Vladimir Putin y Xi Jinping
Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, la ‘amistad sin límites’ entre Moscú y Pekín no se ha materializado en un apoyo inequívoco chino a la aventura militarista de los rusos, a pesar de la retórica. Preguntamos a los expertos por los cimientos de la relación y, sobre todo, hacia dónde se dirige.
En los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín de este año, Vladímir Putin y Xi Jinping se juraron amistad eterna. “La amistad entre los dos Estados no tiene límites, no hay áreas ‘prohibidas’ de cooperación”, afirmaba el comunicado conjunto del 4 de febrero. Desde que Rusia lanzó la invasión de Ucrania, pocas semanas después, la alianza, sin embargo, parece tener algunos cotos vedados. Los reveses sufridos en el campo de batalla han puesto al ejército ruso en una situación delicada, pero, por ahora, Pekín no está dispuesto a enviar ayuda militar a su aliado estratégico. Algo parecido sucede con las sanciones occidentales a Rusia: Pekín las censura, pero las empresas chinas respetan las restricciones impuestas. De momento.
Preguntamos a los expertos hasta dónde puede llegar la alianza entre China y Rusia. ¿Permitirá Pekín que Moscú salga inapelablemente derrotado en Ucrania? ¿Se resignará Rusia al papel de socio subordinado? ¿El pegamento estadounidense seguirá funcionando?
Inés Arco Escriche: Investigadora de Cidob
Más que una alianza, la relación entre Rusia y China es un alineamiento estratégico que prioriza la estabilidad de la frontera común de 4.200 kilómetros y la creciente competición sistémica con EEUU. No existe ningún acuerdo de asistencia mutua en caso de conflicto, ya que ambos resguardan su propia autonomía e independencia.
Si bien coinciden en su interés por erosionar la hegemonía occidental, China y Rusia ambicionan dos órdenes internacionales distintos: mientras Rusia lo confronta de manera violenta y a gran escala, China aspira a transformarlo, consciente de los muchos beneficios que ha obtenido de una mayor integración en el sistema. Sus divergencias se agudizan en regiones como Asia Central o el Sureste Asiático, llegando a contraponerse en casos como la India o Vietnam.
En un entorno de creciente hostilidad por parte de Washington y Bruselas, Pekín tiene pocas alternativas. La respuesta actual –más simbólica que sustancial– muestra que existen límites. El impacto de la guerra de Ucrania en los intereses y las prioridades chinas, en especial en lo tocante a la economía y al principio de integridad territorial, que precisamente Pekín esgrime con relación a Taiwán, alimenta la preocupación que Xi le transmitió a Putin en Samarcanda. Es, por tanto, esperable que la asociación sino-rusa se mantenga a medio plazo; no obstante, la intensidad y la calidad de dicha relación estarán determinadas por el equilibrio de fuerzas entre ambas potencias, y al acomodo de Rusia como socio menor.
Lluís Bassets: Periodista y escritor. @lbassets
Los límites en las relaciones entre Rusia y China son históricamente muy claros. Desde el punto de vista más geopolítico, los intereses de ambas potencias son no solo distintos, sino objetivamente contrapuestos. Parte del actual territorio ruso fronterizo con China perteneció al Imperio chino en el pasado, sustraído por Moscú en el siglo de la humillación. La demografía juega en favor de China, de forma que la naturaleza de las cosas llevará en el futuro a una lenta, pero quizás inexorable, sinización de la Rusia asiática.
China, hostil a las alianzas permanentes, obtiene una doble ventaja de la estrecha amistad actual con Rusia, rubricada de forma enfática en la declaración previa a la guerra de Ucrania: lanza a Moscú a explorar el enfrentamiento extremo con Occidente, en un experimento de gran interés de cara a Taiwán, y a la vez le debilita, obteniendo incluso ventajas inmediatas en energía. China acompaña su ardiente retórica antioccidental y antiamericana en sintonía con Putin de la más discreta prudencia en el comercio y suministro de armas para no incurrir en los efectos de segunda ronda de las sanciones contra Rusia.
El antecedente de la trascendental ruptura chino-soviética de hace 60 años ilustra una posibilidad de futuro, aunque con los papeles invertidos: China como socio mayor y Rusia como el menor. Cabe una repetición de la vieja pelea intracomunista entre Moscú y Pekín, a la vista del interés que tiene China en acordar una globalización de doble circulación con EEUU, en la que quede garantizada la competición entre adversarios y, a la vez, la colaboración como agentes globales asociados en múltiples ámbitos. El rostro de Putin es cada vez más el de un perdedor.
