El común de la oposición venezolana, en especial el vasto sector de la población que más acérrimamente se opone al régimen de Nicolás Maduro como antes al de Hugo Chávez Frías, se ve sumergido en una hondonada emocional tan profunda como la que vivía en el período previo a la aparición en escena de Juan Guaidó para juramentarse como «presidente interino».
En aquellos tiempos la envolvía el desconcierto y una oleada depresiva, desencadenada por la enorme frustración que significaba que, tras encajarle una contundente derrota al oficialismo en las elecciones parlamentarias de 2015 —al punto de hacerse con el logro increíble de obtener la mayoría calificada en la Asamblea Nacional—, vio luego cómo aquella victoria se esfumaba merced a las manipulaciones gansteriles del Tribunal Supremo de Justicia y la elección, en 2017, de una «constituyente» inconstitucional —y por tanto espuria— que la sustituyó.
Las protestas de calle desatadas por una crisis política, económica y social generalizada fueron reprimidas ferozmente, con un alto costo en sangre. Después vinieron las derrotas electorales en seguidilla, a lo cual, evidentemente, contribuyó la línea abstencionista dictada por los partidos del denominado G-4.
Guaidó, sorpresivamente autojuramentado como presidente de la república y reconocido por el gobierno de Donald Trump y otros países, elevó las expectativas a niveles siderales, hasta llegarse a pensar que una invasión a Venezuela por parte del gobierno norteamericano era inminente o, al menos, un adelanto de elecciones.
Tales niveles de sobreexpectativas, ni lejanamente cumplidas, tarde o temprano tenían que llevar a la oposición radical a mayores niveles de desencanto y anomia y, por supuesto, a una caída en picada de la popularidad de Juan Guaidó, que hoy hace esfuerzos sobrehumanos para despertar nuevamente alguna emoción, una pizca de entusiasmo movilizador, prácticamente sin resultados.
El interinato ha fenecido en los hechos y en estos días enfrentaba nada menos que una moción en el seno de la reunión de la OEA en Lima para retirar a su embajador en ese organismo de integración regional.
Además, el opositor venezolano no sale de su estupor. No entiende cómo en Chile ganó la izquierda, los colombianos puedan elegir a Petro, los brasileros encaminarse a un nuevo gobierno de Lula, Biden busca negociar petróleo con Maduro y, encima libera, mediante un canje de prisioneros, a los narcosobrinos.
«¿No ven que les va a pasar lo mismo que a nosotros?», se preguntan asombrados, seguramente inoculados por las agresivas campañas propagandísticas que pululan por las redes, donde los candidatos de centro o de derecha les endilgan a sus adversarios de la izquierda toda la potencialidad destructiva que ha tenido el chavismo en Venezuela. No reparan en que, a pesar de los reiterados vaticinios apocalípticos, ninguno de esos países marcha por la senda del caos por la que Chávez y Maduro desbarrancaron a Venezuela. Tal vez porque el debate político en esos países no sea exclusivamente ideológico y los pueblos aspiran a una democracia más inclusiva y eficiente. Y la buscan con el voto.
Pero todas esas noticias potencian el desánimo y parecen mantener al ciudadano, que está harto de los abusos de poder y del desacertado proyecto chavista, alejado o no convencido por ahora de la opción electoral para acceder a las instancias de gobierno y desalojar del Poder Ejecutivo a los autores de desastre venezolano.
Con todo el poder que han concentrado y todo el ventajismo que eso les provee, es en el terreno de la contienda electoral donde Maduro y su cúpula se sienten inseguros, amenazados. Barinas y la UCV son aldabonazos que les indican la puntita de un inmenso iceberg contra el cual se estrellan en sus pesadillas cotidianas.
Falta más de un año para las elecciones presidenciales y no está todavía a la vista el camino hacia una oposición reunificada alrededor del proyecto más amplio posible y aliada estrechamente para luchar por la mayor medida de garantías electorales. Las primarias no son una ruta que apoye todo el conglomerado opositor; y el consenso, planteado por otro sector, necesita de la figura de un aspirante que lo pueda encarnar. No lo hay por lo pronto.
El diálogo que tanto se exige al régimen también se requiere puertas adentro del universo opositor. Por allí debería comenzar la reconstrucción del imprescindible entusiasmo colectivo para recomenzar una lucha victoriosa por un cambio urgente y necesario.
Periodista. Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar