A los cien años del nacimiento de Carlos Andrés Pérez mucho se ha divulgado sobre este distinguido y controversial compatriota. Algunos consideran que en su primera presidencia llevó a Venezuela a su mejor momento, a la cima. Otros, que ese período ocasionó las distorsiones que posteriormente nos condujeron al punto más bajo, a la sima. Su segundo período se inició con un gran apoyo y en la cima del reconocimiento como líder latinoamericano. Al ser depuesto descendió a la sima, pero terminó en la cima. ¿Fue injusta esa defenestración? ¿Quiénes la propiciaron? ¿Se perdió la democracia por esa destitución?
Sobre su primer gobierno, en general se considera que se intoxicó con los elevados ingresos por el aumento de los precios del petróleo. Planes ambiciosos, sin contar con recursos humanos para ejecutarlos y para controlar los desembolsos; créditos y subsidios no justificados, condonación de deudas, inflación, aumento de la deuda externa. No previó que los precios del petróleo podían bajar y, cuando llegaron, persistía la pobreza, el país estaba endeudado y las reservas en dólares estaban extremadamente bajas.
No todo fue negativo. Iniciativas importantes, cuyos resultados se vieron a mediano y largo plazo, fueron la creación de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, que permitió que miles de estudiantes fuesen becados en universidades en el exterior y en Venezuela. A ninguno le pidieron recomendación. El otro logro fue la creación del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles. Lamentablemente, gran parte de ese capital humano se tuvo que ir, posteriormente, al exterior. Evidentemente, hubo obras materiales, como construcción de escuelas, hospitales y acueductos, pero eso es lo mínimo que debe hacer cualquier gobierno. Estatización del hierro y de la industria petrolera pero que, a la larga, se politizaron y vinieron a menos.
El balance no fue positivo. Había anunciado que administraría la abundancia con criterio de escasez, pero fue lo contrario. Hubo un crecimiento artificial que no era sustentable. Su partido perdió las elecciones y su sucesor declaró que recibía un país hipotecado.
Una de nuestras características, para bien o para mal, es que olvidamos con rapidez. Por ello, Carlos Andrés regresó a la presidencia después de los desastrosos gobiernos de Luis Herrera y de Lusinchi. Esta vez con una visión diametralmente opuesta a su populismo anterior. Creyó que podía cambiar nuestra mentalidad consumista y tendencia a recostarnos del Estado. También que podía tomar medidas sin apoyo político, popular o militar. Su gran ego lo perdió
Sobre su defenestración y consecuencias se han creado mitos. El ambiente que se respiraba en el país era de insatisfacción, por decir lo menos. Los saqueos durante el llamado Caracazo ameritan un estudio profundo. Las severas medidas económicas que anunció todavía no se estaban aplicando. Un adelanto precipitado del pasaje de autobús en Guarenas, ante el aumento de la gasolina, desencadenó saqueos nunca vistos ante la pasividad de un gobierno cuyo presidente estaba en el exterior. También había molestia por la fastuosa ceremonia de la toma de posesión y que la población se sentía engañada, ya que en la campaña electoral nunca mencionó que tomaría medidas de austeridad.
Uno de los mitos es que su enjuiciamiento y posterior destitución fue producto de una conspiración de un grupo encabezado por Arturo Uslar Pietri y otros notables. Realmente, estos lo que hicieron fue advertir que el país iba por mal camino y que había que enderezar el rumbo. Los dos intentos de un grupo de militares de dar un golpe de Estado no tienen justificación y afectaron negativamente la economía. El primero probablemente se pudo evitado sí CAP hubiese escuchado las recomendaciones de sus organismos de investigación. Había temor de que podía haber otro intento que pudiese tener éxito. Es decir, estaba presente una profunda crisis social, política y militar. Cierto que habían mejorado los índices macroeconómicos, pero eso no le llegaba al estómago del pueblo.
Esa crisis, que hoy muchos olvidan, determinó que su propio partido decidiera quitarle el apoyo y permitir que el Congreso allanara su inmunidad para que la Corte decidiera su destitución. El juicio fue por un manejo inadecuado de parte de 250 millones de dólares de la partida secreta, con el objeto de apoyar la seguridad de Violeta Chamorro en Nicaragua ¿Fue un juicio injusto? Claro que sí. Fue un juicio y una destitución por motivos políticos para intentar superar una crisis. No compartimos las afirmaciones de que fue una retaliación de los Notables, del Fiscal Escobar Salom y de su propio partido. Desde luego que su partido estaba molesto porque le había quitado poder y los citados no simpatizaban con CAP, lo cual tuvo su cuota de influencia.
Así mismo, algunos sostienen que esa defenestración fue el inicio del fin de la democracia. Pensamos que nada hubiese cambiado. A Carlos Andrés la faltaban solo ocho meses para terminar su período. Siguió una transición, con Ramón J. Velásquez, que apaciguó los ánimos. Era inevitable que en la siguiente elección ganara un candidato crítico del clientelismo de los partidos tradicionales. Caldera, en su discurso en el Congreso, no apoyó la insurrección de Chávez, sino que alegó que no hubo reacción popular en contra de la misma por el descontento reinante. La mesa estaba servida para que después viniera Chávez o alguien parecido, con su oferta totalitaria de acabar con los partidos y la corrupción.
Es obvio reconocer que Carlos Andrés fue un defensor de la democracia, tanto cuando fue ministro del Interior, como durante sus presidencias. También de un gran valor personal en tiempos de peligro. Se comportó como un gran demócrata al acatar su destitución. Incluso, fuentes serias aseguran que algunos grupos, inclusive militares, le ofrecieron apoyo para que se mantuviese en el poder. Empezó en la cima, cayó en la sima pero, cuando respetó las reglas de la democracia, volvió a la cima. Su actitud lo enaltece. Fue un venezolano que amó a su país.
Como (había) en botica: Lamentamos el fallecimiento del padre Francisco Virtuoso. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
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