El autor estadounidense Philip K. Dick en mayo de 1977. Cuando en 1957 Hugh Everett publicó su interpretación de la teoría cuántica, donde abría la posibilidad a los universos paralelos, no fue tomado en serio por el mundo científico. Pero un autor de ciencia-ficción salió en su ayuda
Para el crítico literario norteamericano Anthony Boucher (1911-1968), la ciencia-ficción es un género que consiste en hacerse la pregunta “¿y si?” durante todo el relato. De esta manera, la ciencia-ficción queda convertida en un juego donde todo depende de que se cumpla una condición.
Cuando esto ocurre, cuando la condición se cumple, entonces se abre la posibilidad de desarrollar un nuevo escenario y, con ello, nuevos conflictos en el relato. Por lo mismo, cada vez que nos hacemos la pregunta “¿y si?” estamos en el umbral de una hipótesis tan literaria como científica: la hipótesis de los universos paralelos.
Para hacernos una idea de la relación entre el género de ciencia-ficción y la interpretación de los mundos múltiples vamos a recurrir a dos personas, la primera es un científico; la otra un escritor. El científico responde al nombre de Hugh Everett III (1930-1982) y se trata del físico que jugó con la idea de los universos paralelos a partir de una original interpretación de la mecánica cuántica. Propuso que se explicase el proceso de medición a partir de la formulación de una teoría, todo lo contrario de lo que venía siendo habitual. Hay que recordar que hasta su hipótesis fueron las mediciones las que determinaban la teoría. Las partículas cuánticas no se comportan de manera usual y, por este motivo, los fenómenos cuánticos y su dinámica atómica no se dejan medir por la mecánica de Newton aplicada al macrocosmos.
Con estas cosas, en 1957 Hugh Everett publicó en “Reviews of Modern Physics” su interpretación de la teoría cuántica; una hipótesis que rozaba lo literario y donde abría la posibilidad a los universos paralelos. Pero claro, aquello fue tomado como una frikada por el mundo científico. Así ocurrió durante más de una década. Durante este periodo de desprecio entró en escena la otra persona.
Se trata de Philip K. Dick, un escritor de aspecto desaseado y con pintas de beatnick que andaba por Berkeley buscando descripciones exactas de la otra realidad, es decir, la realidad que subyace bajo la apariencia de lo real.
Ubik (1969), la novela de ciencia ficción de Philip K. Dick.
En una de sus historias, los personajes que habitan una pequeña ciudad americana en los años cincuenta están viviendo en una especie de parque temático que se expone en un museo del siglo XXIII. Sin embargo, los habitantes de esta reconstrucción histórica no pueden ver a las personas que se acercan a mirarlos a través de un complejo sistema óptico. No saben que el mundo que los observa es el mundo del siglo XXIII. Ellos siguen en los años cincuenta del siglo XX. Por relatos así, por historias como esta, la aproximación a los universos paralelos de Everett tendrá su confirmación en Philip K. Dick.
Con todo, la obra de Philip K. Dick que más depende de la pregunta “¿y si?” es la novela titulada El hombre en el castillo recientemente reeditada en Minotauro. Muchas veces nos hemos hecho la pregunta: “¿Y si los Aliados hubiesen perdido la Segunda Guerra Mundial, cómo sería todo?” Pues bien, Philip K. Dick tiene la respuesta en la que puede ser su mejor novela, una historia donde traspasa el umbral de la realidad y alcanza un universo paralelo.
Captura de la adaptación televisiva de la novela ‘El hombre en el castillo’.
Esta ucronía fue publicada en 1962 y en ella nos presenta el escenario después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los Aliados perdieron la guerra y el Eje Roma-Berlín la ganó gracias a la bomba atómica. La inversión llega hasta el mapa de Norteamérica donde los Estados Unidos quedaron divididos entre una Costa Este sujeta al poder alemán y unos Estados del Pacífico sometidos al Imperio Japonés.
Se trata de una novela que ilustra de manera original la hipótesis de Everett acerca de los universos paralelos y, sobre todo lo demás, nos enseña que tanto Everett como Philip K. Dick fueron espíritus libres, pues, en ambos casos, demostraron que la libertad no consiste en otra cosa que en la capacidad para pensar los propios límites.
Montero Glez – El País de España