El resurgimiento de los enfrentamientos fronterizos entre Kirguistán y Tayikistán, junto con la última reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái en Samarcanda, han arrojado recientemente luz sobre una región del mundo tradicionalmente descuidada por los principales medios de comunicación occidentales y, sin embargo, fundamental para los intereses nacionales de muchos países europeos. Incluso en los últimos meses, mientras todas las miradas en Europa se dirigían a Ucrania, otro frente del juego “geopolítico” que enreda a China, Rusia, Estados Unidos y Europa (en menor medida) se estaba expandiendo en Asia Central. Allí, en la zona que va desde el mar Caspio hasta las fronteras chinas, cinco antiguas repúblicas soviéticas (Kazajistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Kirguistán) limitan con una de las regiones más complicadas del mundo, donde la influencia de Irán y el desorden del Afganistán de los talibanes se encuentran con los intereses vitales de Rusia. Todos estos países tienen vínculos históricos con Moscú y son miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Algunos de ellos también están vinculados a Rusia por la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una organización militar surgida de las cenizas de la Unión Soviética para volver a conectar la región con el Kremlin, pero que desde entonces no ha dejado de perder miembros e impulso.
Además de Rusia, China es la otra gran potencia que participa activamente en esta zona, principalmente –aunque no exclusivamente– a través de su emblemática iniciativa “Un Franja una Ruta” (BRI, por sus siglas en inglés), que lleva años vertiendo cientos de miles de millones de renminbi en las cinco economías. El dinero chino está financiando infraestructuras e instalaciones (no siempre relacionadas explícitamente con la propia BRI), siguiendo así un patrón conocido de expansionismo económico que está alimentando la competencia con Moscú. Todos estos factores hacen de la región un increíble observatorio no sólo para seguir el cambio (y el negocio) de poder que se está produciendo entre Rusia, China e India, sino también para estudiar la postura estratégica de la UE frente a estos tres países. Como demuestra la elección de Samarcanda como sede de la última cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, las naciones más fuertes de la zona –como Uzbekistán– son realmente el escenario de la(s) competencia(s) (no) amistosa(s) que se extiende(n) por toda Eurasia, y como tal, significativa para Occidente en general y Europa en particular. A propósito, en esta misma región, la UE y sus Estados miembros han estado estableciendo un punto de apoyo desde el colapso de la Unión Soviética, combinando el activismo por los derechos humanos y los tratos con el petróleo y el gas, que es el principal capital local. La última estrategia modular para la región fue establecida por el Consejo Europeo en 2019, para actualizar y ampliar el anterior documento estratégico que databa de 2007. En este marco, la relación entre la UE y las cinco repúblicas se apoya en un doble pilar. El primero se orienta hacia una conectividad interregional más profunda, que abarque (pero no se limite) al transporte de energía. Esta asociación abre las puertas a posibles proyectos ambiciosos en el futuro (por ejemplo, en el espacio) y a la inclusión de este ámbito en el plan de conectividad de la UE para 2050, denominado Red Transeuropea de Transporte (RTE-T). El segundo pilar de la cooperación esbozado en la estrategia europea se dirige más bien a establecer un diálogo sobre los derechos humanos, un asunto que preocupa desde hace tiempo a todos estos países según la ONG Human Rights Watch (HRW) y la ONU. En este ámbito, el enfoque regional de la UE es coherente con las directrices de abajo arriba de la Comisión que provienen de la sociedad civil, y con el programa “Europa Global”, que actúa como principal dispositivo de la UE para la promoción de los derechos humanos en el extranjero.
Históricamente, la importancia de la región para la UE ha radicado en gran medida en los recursos naturales y el transporte por carretera, pero esto cambió drásticamente después de febrero de 2022, con motivo de la guerra contra Ucrania por parte de Rusia. Bajo la nueva luz que el conflicto está arrojando sobre las relaciones internacionales globales, es probable que los cinco países suban en la escala de prioridades del Servicio de Acción Exterior y de muchos servicios diplomáticos europeos. Recientemente, se han producido muchos indicios, tanto hechos como palabras, que sugieren que este cambio ya está teniendo lugar.
