Eligio Damas: Escuche o lea a quien sea necesario, pero sepa cuándo hacerlo al revés

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Recordando a Andrés Eloy

La conducta sugerida en este título la comenzamos a desarrollar cuando en nuestra bucólica Cumaná, asistíamos a tardes domingueras de cine, eso que llamábamos matiné.

Entonces el cine gringo era abundante y hasta persistente, como quien tortura a alguien para sacarle un secreto que le sirva para torturar a otros, en la filmación de películas acerca de la conquista de los territorios indígenas, que según Jerónimo, de quien acabo de leer un interesante relato, estaban  poblados por distintos pueblos, tanto que generalmente se habla de Cheroques y Apaches, pero entre estos mismos, habían pueblos, culturas, bajo esa denominación general, pero eran otros y otras,

Aparte del negocio que significaba el cine y el atractivo que esa masacre, contada por ellos al revés, pudiera tener para el común de la gente, había el interés de vender aquello de la misma manera que los europeos vendieron “las Cruzadas”; una bella gesta por la civilización y el progreso, sólo que estaba sustentada en la idea que había que exterminar a los indios para apoderarse de lo de ellos y que el mundo viese aquello como un bello gesto y hasta gesta, algo digno no sólo de aceptar sino aplaudir. Era la forma de “instalar el progreso y  humanismo”. Claro, eso no ha cambiado para nada, de muestra basta un botón; lo que, le hicieron a Libia y a Gadafi,  que nos contaron  cuentan al revés, tal como una historia de guerra entre blancos contra Apaches y Cherokees.

Dejar de ver aquellas películas de “indios y vaqueros”, como solíamos llamarles, referidas a la cruel conquista del oeste norteamericano, era renunciar a muchas cosas. No estar entre los amigos, chicas y chicos, donde estarían todos, perder la oportunidad de abrir un debate posterior en grupo para clarificar a los nuestros que de allí saliesen “envenados”, a un momento más de diversión y socialización y pasar un rato más juntos.

Claro está, la cultura dominante y las películas mismas, presentaban aquel genocidio para expropiar a los primigenios habitantes, peor que el español en la conquista de nuestros territorios, como “acción necesaria para el progreso”. Nada distinto a lo que ahora dice la diplomacia gringa de sus tropelías habituales en el mundo o el Estado de Israel que sacia su sadismo hasta atropellando niños palestinos. Ayer, un video muestra, como un soldado “heroico” del gobierno de Israel, da muestras de su heroísmo, interceptando en una calle a un niño palestino, de unos 8 años, que transitaba por una calle montado sobre una bicicleta, lo baja de ella con violencia, se la quita, echa al hombro, va y la tira en un alto recipiente de basura. El niño solo observa aquello y llora, mientras el soldado levanta el pecho como quien se exhibe por haber hecho algo digno para sentirse orgulloso. Allí hay que leer su gesto, no sólo al revés sino al contrario. Provoca pegarle a él la bicicleta contra la cabeza, pero eso sería destruir el juguete y medio de transporte del niño.

Justamente, por esas inevitables e irrenunciables circunstancias, aprendimos a leer al revés diarios, mensajes radiales, de la escuela, cine y hasta propaganda del gobierno. Por supuesto, debo reconocer que tuvimos maestros y profesores quienes, pese la rígida vigilancia oficial del pèrezjimenismo, encontraban formas inteligentes de hacer que interpretásemos sus señales de humo.  En los textos oficiales o permitidos, siempre encontraban espacios para que llegásemos a conclusiones que el gobierno negaba con su práctica y discurso. A Aquella X Conferencia de la OEA, realizada en Caracas a toda pompa, John Foster Dulles, entonces Jefe de la Diplomacia gringa, vino a preparar el derrocamiento del  gobierno progresista  de Jacobo Arbenz, de Guatemala; leyendo las noticias al revés supimos de las malas intenciones gringas y alcahuetería predominante entre integrantes de la OEA, empezando por el anfitrión Marcos Pérez Jiménez.

En las películas de indios y “vaqueros”, estos eran siempre supuestos hombres afiliados a la idea del progreso y bienestar, nunca invasores; aquellos eran ladrones, matones y empeñados en poblar un espacio que no les pertenecía; es decir nos echaban el cuento al revés; nosotros, sin ponernos previamente de acuerdo y menos en los detalles, volteábamos la narrativa. Es decir, veíamos lo que transcurría en la pantalla al revés. Por eso aplaudíamos hasta rabiar cuando el autor o autores de la cinta cinematográfica, esperaban que nosotros estuviésemos tristes y acongojados y al contrario, nos mostrábamos no tristes, más bien disgustados, dicho así por suavizar las cosas, pues la palabra es otra, hasta rabiar, cuando aquellos nos esperaban alegres,  hasta bulliciosos y cansados de tanto aplaudir.

