El derecho a la educación es derecho al aprendizaje la calidad de la educación exige calidad en los aprendizajes. Los docentes enseñan, ¿pero qué aprenden los alumnos? ¿Para qué sirve lo que aprendieron? ¿Por qué no aprendieron lo que tenían que aprender? ¿Aprenden a resolver problemas, a aprender permanentemente a lo largo de la vida? ¿Aprenden a ser mejores personas y mejores ciudadanos, a convivir con los otros diferentes, a ser respetuosos, honestos y serviciales?
Vivimos en la era del aprendizaje. Hoy, se cuestiona con fuerza el papel de las escuelas que se centran en enseñar contenidos googleables. Es una pérdida de tiempo emplear 20 años de la vida en aprender unos contenidos que están al alcance de un dedo, y que enseguida olvidamos. Paradójicamente este sentimiento coexiste con el interés masivo de las personas por el aprendizaje. Hoy se insiste en la necesidad de aprender desde la cuna hasta la tumba. Las personas y las organizaciones tienen enormes ganas de aprender en cualquier sitio, a cualquier edad. Pero quieren aprender habilidades, competencias, no informaciones googleables. Las empresas denuncian que los jóvenes llegan sin las mínimas habilidades personales para trabajar en equipo y para emprender y crear. Sin sentir, sin investigar, no hay aprendizaje, solo transmisión. Aprender se convierte en aprender sintiendo. La transmisión de información no produce aprendizaje. En este mundo líquido, incierto, en mutación constante, la única competencia perdurable que la escuela puede educar para vivir mejor es la creatividad
Para garantizar el aprendizaje permanente y desarrollar el hambre de aprender hay que garantizar a todos los alumnos las herramientas esenciales, en especial la lectura personal y autónoma de todo tipo de textos y del contexto, de los nuevos lenguajes digitales y de la imagen; escritura, que no es copiar y reproducir, sino crear y producir; pensamiento lógico, matemático y científico, solución de problemas; ubicación en el espacio y el tiempo, ciencias informáticas y programación; y las actitudes esenciales para seguir aprendiendo: curiosidad, creatividad, investigación, deseos de aprender y hacer las cosas cada vez mejor, emprendimiento, exigencia, esfuerzo, resiliencia, colaboración y trabajo en equipo…
Por ello, debemos abandonar esa educación que enseña a responder preguntas intrascendentes y ajenas a la realidad e inquietudes de los estudiantes, y trabajar por una educación que nos enseñe a interrogar permanentemente la realidad de cada día y promueva el pensamiento crítico y autocrítico. Educación que nos enseñe no a repetir información, sino a procesarla y analizarla. Educación para innovar y aportar mejoras, para saber reconocer y desmitificar las propuestas mágicas de certidumbre que nos llegan de los centros de un poder que no buscan transformar el mundo, sino mantenerlo en su injusticia e inhumanidad. Educación que se integre con mayor firmeza con las familias y las comunidades. Educación que posibilite una mejor utilización de las tecnologías, para que no fomenten una educación transmisiva, sino que promuevan el pensamiento crítico, el aprendizaje y coaprendizaje permanentes, el diálogo de saberes Por ello, la necesaria y urgente dotación de tecnologías debe ir acompañada de formación pedagógica para garantizar un uso apropiado de ellas, pues no se trata de aprender repitiendo, sino de aprender creando.
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