Se llamaban hermanos, les gustaba aparecer abrazados y durante los años que estuvieron, uno en la presidencia de Brasil y el otro en la de Venezuela, puede decirse que forjaron una amistad de hierro que ni la desgracia política, ni la muerte física lograron alterar.
Una suerte de atracción fatal o fusión reloaded que, después reveló, fue la ocasión de una inauditable corrupción generalizada que los involucró a ellos, sus países y las élites que los rodeaban.
Sin embargo, eran algo disímiles en lo ideológico, pues mientras Lula practicaba una versión de socialismo light cercana a la que Felipe González ensayó en España, Chávez fue derivando hacía un marxismo ortodoxo de signo estalinista y castrista, intolerante y estatocrático, más afín a su naturaleza caudillista, militarista y dictatorial que aspiraba, incluso, a fundar una dinastía.
Lula fue obrero metalúrgico, pero de los de verdad, de los que hacían horarios y huelgas en su Sao Paulo natal en tiempos de los generales dictadores de los 70 y 80, en cambio que Chávez, viniendo de una pareja de maestros rurales, nunca llegó a ser realmente nada, pues ni el campesinado, ni la milicia, dejaron huellas perdurables en su vida.
Otra diferencia venía por los estilos, pues mientras Lula podía lucir discreto, afásico y disfuncional, Chávez era el propio atorrante, inflado, echón, ampuloso, de una oralidad rayana en la paranoia, mentiroso y fabulador y decidido a trucar verdades y mentiras con tal de procurarse unos aplausos, algunos “vivas”. “Delirio” es una palabra que podría develar muy bien la misteriosa relación entre estos dos hombres y la atracción que, quizá sin quererla, proponérsela, ni concientizarla, fue arrastrándolos de conjunto a uno de los fracasos históricos más colosales de todos los tiempos y que, si bien a uno le significó la muerte física y al otro la política, no hay dudas que los dejó en el mismo basurero.
Chávez soñaba con convertir a Venezuela en el nuevo centro restaurador de la revolución y del socialismo mundial, con Caracas pasando a ser la nueva Habana, Moscú o Pekín, y él, el también llamado “Centauro de Sabaneta”, devenido en una suerte de Lenin. Stalin, Mao o Fidel redivivos ante el cual tendrían que rendirse los pueblos, las naciones y los imperios.
En cuanto a Lula, sus aspiraciones eran más modestas (obrero él) y jamás habría pensado realizarlas por el lado de la revolución y el socialismo que consideraba utópicos, inviables, y definitivamente anacrónicos, pero si, como buen brasileño y del Corinthians, una vez en el poder, lo acometió la insania de despertar al gigante dormido y ponerse al frente de la cruzada que, al fin, lograra que el imperialismo de la samba y el fútbol dejara de ser una promesa.
Chávez andaba buscando un imperio, una supra organización política, económica y militar que se prestara a enfrentar y sustituir en la región a los odiados, democráticos y capitalistas Estados Unidos de Norteamérica, de modo que, cuando el primero de enero del 2003, Lula fue electo presidente de Brasil, el militar retirado establece que, no solo se ha encontrado con un imperio sino con “un imperio socialista”.
Puede entonces decirle a sus huestes de dentro y fuera de Venezuela, que no solo ha sonado la hora de la revolución y el socialismo, sino de la emergencia de su gigante político, económico y militar que llevaría a Suramérica a la tierra prometida y estaba presto a encabezar el Armagedón que desaparecería a los yanquis de la faz de América y de la tierra.
Ahora bien, un imperio, subimperio, o transimperio para ser tomado en serio debe contar con expansión territorial, comercial, económica, financiera y tecnológica y a suplir todas estos déficits o carencias llegó el ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008) que , en Venezuela, en su momento de mayor auge, alcanzó los 128 dólares el barril y aportó los recursos necesarios para que Chávez cumpliera la aberración que lo persiguió toda la vida: ser un colonizado incurable.
Es imposible describir en unas pocas líneas el vértigo que se apoderó de socialistas venezolanos y brasileños, de Chávez y de Lula, para que Venezuela despachara las relaciones económicas y comerciales que por décadas –y casi siglos- había sostenido con otros países extranjeros, y en particular con los Estados Unidos, y pasara a sustituirlas por un nuevo empresariado y sus empresas, de los cuales, hasta hacía unos años, no se tenían noticias.
Pero gigantes de la industria de la construcción como Odebrecht, Camargo Correia, Andrade Gutiérrez y Queiroz Galvao asentaron reales en Venezuela y puede asegurarse que ya para el 2007 dominaban el 70 por ciento de las contrataciones que se realizaban en el país para acometer el emplazamiento o reemplazamiento de las obras de infraestructura que el país pedía a gritos.
