Tres décadas después de la modernización y renovación que supuso el Quinto Centenario, urge una nueva actualización de los preceptos con los que España se relaciona con los países de América Latina y el Caribe. El modelo, exitoso en su día, presenta claros signos de desgaste por la sencilla razón de que el mundo para que el se pensó ya no existe.
Tres décadas después del impulso que supuso la conmemoración del Quinto Centenario, urge la renovación de los preceptos con los que España se relaciona con los países de América Latina y el Caribe. El modelo de articulación geopolítica con Latinoamérica presenta claros signos de desgaste por la sencilla razón de que el mundo para que el se pensó ya no existe. Han pasado 30 años desde el mítico “1992” en el que España llevó a cabo un aggiornamento general de su imagen y su papel internacional. En estos tres lustros han ocurrido hechos muy relevantes que han transformado las relaciones internacionales, como la consolidación de China como potencia o el cambio de prioridades en política exterior e interior de los países de América Latina.
Se puede decir que el paradigma con el que España se relaciona con América Latina gira fundamentalmente en torno a tres ejes: primero, una visión de España como uno de los países con más intereses económicos en la región, en tanto nación de origen de las empresas que invierten en Latinoamérica; segundo, dar por sentada la afinidad cultural, de valores y la existencia de una “historia compartida”; y tercero, grandes proyectos que suplen la falta de iniciativas particulares y renovadas hacia los países de la región, pero que a la vez trasmiten la imagen de que existe una visión estratégica y que se desarrollan actividades enfocadas hacia América Latina. El mejor ejemplo de esto último sería el acuerdo comercial Unión Europea-Mercosur –aunque se trata de un proyecto europeo, España es uno de sus más entusiastas impulsores– y también estarían en este campo las continuas apelaciones a la integración latinoamericana o al fortalecimiento democrático por parte de los actores públicos y privados españoles.
Se trata sin duda de una forma concebir la posición de España respecto a la región que dio algunos frutos y que contó con el apoyo de gobiernos, sector privado e incluso algunas organizaciones internacionales y del tercer sector que la incorporaron en su praxis sin beneficio de inventario, pero que ha perdido eficiencia como soporte de relación con Latinaomérica. Basta con ver los datos del Índice Elcano de Presencia Global para constatar el descenso de la “presencia” de España –de Europa en general– en la región y viceversa.
La necesidad de cambiar el modelo de relación con América Latina está sobre la mesa, tanto es así que el gobierno de España quiere convertir a América Latina en uno de los ejes de su presidencia semestral del Consejo Europeo en 2023. En este sentido, y con el afán de contribuir al debate, se presentan una serie de reflexiones sobre el estado de las relaciones de España y América Latina de una forma sintética, con el fin de abarcar la mayor cantidad posible de cuestiones con la mayor claridad. Se analizará el modelo antes planteado y sus consecuencias, para luego plantear algunas sugerencias sobre cómo renovar las relaciones con América Latina y el Caribe.
Los antecedentes y el contexto
– Aprovechando que en 1992 se cumplían 500 años de la llegada de Colón al “Nuevo Mundo”, el gobierno de España lideró una propuesta de replanteamiento de relaciones con América que buscaba introducir en los imaginarios sociales y políticos los aspectos positivos del “descubrimiento”, que se sintetizaron en la idea del “Encuentro entre dos mundos”. El objetivo era que los aspectos negativos de la conquista y la colonización no protagonizaran la interpretación del pasado y por extensión condicionen el presente.
– Se apostó por la “diplomacia de proximidad” aprovechando la sintonía existente en aquel momento entre el presidente del gobierno, el jefe del Estado y otros líderes políticos españoles con sus pares latinoamericanos.
– Los procesos de transición y democratización que comenzaron en periodos similares permitieron marcar un nuevo punto de encuentro y coincidencia a ambos lados del océano.
– A nivel internacional, la máxima expresión y fruto de ese esfuerzo por renovar la forma de relacionarse fueron las Cumbres Iberoamericanas, que arrancan en 1991 buscando institucionalizar y visibilizar la idea de Comunidad Iberoamericana, fomentando una red de buena relación entre los países.
– Se dio impulso a inversiones privadas y públicas –sobre todo no reembolsables–, así como a las políticas de cooperación internacional aumentando su financiación.
