Es el ingrediente clave para garantizar el éxito de la Comunidad Política Europea
La Comunidad Política Europea (CPE) –la nueva plataforma que congrega a los 27 Estados miembros de la Unión Europea y a 17 países europeos no comunitarios– se reunió por primera vez el pasado 6 de octubre en Praga. La iniciativa responde al deseo de crear un frente unido contra la agresión rusa. Pero la invasión no ha sido la única razón para crear la CPE. El pensamiento estratégico de la UE sobre su vecindad y el continente ha cambiado: para asegurar el suministro de energía, luchar contra el cambio climático y repeler los ciberataques, la UE no tiene más remedio que mirar más allá de sus fronteras.
Después de años de estancamiento en materia de ampliación, del Brexit y de varios fracasos en la política de vecindad, había llegado la hora de que la UE diera un paso más para mejorar la coordinación entre la Unión y los países europeos no comunitarios, trabajando para crear un verdadero espacio continental.
En esencia, la propuesta de CPE del presidente francés, Emmanuel Macron, y de una Comunidad Geopolítica Europea del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, desean lo mismo: mejorar la cooperación en materia de política exterior y de seguridad en el continente.
Una primera reunión sorprendentemente exitosa
En Praga se ha dado un primer paso concreto en esa dirección. La reunión inaugural de la CPE sirvió de punto de partida para un reacercamiento entre Francia y Reino Unido, lo que ya es un logro en sí mismo. También se consiguió la promesa de una reunión trilateral entre España, Portugal y Francia sobre la conexión energética entre la península Ibérica y el país galo, así como un acuerdo para enviar una misión civil de la UE a Armenia y Azerbaiyán.
Hubo horas de reuniones bilaterales y minilaterales que contribuyeron a una mejor comprensión de las prioridades y que llevaron a varios líderes que no suelen estar en la misma mesa a socializar entre sí. De hecho, se trata de una foto de familia que merece la pena celebrar, ya que ofrece la posibilidad –a largo plazo– de un verdadero sentimiento de pertenencia y unidad a todos los europeos, no solo a los que poseen un pasaporte comunitario color burdeos.
Sin embargo, en los próximos meses habrá que centrarse en tres aspectos: si la CPE puede mejorar las relaciones entre la UE y los países no comunitarios con vistas a una futura convergencia política; si la iniciativa puede contribuir al multilateralismo del siglo XXI, y si la CPE puede ayudar a facilitar la integración de los países candidatos en la UE. En este sentido, un “uecentrismo” flexible, esto es, disponer de los recursos de la UE cuando haga falta, sería un buen camino a seguir, pero para que funcione, la Unión también debe demostrar un deseo genuino de comprender las preocupaciones de los países no comunitarios del continente.
No es un nuevo Consejo de Europa
La UE decidió invitar a Praga a los países candidatos (y a los potenciales candidatos), a los países de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), a Reino Unido y a Azerbaiyán y Armenia. Estos dos últimos sorprendieron a muchos, pero eran los únicos que quedaban de la Asociación Oriental que no habían solicitado formalmente su adhesión a la UE (a diferencia de Georgia, Moldavia y Ucrania) o no habían sido excluidos de manera explícita (como Bielorrusia).
La lista de invitados se ajusta en gran medida a la lógica de funcionamiento y la estructura de programas de la UE. También se ajusta en líneas generales a la lista actual de miembros del Consejo de Europa, pero sin Andorra, Mónaco y San Marino, y añadiendo Kosovo con un asterisco. La lista de invitados ha llevado a muchos a preguntarse por qué es necesaria una institución completamente nueva. En resumen, la razón principal es el lujo de poder contar con los vastos recursos de la UE cuando haga falta.
Los países invitados que no pertenecen a la UE ya están profundamente integrados en ella: tienen acuerdos de asociación o acuerdos de libre comercio de alcance amplio y profundo (ZLCAP), algunos están en el Espacio Económico Europeo (EEE) y uno incluso en la Unión Aduanera. Por tanto, poner en marcha una plataforma con cierto grado de “uecentrismo” no es necesariamente una mala idea si se piensa en la operatividad, los recursos y la capacidad a largo plazo.
Por ahora, la CPE es intergubernamental, como deseaban los británicos. Pero también está a un paso de poder aprovechar los recursos de la UE en un intento de resolver algunos de los muchos problemas del continente. Por ejemplo, cuando se decidió enviar una misión a Armenia y Azerbaiyán, también se decidió que las instituciones de la UE la organizaran. Este es seguramente el principal valor añadido de la invención de una nueva organización con estrechos vínculos con la UE.
De qué depende el éxito futuro
Ahora mismo, la CPE es como un lienzo en blanco sobre el que hay que pintar. Podría convertirse en una plataforma de coordinación más bien débil –o en una tertulia, como muchos sospechan– en la que los líderes simplemente se reúnen para intercambiar puntos de vista –lo que no es necesariamente malo en sí mismo–, o podría convertirse en una estructura totalmente nueva que podría conducir a un cierto grado de armonización política en ámbitos específicos.
El hecho de que la iniciativa tenga un grado de “uecentrismo” –los vínculos con las presidencias del Consejo, pero también con la Comisión Europea y el SEAE cuando se trata de implementar– garantizará que la armonización se ajuste a las prioridades de la UE. La flexibilidad para participar en futuras iniciativas será clave, tanto para abrir el camino a las “coaliciones de voluntarios” que impulsen las agendas comunes como para evitar la frustración de aquellos países que prefieran no participar en una misión o acción concreta.
Los cálculos futuros de la UE sobre la política de ampliación, la política de vecindad y sus iniciativas regionales, como la Asociación Oriental, también influirán a la hora de definir el capital político y los recursos que se invertirán en la CPE.
Por otro lado, la voluntad de colaboración de los países no pertenecientes a la UE también será crucial. Las credenciales democráticas, hasta ahora, no han sido una consideración clave. Dicho esto, la CPE no debe socavar los propios objetivos y políticas de la UE.
La CPE se basa actualmente en dos pilares: ser una plataforma flexible para el diálogo con los países europeos no pertenecientes a la UE y, al mismo tiempo, tener el lujo de utilizar los considerables recursos de la UE cuando sea necesario.
Esto hará que la CPE sea más eficaz que el Consejo de Europa y la OSCE a largo plazo. Durante mucho tiempo, los acontecimientos mundiales y europeos han reclamado que la UE se convierta en un actor geopolítico más activo. Tras los éxitos iniciales de la reunión de Praga, la CPE puede ser un paso positivo hacia ese objetivo y convertirse en una pieza clave para el multilaterismo del siglo XXI.