Rafael Fauquié: La voz de todos

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El texto “La otra voz” de Octavio Paz alude, entre otras cosas, a la necesidad de una impostergable solidaridad social para recuperar el humano sentido de la política. Comienza Paz por hacer referencia a las injusticias y excesos de los dos protagonistas centrales de la modernidad: el Estado y el Mercado. Aquél es -o puede ser, o suele ser- todopoderoso, anulador, inhumano. El Mercado es -o puede ser, o suele ser- todopoderoso, e igualmente anulador e igualmente inhumano. Los dos poseen aparatos de dominio y opresión: el Estado, la policía, la tortura, la coacción, la aniquilación; el Mercado, la indiferencia, la negación, la anulación de cuanto signifique ausencia de beneficios.

Es humanamente imposible vivir decentemente en un mundo donde todo se relacione con el consumo y es humanamente imposible vivir decentemente en un mundo donde todo se relacione con la obediencia a un Estado. El socialismo totalitario significa la eliminación de la persona en beneficio de un ideal de colectividad. El liberalismo económico extremo significa el desvanecimiento del ser humano en una obsesión de beneficios para muy pocos beneficiarios.

Las  sangrientas utopías que dieron origen a las peores aberraciones de la modernidad -fascismo y comunismo- reaparecen ocasionalmente bajo la forma de delirantes nacionalismos y delirantes gobernantes nacionalistas (cfr. Vladimir Putin). No se trata de ocupar el abandonado terreno utópico con los excesos de las sociedades capitalistas liberales, sino de humanizar a éstas con ideales que nunca deberían abandonar a los hombres. Se trata de proponer sociedades nuevas, diferentes, concebidas a partir de una tercera vía que acepte las libertades individuales y acepte igualmente la necesaria solidaridad entre las personas. Sociedades donde la  voluntad de las mayorías no signifique la anulación de las minorías, donde la obediencia colectiva exista en nombre de leyes iguales para todos, donde la justicia sea siempre la norma y donde la prosperidad de unos no signifique la indigencia de muchos.

La libertad que permite el sistema capitalista no podría nunca apartarse de la necesaria justicia de toda sociedad genuinamente democrática. La igualdad que permite el sistema socialista jamás debería verse corrompida con los excesos y los crímenes de totalitarismos que, apoyados en ideologías y dogmas, o en las más insensatas expresiones del culto a la personalidad, terminaron por anular la individualidad humana. Y en ningún caso el ser humano corpóreo debería desvanecerse en nombre, bien del desmedido poder de los amos del dinero, bien del desmedido poder de secretarios del partido o de caudillos y caudillejos de toda laya.

Hoy conocemos muy bien lo que significaron los ideales libertarios y conocemos igualmente bien lo que significaron los ideales igualitarios. Ambos fueron insuficientes. La libertad, sin un contrapeso de humanidad, significo una cruel desigualdad. La igualdad, sin un contrapeso de humanidad, significó la perversión de los totalitarismos. La conclusión de Paz es exacta: en los tres ideales políticos de la modernidad -libertad, igualdad, fraternidad- la fraternidad, fue siempre excluida ¿Qué sucedió con ella? ¿Por qué fue tempranamente olvidada? ¿Por qué jamás existió en programa político alguno? La fraternidad -démosle el nombre que queramos: solidaridad, caridad- hubiese sido el equilibrio necesario entre la igualdad y la libertad, la humanización del ideal de libertad y la humanización del ideal de igualdad.

 

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