– Al afán por construir un nuevo modelo de poder blando de España en América Latina se sumó una oleada de inversiones empresariales que, aprovechando privatizaciones de empresas públicas latinoamericanas, buscó la internacionalización de las empresas españolas, muchas de ellas también recién privatizadas y aun participadas por el Estado y manejadas por el gobierno.
– Al entrar España y Portugal en la Unión Europea, estos países se situaron en el centro de las relaciones UE-América Latina y el Caribe, algo que se mantiene hasta la actualidad con mayor presencia española.
– A nivel institucional, se formó la Comisión Nacional para la Conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América y se crearon una serie de instituciones para fomentar la relación bilateral: Casa de América en Madrid, Fundación Yuste en Extremadura y el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, entre otras.
– Las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla de 1992 también formaron parte del afán de ruptura con la imagen gris de la España posfranquista que el gobierno quería mostrar a nivel internacional, ofreciendo un halo de renovación y modernización.
– En América Latina, el Quinto Centenario y 1992 sirvieron de impulso para la movilización de sectores críticos con el colonialismo y la estructura de poder poscolonial de las repúblicas blanco-mestizas. Así, los movimientos sociales se congregaron bajo la etiqueta de “500 años de resistencia india negra y popular”. En ese contexto se produce el primer levantamiento indígena de Ecuador y el proceso de Chiapas en México, hitos del movimiento indígena latinoamericano.
En resumen, se pusieron las bases de un modelo de relaciones que, en esencia, sigue operando 30 años después.
Los rasgos del modelo, sus límites y consecuencias
– Se priorizó un modelo vertical de relaciones económicas donde España y la UE son grandes inversores en América Latina dejando de lado una narrativa política y social.
– Se insiste en que América Latina es una región con la que se tienen fuertes vínculos históricos y culturales y con la que se comparten valores, a pesar de que el avance del autoritarismo o la posición crítica de los países latinoamericanos respecto a esos vínculos muestran lo contrario.
– No se pudo construir desde España una narrativa novedosa e inclusiva aceptable para los países latinoamericanos que reemplace el “orgullo de la herencia colonial” o las ventajas del proceso “civilizatorio”, debido a la insistencia de la derecha española y latinoamericana. Algunos ejemplos de esto son: el círculo de líderes latinoamericanos en torno al expresidente del gobierno español, José María Aznar y FAES, o la Carta de Madrid de VOX, que tiene el apoyo entusiasta de partidos y líderes de derechas de América Latina.
– Al darlo por hecho y por sentado, no se trabajó lo suficiente sobre la cultura o la lengua como patrimonio común de todos los países que la comparten, a pesar de su enorme potencial como poder blando.
– El modelo corresponde a una visión del mundo “posguerra fría” en la que Europa estaba llamada a ser uno de los poderes centrales y que, sobre todo, no preveía el papel hegemónico que actualmente ha alcanzado China en América Latina, tanto a nivel político como económico, y que está reforzado por la complicidad que Pekín tiene con los gobiernos de la región a nivel de valores.
– El cambio de élites sociales y gobernantes en América Latina ha hecho que aumente el discurso antiespañol en varios países de la región, bien para justificar ciertas coyunturas y la estructura de poder interna de los países, bien como cortina de humo.
– La narrativa posterior a 1992 trasmite una sensación de verticalidad en un contexto donde está profundamente cuestionado el viejo modelo Norte-Sur y los países de América Latina se apuntan a fortalecer las relaciones Sur-Sur.
– La insistencia en los intereses empresariales y la constante alusión, por parte de miembros del gobierno, a la posición de las inversiones realizadas por el capital español en América tiene al menos tres potenciales riesgos. Primero, puede trasmitir la idea de extracción de recursos naturales y económicos hacia el extranjero, más aún siendo empresas que operan en sectores altamente regulados, materias primas o servicios públicos. A mayores, la “extracción” está asociada a imaginarios coloniales y contribuye mucho a que se ataque a España como Estado. Segundo, puede parecer más relevante la relación económica o los intereses particulares de los inversores que los objetivos políticos, los valores e intereses de España como un Estado con una agenda propia. Y tercero, se confunde a España y su gobierno con las empresas y su actuación, asumiendo que el Estado responderá por las consecuencias de las acciones negativas de las empresas.
