ambas razones, unos y otras cosechaban mayores beneficios evolutivos si eran más altruistas con los hombres que con las mujeres. Esencialmente, las mujeres entraban en el juego del sesgo de género contra ellas mismas.

La “dote” comenzó como una suerte de pago por la exclusividad en el matrimonio, por la monogamia.

En algunos sistemas agrícolas, en cambio, las mujeres puede que hayan tenido más autonomía. Donde había límites en la cantidad de tierras de cultivo disponibles esto puedo haber puesto freno a la poliginia, ya que los hombres no podía permitirse múltiples familias.

Si la labranza era dura y la productividad estaba determinada más por el trabajo realizado que por la cantidad de tierra que se poseía, entonces la mano de obra de las mujeres se convertía en un requisito clave y las parejas trabajaban juntas en uniones monógamas.

Bajo este sistema de monogamia, si una mujer se casa con un hombre rico, esa riqueza va a su descendencia. Así, las mujeres compiten con otras mujeres por los mejores maridos. No ocurre así en la poligamia, donde la riqueza familiar queda repartida entre muchas esposas y las ventajas de casarse con un hombre rico son marginales.

Así, el pago del matrimonio bajo la monogamia va en la dirección opuesta al de la poliginia y toma la forma de “dote”: los padres de la novia dan dinero a los padres del novio o, incluso, al novio mismo.

La dote siegue siendo algo importante hoy día en gran parte de Asia. Es la forma que tienen los padres de ayudar a sus hijas a competir con otras mujeres en el mercado matrimonial. La dote, a veces, puede dar a las mujeres más autonomía y control sobre, al menos, una parte de la riqueza de su familia.

Pero esto tiene otra cara. Y es que el alto coste de la dote puede hacer que las niñas sean una carga para los padres, a veces con consecuencias nefastas, como que haya familias que ya tienen hijas y que, ante la llegada de un bebé de sexo femenino, o lo matan o lo descuidan (ahora bajo el aborto selectivo femenino).

Prácticas como la de vendar los pies a las mujeres chinas o encerrarlas en claustros para que no vieran a otros hombres pueden ser parte del control de su sexualidad para que no tuvieran descendencia de otros hombres.

La monogamia tuvo otras consecuencias.

Como la riqueza todavía se transmitía por línea masculina a los hijos de una esposa, los hombres hacían todo lo posible para asegurarse de que esos hijos fueran suyos. No querían invertir inconscientemente su riqueza en la descendencia de otro hombre. Como resultado, la sexualidad de las mujeres se convirtió en algo fuertemente vigilado.

Mantener a las mujeres alejadas de los hombres (purdah) o ponerlas en “claustros” religiosos como ocurría en los monasterios en India o la práctica durante 2.000 años de vendar los pies de las mujeres para mantenerlos pequeños en China puede que sean resultado de esto.

Y en el contexto actual, prohibir el aborto hace que las relaciones sexuales sean potencialmente costosas, atrapando a las personas en matrimonios y obstaculizando las perspectivas de carrera profesionales de las mujeres.

Sociedades matriarcales

Es relativamente raro que la riqueza se transmita por línea femenina, pero tales sociedades existen. Estos sistemas centrados en las mujeres tienden a estar en entornos un tanto marginales donde hay poca riqueza por la que competir físicamente.

Por ejemplo, hay áreas en África conocidas como el “cinturón matrilineal” donde la mosca tse-tsé hizo imposible criar ganado. En algunos de estos sistemas matrilineales en África, los hombres siguen siendo una fuerza poderosa en los hogares, pero son los hermanos y tíos mayores quienes tratan de controlar a las mujeres en lugar de los esposos o padres. Pero en general, las mujeres tienen más poder.

Las sociedades con una ausencia de hombres durante gran parte del tiempo, debido a viajes de larga distancia o altos riesgos de mortalidad, por ejemplo, debido a la pesca oceánica peligrosa en Polinesia, o la guerra en algunas comunidades nativas americanas, también se han asociado con la matrilinealidad.

En algunos de estos sistemas matrilineales en África, aunque los hombres son una fuerza importante, las mujeres tienen más poder.

Las mujeres en el sistema matriarcal a menudo recurren al apoyo de sus madres y hermanos, en lugar de sus maridos, para ayudar a criar a los hijos.

Tal “crianza comunal” por parte de las mujeres, como se ve por ejemplo en algunos grupos matrilineales en China, hace que los hombres estén menos interesados ​​(en un sentido evolutivo) en invertir en el hogar, ya que los hogares incluyen no solo a los hijos de su esposa, sino también a muchos otros hijos de mujeres con quien no están relacionados. Esto debilita los lazos matrimoniales y facilita la transmisión de riqueza entre parientes mujeres.

