“Abstención”, “levantamiento militar”, “insurrección popular”, “renuncias”, “marchas”, “¡calle hasta el final!”, “huelga total general”, “paros escalonados”, “paro total”, “gobierno interino”, “sanciones”, “poder dual”, “vía electoral”, “elección primaria”… palabras, palabras que son bengalas, luces de alarma, nombres y conceptos que se suceden con rapidez vertiginosa y no da tiempo a procesarlas, a pensarlas. No hace ni falta, las hemos pensado miles de veces. Todas nos remiten a los últimos 24 años transcurridos en el que no hay presente, todo es pasado y ninguna de esas palabras nos quiere servir para describir el futuro.
Pero todas ellas, ¿son palabras “malditas”?, que como dice Irene Vallejo −la autora española de moda, con toda razón− son palabras que nos enseñaron a callarlas, a medirlas, “…a envainar las frases hirientes: el arte de la mentira amable…”, ¿Cuántas de ellas son “imperdonables”?, como las maldiciones de igual nombre en los embrujados cuentos de Harry Potter, de la hoy también imperdonable J. K. Rowling −por “magia” de los defensores y postuladores de alguno de los “géneros”−; palabras, algunas, que en nuestro país no se pueden mencionar sin temor a represión.
Pero, la realidad nos sale al paso con algunas de ellas. Querámoslo o no −me refiero a los que nos identificamos con la oposición democrática− en 2024 confrontaremos una elección presidencial −una de esas palabras “malditas”−, que buscará presidente para los próximos seis años. Y digo 2024, que es la fecha constitucionalmente hablando, pero que “otros” ya hablan de “adelantos” y nos ponen el país mucho más pequeño.
Pero, por lo pronto, ¿Cómo vamos a enfrentar ese 2024, tan lejano y cerca a la vez? Tenemos algunas “claves”; en la oposición democrática vamos a esas elecciones, con candidato unitario, seleccionado en un proceso de elección primaria, y con un programa también unitario, un “Plan País” −y otras propuestas− que ya estamos desempolvado, con el reto de convertirlas en un mensaje vital, que entusiasme a seguirlo, que nos dibuje un país que valga la pena vivirlo, en contraste con la ignominia que hoy padecemos.
Para llegar a 2024 tenemos por delante ese 2023 con la elección primaria, programada para realizarse en algún momento, lo más pronto que sea posible, con las mejores condiciones de participación, que también sean posibles. Ese es un reto inmediato, al que, por lo visto y afortunadamente, vamos con bastante consenso, pues desde las voces más radicales hasta las más atemperadas, dentro o fuera de lo que llaman “G algo” dicen que están dispuestos a participar en ellas. Y hasta las vituperadas encuestas parecen recoger la opinión de que la mayoría del país se inclina por participar y por hacer de esa elección primaria la forma de determinar el candidato; y ya sabemos que cuando la “gente común” se plantea una vía unitaria, ¡Ay del que la rompa!
Pero salir con bien del 2023 y llegar con bien al 2024, supone exorcizar los demonios y fantasmas de siempre
El régimen, todos lo sabemos, todos lo decimos −¿o hay alguien que no? − controla todo el poder. Todos los poderes públicos −AN, CNE, Contraloría, Poder Ciudadano−; lo más importante, controla la fuerza armada y las policiales y el sistema de justicia y carcelario. Desde luego, controla los comparablemente mermados ingresos del Estado, que están a su discreción, que no alcanzan para resolver los problemas básicos que han creado en estos 24 años.
Repito, no porque no se entienda, sino por énfasis: el régimen controla todo el poder; pero, lo curioso es que entre quienes lo dicen hay algunos que piensan, pretenden y sueñan, que, a pesar de ese poder omnímodo, seremos nosotros, los opositores democráticos, quienes impondremos las condiciones para celebrar un proceso electoral, a nuestro gusto y medida; y si no es así, entonces, dicen esos algunos: ¡No participamos! Díganme, en frio, sin apasionamiento, si ésta no es una posición un tanto absurda e irreal.
Camino ya recorrido, ese de no participar, de la abstención, como política o como “descuido” y “dejadez”, como “hartazgo”. Debería estar claro, entonces, que con eso probablemente se han dejado sentados e incólumes algunos “principios”; o por lo menos, tranquilizada la conciencia de muchos, que han podido dormir plácidamente, después de darle una “lección” de democracia y civismo al régimen; pero, ¿Cuál ha sido el resultado de esas “políticas”? ¿Se ha debilitado el régimen? ¿Se ha unido más la oposición? ¿Ha mejorado la condición socio económica de los venezolanos? También todos sabemos que, sin una adecuada presión interna e internacional, de tenaza, que aprisione por ambos lados, todo esfuerzo electoral es inútil, pues no soltarán a su presa por un puñado de votos; no me sonrojaré entonces porque me lo echen en cara, simplemente diré, lo que siempre hemos dicho: la vía hay que construirla y no nos podemos quedar sentados, cruzados de brazos, esperando que ese poder omnímodo ceda y por gracia de birlibirloque nos entregue el poder. La electoral, vía fallida, poco exitosa hasta el momento, sí, pero es una manera de emprender camino, a nuestro alcance, al alcance del más modesto ciudadano. No insistiré en argumentos ya trillados y cansones.
Hago, sin embargo, una ligera concesión y es que sin duda las abstenciones de 2018 y 2020, deslegitimaron al régimen frente a la comunidad internacional; el caso Venezuela se hizo más notorio y evidente; nunca la conciencia internacional había estado más clara en cuanto a la verdadera condición, tiránica, opresiva, del régimen venezolano. Hasta se tomaron medidas o sanciones contra Venezuela, aplicadas por unos pocos países; lástima que fue de manera incompleta y poco efectiva; seguramente esas medidas perjudicaron “algunos negocios” internacionales; y qué duda cabe que tanto el Gobierno Interino, como Juan Guaidó, como la oposición en general, disfrutó por eso de un reconocimiento internacional, durante estos tres últimos años, como nunca antes lo había tenido. Algunos en su paroxismo libertario, hasta llegaron a soñar con “renuncias” o “invasiones”; pero poco más que elevar el nivel de conciencia −en algunos países− sobre la situación de Venezuela, fue lo que se logró.
Hoy, en nuestra “liderofagia” y en nuestra máquina demoledora de líderes, corremos el peligro de derrumbar, vale decir a patada limpia contra el Gobierno Interino y Juan Guaidó, el poco andamiaje que se logró construir, en vez de darle continuidad y aprovecharlo completamente. Lo cual no nos exime de evaluar, hacer críticas y asignar responsabilidades por lo ocurrido.
Pero, dado que el cántaro aún no está completamente derramado, es posible aun recoger el líquido, con un proceso integral, democrático, decisivo, que nos permita salir con una opción unitaria para enfrentar al régimen en 2024, o cuando sea. La elección primaria del candidato opositor, esa aspiración tantas veces solicitada, durante tantos años, y tan pocas veces lograda, se nos abre nuevamente, no la dejemos pasar.