Eligio Damas: El rector Francisco de Venanzi, una anécdota de los inicios de la lucha armada

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Esta historia es verídica. Quien la escribe fue testigo presencial de los hechos. La escribí y publiqué en un diario regional, hace unos años. Hace poco, revisando archivos la encontré. Confieso que fue un hallazgo agradable, porque significó reencontrarme con uno de los tantos acontecimientos gratos y emocionantes que hube de vivir, por el admirable recuerdo que siempre guardo, por distintos motivos, de Francisco De Venanzi, brillante médico, docente universitario, rector de la UCV, en un momento difícil y borrascoso de la historia venezolana, un venezolano ejemplar que ahora poco se recuerda.

El sonido de los disparos, según la opinión unánime del grupo de estudiantes que conversaban en la escalera de la FCU, procedía de la azotea del edificio de la CREOLE, de por allá de Bello Monte.

Más que una opinión sostenida por una acertada orientación, parecía una respuesta dada por la fuerza de la costumbre. Generalmente, de aquel edificio de la compañía petrolera gringa, disparaban hacia la universidad. Por eso, no había razón para que aquella mañana de mucho sol, se dudase de la veracidad de la afirmación.

Y aquel muchacho, bachiller caraqueño, de clase media y estudiante del último año de odontología, pese no haber identificado la procedencia de los disparos y los puntos impactados, no dudó un instante que salían del edificio de la petrolera y estaban dirigidos hacia la plaza del rectorado, donde él se encontraba charlando animadamente con varios de sus compañeros.

Era uno de los militantes del FUL, movimiento iniciador de lo que definieron como la “autodefensa armada contra la represión gubernamental y la política presidencial de disparar primero y averiguar después” del presidente dictador Rómulo Betancourt.

Mientras quienes estaban en los alrededores de la plaza del rectorado, como habitual en aquellos casos, buscaban donde guarecerse de los disparos, el estudiante de odontología se dirigió hacia uno de los jardines, se detuvo en un sitio boscoso y después de mirar varias veces en todas direcciones, hurgó en la tierra y extrajo lo que resultó un fusil dentro de una envoltura de lona. Salió en carrera hacia la parte posterior de la biblioteca, desde donde podría ver la azotea del edificio del cual presuntamente disparaban en ese instante hacia la universidad. Para ello debió pasar en carrera por la entrada del espacio que conducía hacia las oficinas del rectorado, o la puerta del mismo, como se solía decir.

En el camino se le atravesó un hombre de baja estatura, delgado, en apariencia débil físicamente, cuyas extremidades superiores evidenciaban cierta deformación.

¿Para dónde va usted bachiller con esa arma?

El bachiller detuvo bruscamente su carrera. Sintió que había sido agarrado infraganti. Aquel hombre de apariencia frágil, llamado Francisco De Venanzi, le infundió el respeto y hasta el miedo que no era capaz de sentir frente a las balas de la policía política que salían de la azotea del edificio de la Creole.

¡Entrégueme ese fusil bachiller!

El rector le habló con una firmeza inusitada, con una voz casi susurrante, emergida de aquel cuerpo enjuto; y le llamó por su nombre completo.

Aquel joven, que quería como tantos “tomar el cielo por asalto” y pocas cosas le asustaban, tembló ante la gigantesca fuerza que emanaba del cuerpo menudo del rector y de la firmeza del mandato. Bajó la mirada al suelo y con humildad entregó su arma.

El talento, la reconocida capacidad intelectual del médico y filósofo; la honradez, la larga trayectoria de lucha por las libertades, la paz, su evidente disposición en favor de las causas más generosas, de brillante hoja de servicios en la docencia universitaria y una permanente actitud al servicio de la universidad y no a los políticos, hacían de Francisco De Venanzi, un hombre de cuerpo enjuto y ademanes refinados, un firme gladiador, competente para contener los desmanes en que pudiese incurrir cualquier sector de la universidad caraqueña sin hacerle concesiones a la política oficial contraria al respeto de los derechos humanos y la vida universitaria.

De Venanzi, en verdad, fue un rector; no se mezclaba en las diatribas partidistas, no tomó partido ante los enfrentamientos estudiantiles, en patrañas electorales, no se hizo cómplice de gestiones que denigrasen de su alta investidura.

Por todas esas bellas cualidades y esa impecable gestión, tuvo la autoridad moral necesaria para imponerse en medio de aquellas graves dificultades de la Venezuela del inicio de la década del sesenta.

 

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