Lo que está ocurriendo en Irán es absolutamente histórico. Es una revolución sin precedentes. Tan significativas en la historia como lo fue la caída del Muro de Berlín. Es la caída de un régimen, es una nueva etapa, es la apertura a un nuevo gobierno. Pase lo que pase, es el triunfo de las mujeres contra la dictadura y la opresión política, social y, por supuesto, religiosa.
Hoy Irán vive una revolución, iniciada por mujeres, y secundada por el conjunto mayoritario de la población. Los hombres son el otro pilar esencial para derrocar el régimen del fundamentalismo islámico.
No somos conscientes en el mundo occidental de lo que supone “una policía de la moral” que diga cómo las mujeres hemos de vestir, hablar, comportarnos, trabajar o no, estudiar o no, y, sobre todo, permanecer encerradas de por vida en nuestras propias casas. Las reglas que rigen la vestimenta de las mujeres en Irán desde la revolución islámica de 1979 dicen que las mujeres deben llevar la cara lavada, ropa holgada y larga que disimule sus cuerpos y el cabello perfectamente cubierto.
Las mujeres iraníes sufren más allá de la invisibilidad. Es la completa anulación de las mujeres como seres humanos, como personas, como seres sintientes y vivientes. Las mujeres han sido tratadas peor que tratarían a un animal, puesto que ni siquiera han sido mínimamente consideradas en su valía. Como han manifestado muchas manifestantes, “esta revolución es una lucha contra un apartheid de género”.
Hombres y mujeres, codo a codo, han llenado las calles de protestas, de ansia de libertad. Primero cortaron el cabello, luego quemaron los velos, hoy la revolución es imparable. Hasta las niñas y adolescentes se quitan el velo en las escuelas de Irán. Y se grita una frase que hace un mes sería impensable pronunciarla: “No queremos la república islámica”.
No sabemos cuántos han muerto realmente en las protestas. Nos llegan las noticias de los medios de comunicación y lo que podemos conocer a través de internet. Una joven Hadis Najafi, de 20 años, hizo un video en el que aparecía caminando por la calle y diciendo: “Me uno a las protestas. En el futuro, si veo que Irán ha cambiado, que ha llegado el cambio, entonces me sentiré orgullosa de haber formado parte de esta manifestación”. La mataron.
La familia de Najafi, 23 años, dijo que le dispararon seis veces en una protesta. Nika Shankarami apareció en una mogue después de que su familia la buscara durante 10 días, tras publicar en Instagram cómo quemaba su velo.
Hay numerosas historias de mujeres jóvenes asesinadas. Sin embargo, eso no aplaca los ánimos de la gente, al contrario, el coraje ya está en la calle. Como bien sabe el feminismo, “lo personal es político”. Las revoluciones ganan cuando son sociales y compartidas.
En una entrevista en CNN, leo a Masih Alinejad, una iraní exiliada en Estados Unidos que trabaja como periodista y activista, que dice: “El hiyab obligatorio no es solo un pequeño trozo de tela para los iraníes. Es como el muro de Berlín. Son millones de personas las que creen que el hiyab obligatorio es como el pilar principal de la dictadura religiosa”.
También lo dice Nilufar Saberi, en otro medio de comunicación, “no es casual que esto haya empezado por el hiyab. El pañuelo simboliza el sometimiento que sufrimos las mujeres en mi país y es el sello de identidad de la república islámica. Por eso temen que nos lo quitemos. Saben que si cae el velo, caerá el régimen“.
A las mujeres iraníes no les está permitido cantar. Pero ahora cantan en cada protesta la canción que se ha convertido en el símbolo, Baraye de Shervin Hajipour, quien acabó detenido y le borraron el tema de su Intagram. Baraye significa “para”: “bailando en la calle para ti”, “para mi hermana, tu hermana, nuestra hermana” y, sobre todo, “‘Para las mujeres, la vida, la libertad. Por la libertad, por la libertad, por la libertad…”.
Las mujeres de Occidente tenemos un compromiso y una responsabilidad con las mujeres iraníes, con todas las mujeres que sufren víctimas del fanatismo. Cualquier gesto será importante: cortarse el pelo, cantar la canción, llevar sus fotos, …. Cualquier cosa que dé dimensión mundial al problema para que no las olvidemos, para que no las silencien, para que no las maten.
En muchas ocasiones, he tenido la sensación de haber sido muy permisiva con los símbolos islámicos. Con una sensación de respeto, de no injerencia y de cierto complejo, se ha dejado a la “libertad” el llevar velo. Así, he visto manifestaciones del 8 de marzo pancartas donde se leía, “llevar velo también es feminista”, abogando por la libertad o no de usar esta prenda. El problema es lo que la prenda simboliza: la sumisión y la inferioridad. No se puede escoger ser esclava desde la libertad.
Por eso, hago un llamamiento también a las mujeres musulmanas, sobre todo jóvenes, que viven en sociedades occidentales, y escogen llevar velo para que se replanteen si su identidad se ve realmente más reforzada bajo esa prenda. Si hoy su lucha por los fundamentos de una religión islámica, no pasa también por eliminar los rasgos atávicos y discriminatorios.
Leo siempre con mucha atención todo lo que escribe Najat El Hachmi, a quien le tengo verdadero respeto y admiración. En uno de sus últimos artículos, escribe: “Yo me pregunto por qué, por qué las sociedades musulmanas no se curan de una vez el orgullo herido por el poder perdido hace siglos, por qué no buscan otra forma de deshacerse de sus complejos frente a Occidente que no sea humillando y condenando al ostracismo a sus propias mujeres. Lo que nos hace distintos, me decía mi padre con orgullo cuando era pequeña, es que nosotros, los verdaderos musulmanes, controlamos a “las nuestras” y no dejamos que hagan lo que les dé la gana. En resumidas cuentas: lo que fundamenta su supuesta hombría es tratarnos como eternas menores de edad, no reconocernos como seres humanos iguales”.