Las mujeres también están menos controladas sexualmente en tales sociedades, ya que la certeza de la paternidad es menos preocupante si las mujeres controlan la riqueza y se la pasan a sus hijas.

En las sociedades matrilineales, tanto hombres como mujeres pueden aparearse polígamamente. Los Himba matrilineales del sur de África tienen algunas de las tasas más altas de bebés producidos de esta manera.

Incluso en los entornos urbanos de hoy, el alto desempleo masculino a menudo establece arreglos de vida más centrados en las mujeres, con madres que ayudan a las hijas a criar a sus hijos y nietos, pero con frecuencia en relativa pobreza.

Pero la introducción de la riqueza material, que puede ser controlada por los hombres, a menudo ha empujado a los sistemas matrilineales a cambiar a sistemas patrilineales.

El papel de la religión

La visión del patriarcado que he esbozado aquí puede parecer que resta importancia al papel de la religión.

Las religiones son frecuentemente prescriptivas sobre el sexo y la familia. Por ejemplo, el matrimonio poligínico se acepta en el Islam y no en el cristianismo. Pero los orígenes de los diversos sistemas culturales de todo el mundo no pueden explicarse simplemente por la religión.

El Islam surgió en el año 610 d. C. en una parte del mundo (la península arábiga) entonces habitada por grupos de pastores nómadas donde el matrimonio polígamo era común, mientras que el cristianismo surgió dentro del imperio romano, donde el matrimonio monógamo ya era la norma.

Entonces, si bien las instituciones religiosas definitivamente ayudan a hacer cumplir tales reglas, es difícil argumentar que las religiones fueron la causa original.

En última instancia, la herencia cultural de las normas religiosas o, de hecho, de cualquier norma, puede mantener severos prejuicios sociales muchos siglos después de que desaparezca su causa original.

¿Está el patriarcado a punto de desaparecer?

Lo que está claro es que las normas, las actitudes y la cultura tienen un efecto enorme en el comportamiento. Pueden cambiar y cambian con el tiempo, especialmente si cambia la ecología o la economía subyacente.

Pero algunas normas se arraigan con el tiempo y, por lo tanto, tardan en cambiar.

El control de la natalidad y los derechos reproductivos de las mujeres dan, tanto a las mujeres como también a los hombres, más libertad.

Recientemente, en la década de 1970, a las madres solteras en el Reino Unido les arrebataban a sus hijos y los enviaban a Australia (donde fueron colocados en instituciones religiosas o dados en adopción).

Investigaciones recientes también muestran cómo la falta de respeto por la autoridad de las mujeres sigue siendo rampante en las sociedades europeas y estadounidenses que se enorgullecen de la igualdad de género.

Dicho esto, está claro que las normas de género se están volviendo mucho más flexibles y el patriarcado es impopular entre muchos hombres y mujeres en gran parte del mundo. Muchos están cuestionando la institución misma del matrimonio.

El control de la natalidad y los derechos reproductivos de las mujeres dan, tanto a las mujeres como también a los hombres, más libertad. Si bien el matrimonio polígamo ahora es raro, el apareamiento polígamo es, por supuesto, bastante común, y muchos conservadores lo perciben como una amenaza.

Es más, los hombres quieren cada vez más ser parte de la vida de sus hijos y aprecian no tener que encargarse de la mayor parte de sustento de sus familias.

Por lo tanto, muchos están compartiendo o incluso asumiendo todo el peso de la crianza de los hijos y las tareas del hogar. Al mismo tiempo, vemos que más mujeres ganan posiciones de poder en el mundo laboral.

A medida que hombres y mujeres generan cada vez más su propia riqueza, al viejo patriarcado le resulta más difícil controlar a las mujeres.

La lógica de la inversión sesgada por los hombres por parte de los padres se ve gravemente dañada si las niñas se benefician por igual de la educación formal y las oportunidades laborales están abiertas para todos.

El futuro es difícil de predecir. La antropología y la historia no progresan de manera lineal y predecible. Las guerras, las hambrunas, las epidemias o las innovaciones siempre están al acecho y tienen consecuencias predecibles e impredecibles para nuestras vidas.

El patriarcado no es inevitable. Necesitamos instituciones que nos ayuden a resolver los problemas del mundo. Pero si las personas equivocadas llegan al poder, el patriarcado puede regenerarse.

*Ruth Mace es profesora de antropología evolutiva en la University College de Londres (UCL) y tiene un puesto de profesora visitante en el Instituto de Estudios Avanzados en Toulouse (IAST). Es editora en jefe de la revista Evolutionary Human Sciences. Actualmente recibe fondos del ERC (Advanced Grant Evobias).

Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido bajo la licencia Creative Commons

 

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