Mario Esteban: Investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor titular del Centro de Estudios de Asia Oriental de la Universidad Autónoma de Madrid. @wizma9
Lo más probable es que China tenga una política continuista con Rusia en el futuro previsible. De esta manera, Pekín puede beneficiarse de su asociación con Moscú sin tener que pagar un coste demasiado alto por ello. Un distanciamiento de Rusia supondría para China la pérdida de su socio más valioso frente a su mayor amenaza exterior, EEUU, y de un importante suministrador de energía, materias primas, alimentos y cooperación militar. Igualmente improbable sería la consolidación de una alianza militar bilateral, por la que China se comprometiera a brindar apoyo militar a Rusia. Los riegos de esta estrategia son tan grandes para Pekín que solo sería plausible si las autoridades chinas vieran como inevitable un enfrentamiento bélico con EEUU y considerasen que están en mejor disposición de afrontarlo junto a Rusia que sin ella.
Alicia García-Herrero: Investigadora senior en Bruegel y economista jefe para Asia-Pacífico en Natixis. @Aligarciaherrer
El pívot de Rusia hacia el Este comenzó hace unos diez años, con un anuncio del entonces primer ministro Dmitri Medvédev. La anexión de Crimea por parte de Rusia y las sanciones impuestas por Occidente no hicieron más que acelerar dicha tendencia. El fuerte crecimiento de China en esos años convertía la estrategia, sin embargo, en vencedera, económicamente hablando, más alla de las consideraciones geopolíticas.
La finalización de la construcción del gaseoducto Poder de Siberia en 2019 fue un punto álgido del pívot, así como la participación de China en el Proyecto liderado por Rusia de abrir una nueva ruta marítima por el Ártico (Artic II). En ese contexto, China y Rusia firmaron en 2019 un acuerdo según el cual sus relaciones diplomáticas alcanzaban el mayor nivel en el escalafón chino, solo por detrás de Pakistán.
En este sentido, la declaración de apoyo mutuo firmada por Xi y Putin el 4 de febrero, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín, no debería habernos cogido desprevenidos. Y de hecho, de alguna manera ha funcionado, aunque Rusia no haya contado con el apoyo directo de China, al menos en el ámbito militar. El apoyo sí ha sido muy fuerte en la narrativa que China ha desplegado en lo que se refiere a la guerra, muy cercana a la de Rusia en su propaganda interna, y de tibia neutralidad (con atisbos de apoyo a Rusia) en el ámbito internacional. Aun así, China se ha cuidado muy mucho de incumplir las sanciones para evitar el daño colateral de un apoyo explícito a Rusia.
A futuro, la llamada alianza entre Rusia y China será más bien una relación entre amo y vasallo. Rusia no podrá vivir sin China. Y China conseguirá más espacio de maniobra en sus relaciones con los países de Asia Central mientras Rusia siga siendo su perro ladrador ante Occidente.
François Godement: Asesor senior para Asia en el Instituto Montaigne. @FGodement
¿Cuáles son los límites de la cooperación estratégica “sin límites” que Xi y Putin acordaron el 4 de febrero, casi en vísperas de la invasión rusa de Ucrania? Algunos de estos límites están ahora claros, al menos a corto plazo. China no está entregando a Rusia armas o municiones que los servicios de inteligencia occidentales habrían señalado. Aunque está aprovechando los evidentes descuentos en petróleo y gas que ofrece Rusia, no está aumentando de forma muy sustancial sus exportaciones a Rusia, mucho menos que Turquía, miembro de la OTAN.
Sin embargo, China apoya plenamente la propaganda rusa sobre los motivos de la invasión, y sus medios de comunicación repiten las mentiras de Moscú (¡incluso sobre los laboratorios de guerra biológica estadounidenses en Ucrania!). Esto se equilibra con la mención ocasional del respeto a la soberanía y la integridad territorial. La abstención de China en la ONU la sitúa ahora en un grupo atípico, dado que 143 países han condenado ya las acciones de Rusia. La conclusión de China puede ser la siguiente: la distracción estratégica de Asia-Pacífico que proporciona Rusia es una buena noticia, pero China no se enfrentará a Occidente, ni a Europa, en apoyo de Rusia.
Algunas dificultades para Putin harían en realidad que Rusia dependiera aún más de China en la asociación “sin límites”. Una derrota rusa, y más aún un levantamiento contra el régimen en Moscú, sería una catástrofe estratégica para China, dejándola estratégicamente aislada o con un socio sumido en el caos. Una victoria definitiva de Putin –ya sea sobre el terreno o en la mesa de negociaciones con unos europeos cansados– indicaría a Pekín que puede arriesgarse a utilizar la fuerza para lograr sus objetivos de incorporar Taiwán a la República Popular.
