La política es y no podría nunca dejar de ser un medio para alcanzar un único fin: la convivencia válida entre todos los miembros de una comunidad. Allí donde existan grupos humanos existirá la política y su verdadero sentido será el beneficio de la convivencia general. Unos pocos, apoyados en determinadas leyes, instituciones y principios, gobiernan para que todos puedan vivir razonablemente bien y sus necesidades hallarse razonablemente satisfechas… Frente a esta verdad de lo político es imposible no ser crítico ni cuestionar acremente lo que cotidianamente observamos a nuestro alrededor: la política degradada en un solitario significado y un solitario propósito: conquistar y preservar el poder por todos los medios imaginables.
La política no podrá nunca dejar de existir. El hombre depende para su existencia de los otros, y la función de la política es convertir esa dependencia en supervivencia del cuerpo social. Una supervivencia que, en última instancia, depende de una responsabilidad común, de un compromiso para el cual todos los habitantes de una sociedad han de ser educados.
En su trabajo “¿Qué es la política?” Hanna Arendt escribe: “Solo puede ser libre quien esté dispuesto a arriesgarse a serlo. La valentía es la primera de las virtudes políticas y siempre formará parte de los valores cardinales de la política”. Valentía, pues, de todos los miembros de una comunidad para enfrentar una de las más patéticas perversiones de lo político: el miedo, la ciega obediencia, la unanimidad de los comportamientos, el adocenamiento, la apatía… No existe política en medio de totalitarismos encargados de reducir a sus gobernados a la triste condición de temerosas víctimas.
Instituciones, leyes y constituciones son creaciones humanas relacionadas con los deseos, principios e intereses humanos. Ése y no otro fue el definitivo hallazgo del ideal democrático para los antiguos griegos: somos los hombres los llamados a gobernarnos, a poder gobernarnos y a saber hacerlo. Somos nosotros quienes creamos las leyes y quienes podemos anularlas, modificarlas o mejorarlas.
Lo político es ese espacio donde el yo y el nosotros están destinados a encontrarse. La libertad individual no tiene porqué implicar el sacrificio de lo colectivo ni el bienestar colectivo derivar en la anulación de lo individual. Solo la ética, el sentido de una ética que hable de solidaridad entre los miembros de una sociedad; de una ética que signifique, acaso por sobre todo, sentido común, equilibrio entre las necesidades del yo y las necesidades del nosotros; de una ética que nunca deje de postular en lo social la necesidad del consenso, de la responsabilidad compartida, de la urgencia de compromisos entre todos los miembros del cuerpo social, podrán crearse valores de tolerancia, de respeto, de aceptación del derecho de las mayorías sin olvidar nunca el reconocimiento a la existencia de las minorías… Una ética, en fin, donde la política sea eso que jamás debió dejar de ser: la posibilidad de convivir unos y otros en medio de la tolerancia, la inclusión, el diálogo, el acuerdo…