En cuanto a los hechos, la diplomacia europea está cambiando el tamaño y el ritmo de su inversión regional –duplicando los esfuerzos prometidos y realizados antes del conflicto– y adoptando decisiones financieras sin precedentes. Por ejemplo, una noticia que atrajo la atención de los medios de comunicación en julio fue la inesperada participación del Banco Europeo de Inversiones (BEI) en la construcción de la enorme central hidroeléctrica de Rogun, una infraestructura muy deseada por el gobierno de Tayikistán con el objetivo declarado de hacer que el país sea energéticamente independiente. Esta inversión, supuestamente de miles de millones, no estaba prevista por el principal banco de inversiones de la UE y, al parecer, llegó de la noche a la mañana a petición de la propia Comisión. El momento y la escala multimillonaria de la financiación son probablemente incomparables con los estándares regionales; para ponerlo en perspectiva, la participación global del Banco en los cinco países entre 2014 y 2020 fue de sólo 186 millones. Es interesante señalar que Tayikistán es uno de los países que más sufrió tras las sanciones occidentales debido a los profundos vínculos que entrelazan su sistema bancario con el ruso. La elección de mantener sus operaciones financieras en Moscú le está saliendo cara a Dusambé, atenazada entre China, que posee más de la mitad de su deuda nacional, y la volatilidad de la situación diplomática que se desarrolla a medida que avanza la guerra. En esta situación, la presa limitaría al menos la dependencia de Tayikistán del gas ruso, proporcionando así más margen de maniobra política al gobierno de Sadyr Nurgozhóyevich Zhaparov. Además de las inversiones directas, un segundo ejemplo de la presión económica europea sobre la región se da en el territorio financiero. En este caso, el actor principal es el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), una organización propiedad de un conjunto de inversores institucionales europeos y con un largo historial de ayuda al desarrollo en la región de Asia Central y el Caspio. El BERD financia decenas de proyectos por valor de miles de millones en los cinco países, y su apoyo es fundamental para las distintas instituciones financieras que participan en estos programas. El papel central del BERD pone de manifiesto la importancia de las decisiones adoptadas por esta organización tras la agresión rusa a Ucrania, cuyo objetivo es mantener la cuarentena de la UE hacia Moscú. Entre ellas, se encuentra el compromiso de congelar todos los activos financieros rusos en su inventario y aislar a los bancos rusos que operan en los programas conjuntos. En lo que respecta a la región, una señal importante del banco llegó en junio, cuando el gobierno de Kazajstán propuso la nacionalización del banco ruso Sberbank para evitar las sanciones occidentales. En esa ocasión, el BERD ofreció ayuda al gobierno kazajo para cubrir parcialmente los costes de esa operación. Este paso podría sentar un precedente para decisiones similares en los países vecinos y agilizar la desvinculación financiera de Asia Central del sistema moscovita.
A estos hechos económicos les han seguido palabras y gestos políticos. El pasado mes de abril, apenas unas semanas después del estallido de las hostilidades, una delegación kazaja se dirigió a Bruselas para discutir las sanciones y transmitir un mensaje de acercamiento económico y de responsabilidad política en materia de derechos humanos. El movimiento no era nada obvio, teniendo en cuenta los preocupantes disturbios que vivió el país en enero y el apoyo que el gobierno de Vladimir Putin prestó para frenar la protesta. Además, en junio se debatió el compromiso de avanzar en la cooperación económica entre la UE y Astaná y de fomentar un diálogo político más intenso, durante una reunión del Consejo de Cooperación centrada en la reforma constitucional que ha emprendido el país. Se están llevando a cabo negociaciones similares con todos los países de la zona. En mayo, el representante especial de la UE para la región inició conversaciones sobre gas y derechos humanos con el presidente de Turkmenistán Serdar Berdimuhamedov, que, sin embargo, es un fuerte socio de Rusia y ha firmado recientemente un acuerdo de cooperación global con Moscú. En julio, el SEAE firmó un Acuerdo de Asociación y Cooperación Reforzada con Uzbekistán (EPCA), en el que se abordan cuestiones tanto económicas como políticas. El enfrentamiento “geopolítico” entre Bruselas y Moscú, que se desarrolla en una zona central de la influencia rusa, supondrá un reto para la UE, que necesita seguir siendo coherente con sus valores en la zona y, por tanto, equilibrar las relaciones internacionales, los negocios y los derechos humanos. No obstante, este esfuerzo es necesario para tener un papel en el gran juego político desencadenado por Vladimir Putin en febrero y que cualquier “Europa Global” ambiciosa debería estar dispuesta a jugar.