Águeda Parra Pérez: Editora de #ChinaGeoTech. Analista del entorno geopolítico y tecnológico de China, es autora del libro China, las rutas de poder. @agueda_parra
La invasión rusa de Ucrania se ha convertido en un game changer de primer orden en las dinámicas geopolíticas actuales, pero con efectos inesperados que podrían consolidarse en la próxima década. Entre ellos, una lenta y progresiva desdolarización de la economía rusa que conllevaría un período de mayor alineamiento entre China y Rusia.
A principios de octubre, el yuan se convertía, por primera vez, en la moneda extranjera más negociada en la bolsa de valores de Moscú, un efecto colateral de las sanciones financieras impuestas por la invasión de Ucrania. Rusia pasa así a ocupar el tercer mercado con mayor volumen de transacciones en yuanes fuera de China, tras Hong Kong y Reino Unido.
Esta mayor conexión financiera entre Pekín y Moscú acerca más a Rusia a la esfera china en el Indo-Pacífico, una región que va a liderar el crecimiento económico en la próxima década, mientras los movimientos de seguridad y defensa entre las grandes potencias mundiales elevan la tensión geopolítica en la zona.
La desdolarización de la economía rusa conllevará una mayor dependencia económica de China, impulsando la internacionalización del yuan y el fortalecimiento de las relaciones comerciales bilaterales. Un cambio en el tablero financiero y comercial de la geopolítica que se suma al actual alineamiento entre Pekín y Moscú respecto a los desafíos de seguridad que plantea el actual orden global para sus intereses particulares.
Xulio Ríos: Asesor emérito del Observatorio de la Política China. Su último libro es La metamorfosis del comunismo en China (Kalandra, 2021). @XulioRios
El límite son los intereses nacionales de China, obviamente. No hay una alianza ideológica “eterna” como en el pasado y la insistencia en la preservación de la soberanía como eje de la restauración del poder nacional chino, su negativa a avalar alianzas o bloques a la vieja usanza, obliga a Pekín a ser muy cuidadoso, sobre todo en la actual etapa, a la hora de implicarse en estrategias de terceros cuya conveniencia nacional es harto discutible. Por tanto, cabe esperar que hile muy fino en esta delicada relación teniendo muy en cuenta su propio interés, en cuya definición también incide el impacto en actores terceros (como la Unión Europea, especialmente) que son claves para resolver el dilema actual entre el resurgir de una nueva guerra fría o el avance hacia la multipolaridad.
Yuen Yuen Ang: Profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Michigan. Su último libro es China’s Gilded Age (Cambridge University Press, 2020). @yuenyuenang
“China es una de las potencias emergentes más solitarias de la historia del mundo”, escribió John Lee, senior fellow del Instituto Hudson, en 2012. Desde 2020, China se ha vuelto aún más solitaria, ya que a la administración presidida por Joe Biden se han unido los aliados democráticos para contrarrestar el ascenso de Pekín. Xi Jinping había esperado que las generosas dádivas proporcionadas a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta le ganaran amigos en el Sur Global; en cambio, hoy China está metida en una “trampa de la deuda”, obligada a perdonar miles de millones de dólares en préstamos, mientras obtiene poca gratitud por parte de los deudores.
En este contexto de soledad, parece que a China no le queda más remedio que apoyarse en Rusia. Al hacerlo, sin embargo, China ha cavado bajo sus pies un agujero aún más profundo. Como comenté en Noema, cuando estalló la guerra en Ucrania, el bando dominante, el nacionalista, argumentó que China debía, por supuesto, apoyarse en Rusia porque “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Sin embargo, Hu Wei, vicepresidente del Centro de Investigación de Políticas Públicas del Consejo de Estado, no estaba de acuerdo. En su opinión, la invasión no provocada de Ucrania por parte de Putin uniría a la OTAN y restablecería el liderazgo de EEUU, desencadenando el peligro de que caiga un nuevo telón de acero no solo a lo largo de las fronteras de Rusia, sino entre las democracias occidentales, por un lado, y Rusia y China, por el otro. Si China se pone del lado de Rusia, “China quedará más aislada” y “se encontrará con una mayor contención”, advirtió.
En retrospectiva, las palabras de Hu han demostrado ser premonitorias. A medida que la invasión de Ucrania por parte de Putin se tambalea, Xi ha intentado dar marcha atrás en su “amistad sin límites” y ha declinado cortésmente proporcionar ayuda militar a Rusia. Como también predijo Hu, estas medias tintas solo provocarían a Occidente y decepcionarían a Putin, sin que China saliera ganando.
Los pragmáticos valoran la paz y la prosperidad como el fin último, y buscan siempre hacer lo que sea necesario para conseguirlas, aunque suponga romper lazos con amigos y trabajar con rivales: este es el principio que subyacía a la política exterior de Deng Xiaoping. La renuncia de Xi al pragmatismo, sustituyéndolo por la ideología nacionalista, ha traído de vuelta lo que más teme el líder chino: la contención por parte de Occidente.
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