Y salíamos de allí, al terminar la película, contentos porque el final, aquel tradicional donde los vaqueros blancos llegaban a sus tabernas a celebrar sus triunfos y exhibir las largas cabelleras arrancadas a los indios, nosotros habíamos elaborado otra historia e imagen.

Aquella mañana, cuando todos sabíamos que, según una narrativa, un automóvil había dado muerte en un arrollamiento accidental a Andrés Eloy Blanco, allá en México, sabíamos sin haberlo hablado de tú a tú y menos públicamente, porque era muy peligroso y ya, desde antes que nosotros llegásemos, una cierta cantidad de miembros de la Seguridad Nacional rodeaba el liceo. Y en la medida que fuimos llegando antes que tocasen el timbre de llamado a clases, nos fuimos, como siempre y más en ese momento, reuniendo en grupos sin que nadie dijese nada. Sólo nos limitábamos a mirarnos unos a otros y demostrar nuestra dolor, con nuestros ojos por demás humedecidos y el semblante de tristeza y era que, ya habíamos leído las noticias al revés. A nuestro Andrés Eloy, el gran poeta venezolano, pero particularmente hijo de nuestra Cumaná, lo habían asesinado por todo lo que el significaba, como antes asesinaron a “Toñito”. Y los policías de la Seguridad Nacional se mezclaban entre nosotros y nunca escucharon nada, salvo lamentos y lloriqueos. Y sonó el timbre de entrada y lo leímos al revés. Volvió a sonar tres veces insistentemente y tres veces leímos al revés. Nadie dio muestras de querer entrar aquel día a clases y nos quedamos en los alrededores del liceo y los policías mezclados entre nosotros. Nunca nadie dijo por qué no entrábamos, la policía no halló razones para poner en práctica su usual razonamiento. Nadie lideró, la policía no supo a quién culpar, no hubo voz alguna que se alzase, pero fue en verdad un grito tan profundo que llegó lejos y hondo, que parte de los habitantes de la ciudad nos rodeó también y rodeó a los policías, o nosotros en silencio, aunque de vez en cuando alguien lloró de manera muy queda, protestamos de manera contundente.

Llegó el director, Profesor Tirso Boada, así se llamaba, nunca lo he olvidado, hasta recuerdo exactamente como estaba vestido, flux crema, camisa blanca, zapatos marrones y corbata marón claro. Caminaba entre nosotros y no pronunciaba palabra alguna. Sabía por qué estábamos en aquella actitud, pero no se atrevía a decir nada porque, él mismo, se sentía dolido y temía nuestro rechazo o volcar su dolor estando allí la policía política. Dio vueltas y vueltas, mirando de grupo en grupo y al final se retiró callado. Supo que estábamos dolidos, heridos profundamente, pero también rabiosos, porque no sólo había muerto el poeta, nuestro poeta, sino que habíamos leído las noticias al revés. Estábamos conscientes que habíamos aprendido a desarrollar hasta finamente aquella habilidad. Nos parecía demasiado pedestre que a un hombre como aquel cumanés inmenso, grande, por un simple accidente, descuido de un chofer, hubiese perdido la vida. Para nosotros, acostumbrados a leer al revés, le aplicamos la técnica a aquella noticia llegada desde México.

Por estas cosas, recomiendo leer al revés todo lo que la gran prensa diga todos los días. Pues ella cuenta el transcurrir de la vida, de la misma manera que el cine gringo nos contaba “la conquista del oeste”. Los malos eran aquellos invadidos por una gente y cultura extraña, los ladrones eran los robados. Los malos eran en verdad las víctimas y los victimarios los buenos. A bandidos e inocentes nos cambiaban de rol, y nosotros les devolvíamos la pelota. A la Metro Goldwing Mayer, en aquel asunto y otros tantos, nunca le creímos nada. Veíamos sus películas, escenas, pero con nuestra propia narrativa.

Solo que una grande “pandilla” de muchachos del Liceo Antonio José de Sucre, al cine gringo, le “cogimos la caída”.

 

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