– El manteniendo durante años de ciertas posiciones y visiones sobre América Latina ha provocado el estancamiento de las relaciones entre España, la UE y América Latina y de la búsqueda de nuevas vías. Como ejemplo está el acuerdo Mercosur-UE, que lleva más de 20 años siendo el eje de las propuestas, cuando es un hecho que no se firmará por falta de entendimiento entre los miembros de Mercosur y el veto de algunos países europeos. Cabe recordar que en este momento Uruguay mantiene negociaciones bilaterales con China o que ni siquiera se pudieron poner de acuerdo para escuchar al presidente de Ucrania cuando pidió intervenir en la reunión que hace poco mantuvieron los representantes de Mercosur
En consecuencia, por estas y otras razones, el modelo necesita ser renovado y actualizado, no solo porque España y las circunstancias hayan cambiado, sino también por la presencia de nuevos actores –China, sobre todo– en el escenario internacional, la llegada al poder en América Latina de élites menos hispanófilas y la ruptura de los consensos sobre política exterior entre los actores políticos de España.
Algunas sugerencias para la renovación
– Fortalecer las afinidades aprovechando la riqueza de la lengua y promoviendo más la circulación de productos culturales. En este sentido, se deben usar herramientas de poder blando como las cadenas de televisión y/o noticias, a las que otros países recurren con mucho éxito y que España subutiliza, a pesar de contar con la Agencia EFE y RTVE. De esta forma, en América Latina podría contar con medio similares y sería una vía de aproximación cultural importante. Se trata de herramientas poderosas, pues basta con ver la generalización de la jerga, expresiones o referentes culturales entre todos los países en los que se habla español gracias al papel de los “youtubers” que son seguidos por públicos de ambos lados del océano, sin importar los países de origen, gracias al poder de la lengua común.
– Volver a ganar apoyo social para España como país usando mecanismos como los deportes, la educación o el turismo. España desaprovecha de forma asombrosa el gran capital que significan los estudiantes latinoamericanos que vienen al país. Por el contrario, más bien lo entorpece con un sistema de visados poco operativo.
– Evitar que el pasado colonial se vuelva piedra arrojadiza o pueda ser usado como cortina de humo. Para ello se puede plantear la relación de España con los países de América Latina de forma más horizontal, evitando recurrir a elementos que tengan connotación de supremacía. Por ejemplo, se podría hablar de las inversiones que recibe España por parte de empresarios latinoamericanos o construir la idea de país de destino/acogida migratoria “amable”, en tanto es uno más de una comunidad cultural y lingüística.
– Poner de relieve que España ya tiene un componente latinoamericano por la inmigración, con énfasis en la facilidad de integración, pero sin caer en estereotipos como sucede en los festejos del 12 de octubre que organizan algunas Comunidades Autónomas. Por ejemplo, se podría visibilizar que España triunfó en Eurovisión con un grupo de seis artistas de los que la mitad son latinoamericanos de origen pero que se reivindican y sienten españoles.
– Procurar hablar menos de América como un todo, como una región, pues las diversidades son muchas y a veces mayores que las similitudes. Se podría hablar de las relaciones de España con las repúblicas de América. De esta manera se establece de forma explícita que se trata de una relación poscolonial y se remarca el hecho de que lo sucedido después de las independencias es responsabilidad de las élites locales.
– Evitar entrar en la política frentista y de bloques propia de la polarización latinoamericana. Eso se puede conseguir, por ejemplo, con agendas y posiciones inclusivas en organismos internacionales en cuya construcción España participe como un país “latinoamericano” más.
– Evitar la excesiva atención a un solo país o a un grupo reducido de países por al menos dos razones: primera, se desatienden las relaciones con otros países; y segunda, para no incurrir en obsesiones que tienen consecuencias negativas. Por ejemplo, Venezuela viene siendo una prioridad desde el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero sin que haya reportado los beneficios esperados, por el contrario, el saldo es más bien negativo. Partiendo de que no se puede prescindir de actuar en países con situaciones críticas, hay que redefinir estrategias cuando se pierde eficiencia en la atención a las personas que se pretende atender y en la gestión de los intereses del país.
