Vivimos un tiempo raro. No me refiero exclusivamente a la frecuencia o a la intensidad de las lluvias que han generado bastantes daños. También a la situación del país. De mal para peor en lo económico aunque la demagogia oficialista estimule cuadros de aparente mejoría en la capital. Pero las condiciones de vida del ciudadano común y su familia son cada día más difíciles. La pobreza aumenta. El bolívar, nuestra moneda oficial, no puede competir ni siquiera con la de Haití. En pocos Estados del interior, entre ellos el Zulia, se hacen esfuerzos sostenidos para tratar de mejorar las cosas, aunque sea en la apariencia física de calles y avenidas. Quienes los gobiernan saben que eso no basta al haberse interrumpidos durante estos 23 años de dictadura los tímidos avances en materia de descentralización y municipalización de la vida pública, con una administración nacional en quiebra que en poco o nada ayuda.
Frente a todo esto y mucho más tenemos que reaccionar con firmeza. La necesidad de cambio es hoy más necesaria que nunca en Venezuela. Mientras se logra el objetivo en su totalidad hay asuntos urgentes que no pueden caer en el olvido, o en el simple palabreo retórico de la dirigencia.
Me refiero al caso de los presos políticos, civiles y militares. Son más de quinientos entre unos y otros, sin contar con el buen número de militares arrestados en sus comandos o zonas y de civiles en aparente libertad pero inhabilitados para ejercer algunos de los derechos fundamentales de cualquier persona. Quiera Dios que los resentimientos y rencores que se van acumulando en tantos compatriotas puedan ser superados cuando llegue la recuperación de la vida en libertad y auténtica democracia.
Mientras tanto, el régimen debería protagonizar una amnistía general amplia, que devuelva la libertad a todos los presos políticos, sin excepciones de ninguna clase. Esto incluye a quienes tienen sentencias judiciales acomodadas a las instrucciones de los poderosos del régimen, pero alejadas descaradamente del Derecho y la justicia. Es tiempo de una revisión integral que podría estar dirigida por la Conferencia Episcopal Venezolana e integrada por notables existentes. Estoy seguro estarían dispuestos a cumplir la misión.
Personalmente estuve detenido en El Helicoide por cerca de tres meses hace más de doce años. Muchos de mis compañeros de la época siguen en el mismo sitio y van hacia los veinte años, como los Comisarios Guevara, con quienes mantuve una buena relación entonces y una comunicación espiritual permanente. Otros han logrado escapar de alguna manera. Están en el exterior, pero siempre consecuentes con la razón de ser de cada cual. Yo no puedo salir del país. La absurda condena fue por dos años. En marzo cumpliré trece.
No me gusta hablar del tema porque hay muchos que están peor que yo. Pero, esto no puede ni debe continuar.
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