En general, fueron acuerdos logrados en el marco de la opacidad que puede caracterizar las relaciones económicas y comerciales entre dos países “socialistas”, pero informaciones surgidas de las pesquisas de la “Operación Lava Jato” -la misma que se implementó para llegar al fondo del involucramiento de Lula y Dilma Rousseff en la corrupción de Petrobras-, tanto como 20.000 dólares habían sido lanzados en las fauces de las llamados “cuatro joyas” del capitalismo carioca por Chávez y Lula hasta el 2014.
Una minucia si nos dirigimos a los negociados por importaciones de carne de Brasil a Venezuela, comestibles de todo tipo, electrodomésticos, manufacturas, máquinas herramientas y materias primas semi elaboradas de la metalmecánica que es, o era, otro de los fuertes de la diversificada industria brasileña.
Pero fue en las transacciones petroleras, y en el esquema de las relaciones de Petrobras-Pdvsa, de las dos estatales de los hidrocarburos, donde se gestaron los mayores escándalos de la dilapidación de los recursos que ingresaron al país como producto del ciclo alcista de los precios del crudo y, en el cual, oleoductos, gasoductos y refinerías que siempre empezaban finándose y jamás construyéndose, creemos que se operó el esguace mayor de las riquezas venezolanas.
En definitiva que, calculamos que no menos de 200.000 millones de dólares fueron transferidos del tesoro venezolano a los buitres brasileños que, extrañamente, no estaban constituidos en su mayoría por burócratas del tipo Marco Aurelio García y José Dirceo, sino por magnates del capitalismo más agresivo como Marcelo Odebrecht y Otavio Marques de Acevedo.
Lo cierto es que, en la historia de la relaciones internacionales, jamás se había visto a un gigante haciendo de comparsa a un enano y eso fue exactamente lo que ocurrió con el Brasil de Lula da Silva plegado sumisamente a todas las aventuras y delirios que podían estallar en la cabeza alocada de Chávez, que se extendían por la región y el mundo y causaban no poco asombro por lo que era un maridaje contra toda lógica y natura.
Pero los negocios eran muchos, demasiados, como puede establecerse de que solo en el 2007, Odebrecht, le puso el guante a cinco grandes obras de infraestructura, como fueron “las líneas 2 y 3 del Metro de Caracas, el Metro de Los Teques, el Metro de Guarenas-Guatire, la hidroeléctrica Tocoma y las obras civiles para implementar el Metro Cables de San Agustín del Sur”.
En total, dicen los papeles de la “Operación Lava Jato”, Odebrecht podía estar ejecutando, para el 2014, 32 proyectos, que en su mayoría se caracterizaban por la “imprecisión de los costos, y calendarios de ejecución y entrega abiertos, sin fecha fija”.
La línea 2 del Metro de Los Teques, por ejemplo, se inició en el 2007 y debía entregarse en octubre del 2012, pero todavía en febrero del 2015, la Comisión de Finanzas de la AN, tenía que aprobar un crédito adicional para el Ministerio de Transporte y Obras Públicas por 2500 millones de bolívares para completar la estación “Independencia” de la Línea 2, y quedan otras cinco por terminar.
Pero Odebrecht, es una de las “cuatro joyas”, ya que si nos detenemos en las andanzas de Andrade Gutiérrez, Camargo Correía y Queiros Galvao por el saqueo de las riquezas venezolanas, no hacemos sino cortar la respiración por la voracidad, rapacidad y cinismo con que el capitalismo brasileño entra en el despojo de un país con enormes carencias y que, simplemente, transfiere los recursos para su desarrollo a unos pillos.
Y aquí volvemos a los “hermanos”, “socios” y “compinches” Lula da Silva y Hugo Chávez, socialistas y revolucionarios, a las puertas de una prisión que pagó por cuatro años el primero y en el otro mundo el segundo, y la gran pregunta es: ¿qué los llevó a ejecutar la ruina de Venezuela, el hundimiento de Brasil en la peor crisis moral de su historia y a aplicarle la que sin duda es la estocada final para la utopía que se llamó o llama “socialismo?
Sin duda que la palabra clave vuelve a ser “los delirios”, y la otra, “la corrupción” con que se lucraron personalmente, a sus familiares y relacionados y a las maquinarias políticas de las cuales pensaron eran las vanguardias para la resurrección del socialismo y de todas las distorsiones y desequilibrios humanos que le son inseparables, inevitables y consustanciales.
Para demostrarlo las “burguesías rojas” que deja el lulismo y el chavismo en Brasil y Venezuela, y que difícilmente serán objeto de las razias judiciales que se les vienen encima, porque nada complace más a un empresario latinoamericano populista que ser mantenido por estos revolucionarios tontos, fatuos y carne de prisión.