– Es imperativo que España y la UE tengan un rol más activo en el debate internacional sobre la “industria” de las drogas y sus consecuencias. España es uno de los países europeos con más consumo y, por ser un mercado con alta demanda, debería intervenir por pura consecuencia ética planteando soluciones alternativas a las hasta ahora ensayadas y que han mostrado su fracaso. El narcotráfico y el holding delictivo en su entorno es, sin duda, la mayor amenaza política, económica y social que tienen los Estados latinoamericanos por la capacidad de las mafias para debilitar las instituciones y corromper a los agentes públicos y a las sociedades como consecuencia de su alta penetración en todas las esferas. No se puede seguir viendo el consumo de cocaína en España solo como un asunto de salud pública y policial, se trata se trata de un problema político, económico y social y como tal hay que abordarlo.
– Tratar de poner distancias entre la esfera local y la exterior. Uno de los problemas de la acción exterior hacia América Latina es que, actualmente, no se trata de un asunto de Estado, sino más bien de un tema de confrontación de política local. Así, por ejemplo, los debates sobre Venezuela o Argentina acaban siendo un enfrentamiento del Partido Popular y VOX contra Unidas Podemos en los que no se habla de la agenda exterior de los países, sino de las diferencias entre los partidos. Además, esto repercute negativamente en el Parlamento Europeo, donde los diputados españoles tienden a monopolizar el debate sobre América Latina y, muchas veces, acaban derivando en un debate sobre política doméstica española (que aburre a los otros eurodiputados) o amplificador de posiciones neocoloniales y verticales desde el Norte (Europa) hacia el Sur (América Latina).
– Está bien y es recomendable que España se sume de forma proactiva a las iniciativas internacionales, como la Agenda 2030, o que supedite su acción exterior a los problemas globales, como la crisis climática o la desigualdad de género, pero la agenda exterior española no pude consistir solo en sumarse, como uno más, a las iniciativas internacionales. Por el contrario, debe desarrollar una voz y discurso propios para transmitir sus preocupaciones, valores e intereses como país y, en este contexto, mostrar cuál es su contribución a nivel global y con América Latina en particular. No se trata de ir por libre, sino de sumar vías de solución. Un ejemplo de este tipo de posiciones es la denominada “excepción Ibérica” en energía.
– En materia de cooperación y ayuda, España ha perdido protagonismo frente a otros países europeos y China. Debe recuperar su lugar con una posición programática más realista que ponga énfasis en los problemas materiales generados por la pobreza y la desigualdad, en lugar de dar prioridad a debates posmateriales como las identidades, la revolución digital o el medio ambiente. Evidentemente que se trata de asuntos vinculados y que, por ejemplo, la crisis climática generará más pobreza y desigualdad, pero es necesario tener una narrativa que también hable de lo inmediato y de la solución de problemas concretos y urgentes de las sociedades latinoamericanas. Se puede construir una narrativa desde España que equilibre estas dos posiciones. Lo que resulta un poco extraño es que a una persona con problemas de pobreza crónica se le hable de las oportunidades que le ofrecerá la revolución digital como hacen algunos en la UE.
– Hay que ser receptivos con las críticas que desde los países de América Latina sostienen que las soluciones propuestas para los problemas globales están más próximas a los intereses de los países del Norte que a los intereses de los países del Sur, a los que se pide sacrificios sin tomar en cuenta que los costes son mayores para ellos. Así, por ejemplo, los presupuestos estatales de México y de la mayoría de los países de Suramérica son altamente dependientes de las exportaciones de hidrocarburos.
– Buscar formas de potenciar y renovar el tejido institucional iberoamericano formado por organizaciones como la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB), la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), el Organismo Internacional para la Juventud en Iberoamérica (OIJ), la Organización Iberoamericana de la Seguridad Social (OISS) o el Foro Nuclear Iberoamericano. Se trata de un marco que puede ser potenciado si se actualizan y redimensionan sus objetivos y funciones.
En definitiva, el hecho de que España desarrolle un nuevo modelo de relaciones con América Latina puede contribuir a mejorar la posición de una UE reacia a reconocer fracasos, como el del acuerdo UE-Mercosur, y anclada en el discurso de los valores comunes –que casi nunca se dice cuáles son– los acuerdos comerciales o en demandas de que América Latina se integre en bloques, algo que no se pide a los países de otras regiones. En este caso, el solo discurso de las inversiones y la presencia económica no lleva a ningún lado si no tiene un correlato político y social que muestre los beneficios que pueden obtener las dos partes con la mayor igualdad posible.
Director del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca.